miércoles, noviembre 22, 2006

Pendejadas en serio



Autoretrato de Satie. Abajo se lee: "Vine al mundo muy joven, en un tiempo muy viejo", una de sus frases célebres.



Otro bosquejo de Satie



Y ahora un aforismo, por mi:

Si mentir te hace feliz: miente, si no: no seas guevón (o en el caso femenino: no seas tetona), o vulvona, como prefieran.

domingo, noviembre 12, 2006

Domingo















Vengo de la nueva tienda Falabella, esa cadena chilena omnipresente en todo lo que signifique negocios, y me acabo de enterar que existen un montón de objetos y artículos que desconocía y que necesito. Vivía en la ignorancia, era falsamente feliz, pero ahora que sé que hay tantas cosas diseñadas y pensadas para mí; para mi felicidad, para mi comodidad, para mi diversión, para disimular mi estupidez, para mi placer; ahora que lo sé, no puedo ser tan feliz como antes.

Entonces quiero tenerlo todo, lo que pensé que necesitaba y lo que nunca imaginé podría querer. Hago cuentas en mi mente, descabellados razonamientos que me hacen comparar situaciones que no coinciden. Pienso que si hay alguien capaz de comprar una botella de vino de 800.000 pesos, como la que vi en el Carrefour cercano a mi casa (y que recorro solo, casi secretamente cuando siento el vacío capitalista) y que en una cena la destapa, no sin antes alardear su precio, y la ofrece a amigos y familiares creyéndose mejor persona. Si hay alguien así, por qué no puedo yo querer un par de zapatos que cuestan una octava parte de ese líquido rojizo apreciado como el oro que saldrá irremediablemente amarillo (ahora sí como el mismo oro), y se instalará con todo lo demás en el fondo de la taza del baño.

Un par de zapatos, unas camisetas, varios discos, un par de libros, un capuchino, sentirme mejor, creerme mejor.

Pero no. No he comprado nada. No fui para eso al centro comercial. Fui para ver a la gente, para sorprenderlos mientras me veían. Mujeres, hombres, niñas y niños. Caminando en hordas. Comprando, sorprendiéndose como yo, con lo mucho que hay y con lo poco que tienen, sintiendo insatisfacción, sustituyendo todo vacío con un helado, con un trozo de carne, con unos zapatos, o con sólo mirar.

Después llegó a mí la nostalgia. En un café, con una revista Soho, con un artículo de Felipe Zuleta, el cual recuerdo por sus columnas breves en el espectador, y por la facilidad con que cambiaba de opinión, por su humanidad en últimas. El artículo habla de los mejores amigos. Su mejor amigo es su pareja. Hay una foto de él y Cesar, de quien se enamoró cuando aún no existían ni theatron ni programas conducidos por maricas, cuando yo veía los clasificados del tiempo en la sección adultos, y descubría que había sitios extraños, donde hombres iban a estar desnudos, y fantaseaba, y tenía miedo.

Ahora sé que no quiero unos zapatos. Quiero a mi mejor amigo, lo quiero conmigo, para poder decirle estas cosas entupidas que pienso, para reír y ser feliz con su risa. Quiero a Carlos, con quien sería feliz rompiendo botellas de vino de 800.000 pesos, orinándonos en la estupidez del mundo.