domingo, octubre 30, 2005

Un pequeño manifiesto que encontré en mis archivos

Salí profundamente afectado de esa conversación, algo había pasado en todo eso que dijimos. Pensé en escribir el Manifiesto en ese mismo momento, hablar de todas las malas pajas, los momentos vacíos, las conversaciones insulsas, los lugares comunes, el temor al futuro, a la enfermedad, a fallar, a que me fallen, al zapping infinito, al tiempo, a no escribir nada que valga la pena, a no decir la verdad, a decirla burdamente, también hablar de las grandes frustraciones, de las pequeñas, que en ultimas son las mismas pero con distinto nombre, del desamor, del amor, del odio, del aburrimiento, de este comienzo de siglo tan extraño, de las guerras, de mis fobias, mis deslices, mis desfachateces, mi incredulidad, mi falso ateísmo, mi mediocridad, mi incapacidad de hablar con mi mamá, del temor de mi padre a acercárseme, de mi estupidez, de tantas palabras dichas a destiempo, de tantos intentos fallidos, de mi vida, que no para de redefinirse, y no para de sorprenderme, en un hotel en Armenia, en una sala de Chat, frente a la fría pantalla, en una novela que no pienso acabar, en una conversación premonitoria, en un sueño, en la voz de Carlos, en la tecnología cada vez más lejos de mi humanidad, de mis intereses, en cada momento perdido por una debilidad de carácter, por una sonrisa fingida, por una frase armada, por guardarme lo que siento, por no saber como decirlo, por decirlo mal, por incomprender a los demás, por sentirme incomprendido, por la soledad, por la compañía indeseada, por la estupidez, por el clima equívoco, por la enfermedad, por no entender qué pasa, qué quiero, qué siento, qué es real, qué me afecta y qué no, mencionar también los amores no correspondidos, los falsos, los dolorosos, los imposibles, los de una noche, los de toda una vida, los aberrantes, los sexuales, los impulsivos, cómicos, lascivos, aburridos, intensos, abatidos, obligados y soñados, maldecir las malas comidas, las presentadoras de farándula, el metal gótico, las niñas estúpidas, los relojes, el mal tiempo, el buen tiempo, la felicidad, la tristeza, las religiones, a dios, a tanta veleidad que se dice en su nombre, al cine colombiano, a las comedias gringas, a la palabra gringo, a la caridad, la comida de mar, los animales que se extinguen, los niños que no paran de morir de hambre, los jingles, las propagandas de detergentes, la opera, los cuenteros que se creen muy chistosos, la pelota de letras, los realities, las novelas, los actores, los escritores, a los que creen que se ven mejor hablando en ingles, a los rubios, los ojiazules, los niños ricos, la pobreza, la falta de ingenio, el trafico bogotano, los políticos, la arrechera, los bebes, los perros babosos, la mierda sin recoger, la diarrea, la palabra destino, la física subatómica, las novelas históricas, las filosofía contemporánea, el arte, los cantantes pop, al presidente de Colombia, la reelección, los petroleros, los fabricantes de armas, la gripa aviaria, los huracanes, el conflicto palestino, los políticos, sus políticas, la propaganda, los subliminales, la psicología moderna, la historia patria, los próceres, la represión, el castigo, el secuestro, la tortura de escuchar a shakira, los noticias de último minuto, el fin del mundo, los relíanos, los masones, los templarios, los alquimistas, la locura, la rumba de fin de semana, el halloween, la navidad, la semana santa, las vacaciones, los trabajos mal pagos, los archimillonarios, los miserables, los arribistas, los revolucionarios, los conservadores, los izquierdistas, los científicos, la tecnología, la jaqueca, la falta de humor y este mismo manifiesto que no termina y no debe terminar.

sábado, octubre 29, 2005

Ya que hablé de Les Luthiers, aquí les van unas frases celebres


Las frases que se publicaron aquí, presuminedo que eran de los músicos y comediantes argentinos Les Luthiers, resultaron no ser de su autoría, según lo dice su página oficial, por lo tanto me disculpo por haberlas colgado sin verificar su procedencia, y aunque nadie me haya dicho nada, me es necesario decir un comentario.

Recuerdan el poema horrible, atribuido a Borges, donde el críptico escritor dice que habria preferido comer más helado, poema divulgado ampliamente, mucho más que el resto de su obra; con la consigna de que Borges se arrepiente de haber llevado su vida de esa manera, entiendase: escribiendo. Estas frases de Les luthiers no son de ellos, a excepción de la última, pero en el imaginario cabe la posibilidad de que lo sean. Yo lo creí, y pienso que algunas son muy buenas, pero en honor a la verdad, prefiero quitarlas del blog y disculparme con quienes como yo, creyeron ciegamente en las verdades de una página de la web.

De música y mis músicos

Me parece prudente y sobre todo necesario, si es que de mí tambien se trata esta página, reconocer que no sólo letras y ganas de contar cosas son mis obsesiones, tambien está la música, que hasta el momento ha estado muy ausente por estas páginas digitales.

Soy pianista, y dentro de poco podré decir que soy pianista profesional, que para el caso es lo mismo. Además de eso, que no dice nada, me gusta mucho oir cosas, sonidos, ruidos, frecuencias, vibraciones del aire, llamenle como quieran. Y ya que estoy en esto de hacer listados con explicaciones, haré otro con mis discos, los que han impactado de alguna manera mi vida. Empezaré por citar los que tengo más presentes.




Paul McCartney

Chaos and cration in the backyard ( El último disco que compré, ¿despues de escuchar Fine Line podría no hacerlo? Un gran disco, sin duda. Paul toca todos los instrumentos, como tristemente lo atestigua su video, donde aparece un Paul en diferentes posiciones y en diferentes instrumentos, patetico, de fondo un estudio envidiable. Lo tuyo no es la imagen Paul, dios debe existir y gracias a él hay un músico que le valga verga el video y se concentre en lo suyo, la musica. Pues Paul se concentró para este disco, y le salió muy bonito, pa que. A mi me parece el sonido beatle por excelencia, recomendado)

Quedan entre el tintero varios discos y personajes que me gustaría reseñar. Como siempre los listados nos dan luces de algo, pero nos limitan al mismo tiempo, los mios hacen parte de lo que me apetece diariamente, como preferir tomar café y no agua aromática despúes de las comidas, aunque las dos cosas me gusten.

Continuarán los discos y las películas, tal vez uno que otro libro. Cuando no puedo crear, hablo de las creaciones de los demás.



miércoles, octubre 26, 2005

Un listado con explicaciones, cito a les luthiers, filosofos de cabecera

Películas que he repetido en cine varias veces:

Billy Elliot ( a pesar del final, es una gran película inglesa que me ayudo bastante en momentos difíciles de mi vida, almenos durante las dos horas que estaba en la sala, no pensaba en lo que vivía por aquel entonces, la vi cuatro veces, con horrenda traducción al italiano, los trabajadores del lugar me saludaban con miradas complices y yo no ocultaba mi incomodidad)

Krampak (una peliculita española bastante mala, pero que tambien tuve que ver varias veces, por el actor, que ya había visto en la buena vida, y por una escena que lo vale, cuando él, el monito, está en la estación de ese pueblo balneario con la niña que odia, la que quiere bajarle al amigo, y se sienten las ganas que él tiene de tirarla a las lineas del tren, pero no pasa nada)

Resplandor de una mente sin recuerdos (Una de las películas que mas me han gustado en toda la vida, la relación de esos dos es memorable, profundamente real y espontanea, dura. ¿Como seríamos si pudieramos borrar nuestros malos recuerdos y de paso a las pesronas que los causaron?)

Ojos bien cerrados ( la música de la fiesta secreta es inolvidable, perturba, en serio, ¿qué nos querías decir Kubrick?)

Happy together (tiene una historia en Paris, donde no fui capaz de verla y otra en el teatro teusaquillo, en bogotá, tres años después, donde la goce y lloré solo, que historia más desoladora)

Together ( una extraña pelicula sueca sobre una comuna hippie en los setentas, aguanté frio durante una hora en una bicicleta para verla, valió la pena el esfuerzo y la posterior gripa. La recomendé a un amigo del colegio y no le gustó, me regañó por haberle dicho que era buena, yo la volvi a ver dos veces y sigo pensando que tiene algo)

Por el momento no son más.

domingo, octubre 23, 2005

Una crónica que habla de la imposibilidad de hacer una crónica un día de la madre, con notas de pie de página y todo.




EL OTRO VIAJE

Excusa en forma de prólogo

La idea me vino mientras leía Cortazar, en ese viaje único y absurdo que se tradujo en un libro exquisito, como toda buena receta cortazariana llamado: Los Autonautas de la Cosmopista o un viaje atemporal Paris- Marsella, en donde se intenta encontrar la autopista paralela que une estas dos ciudades, esa que es mucho más que una autopista que nos lleva de un lugar a otro a velocidades inauditas (fantasía de todo conductor bogotano acostumbrado a los atascos y trancones propios de nuestra particular manera de desarrollarnos) la que a manera de campo de concentración encierra a un numero incierto de conductores en el trazado unidireccional del pavimento y los lleva desbocados a querer encontrar la salida . Lo mío sería partir de allí, pero buscando encontrar otra cosa, haciendo un viaje desde el Portal Norte hasta el Portal Usme en Bogotá, que es uno de los puntos más al sur de la ciudad. Siguiendo así la idea de bipolaridad propuesta por Cortazar, que hace que un viaje Paris –Marsella signifique también un viaje por dos francias distintas, la del Norte y la del Sur, unidas por un artificio de la modernidad, orgulloso de su hermetismo y su seguridad, pero que difícilmente entrevé la magnitud de su osadía. En Bogota sucede lo mismo, hay dos ciudades que hasta la construcción del transmilenio,[1] solo estaban unidas por el formalismo nominal de la palabra “Bogota”. Mi tarea, si así se puede llamar, es encontrar la Bogotá tras el artificio, que al darle unidad parece negarla, disfrazándola de hermética y segura. Pero como después pude ver, la ciudad va mucho más allá del artificio, y el viaje portal- portal es solo uno de infinitos trayectos, darle una importancia particular sería injusto con los otros, que no por carecer de artificios carecen de gracia.

Momentos previos a la partida, donde no se sabe muy bien si es mejor dormir o llevar una idea boba hasta sus últimas consecuencias

Tenía planeado salir después del almuerzo, pero al parecer Carlos (que para efectos sentimentales llamaré: mapache) tenia otros planes, y frente al piano lo vi materializarlos. Nota por nota de una versión para dummies de la sonata Claro de Luna, se fueron mis esperanzas de salir después de comer. Ya era bastante el tiempo que habíamos perdido en un restaurante (producto de uno de mis interminables caprichos gastronómicos) cuyo personal se las arregló hasta en los más mínimos detalles para hacer de esa experiencia un desastre, espero irrepetible, como para haber seguido prolongando la espera, pero mapache es así, lo único que pude hacer fue dormir por unos minutos al son de su idea de Beethoven, se lo veía tan contento…


De cómo logramos salir en medio de un nubarrón amenazador

El sonsonete de la sonata hizo mella en mi voluntad y dispuesto a acabarlo me levanté y con decisión comuniqué a mapache que si no salíamos en ese instante empezaría un episodio histriónico, como elegantemente le dicen los sicólogos a la histeria, mapache no pareció inmutarse y tan entusiasmado como antes continuó machacando esos ocho compases que le imponían ¡todo un reto musical! Viéndome ignorado bajé de la cama y empecé a empacar lo que creía necesario para nuestro viaje: Una block de papel, un esfero, dos brownies tamaño económico, dos Pony Maltas y la cámara fotográfica. A estas alturas mapache pareció haber entendido y bajó de su idilio musical sin mucho entusiasmo. Fue así que partimos de mi casa a las cuatro y cuarenta y cinco de la tarde, justo cuando una nube que cubría toda la ciudad amenazaba con caernos encima.

Aún no empieza y ya quiero que termine, la idea parece hundirse en silencio

Para llegar al portal[2] del Norte debemos tomar no un alimentador[3], ya que el estudio previo al trazado de las rutas de los alimentadores concluyó que para mi barrio no era necesario el paso de uno, sino un colectivo que por mil pesos nos llevó.

Empecé a experimentar un desánimo tal vez debido al clima, pero la verdad era la idea misma la que me hacía dudar, no le veía futuro, pero resignado me encamine con mapache por entre los vendedores ubicados a los extremos del puente peatonal que suministran lo que el sistema se niega a suministrar en su afán de asepsia y hermetismo casi inhumanos: Alimentos y baños públicos. Claro está que no es labor de los vendedores proveer de baños públicos, para eso está el estado que con amabilidad nos ofrece su territorio y uno que otro capital privado: En un extremo del puente el espacio dejado por la rampa para minusválidos se convirtió en un gigantesco orinal que impregna su acidez a las fosas nasales que osan pasar por ahí, del otro extremo una casa particular decidió hacer un baño de más en su casa para ofrecerlo por quinientos pesos.

Como mapache y yo habíamos presupuestado estas falencias del sistema, y antes de salir tomamos las medidas pertinentes, no nos quedó más que subir el puente y encaminarnos hacia el portal.

Taxonomía y rituales innecesarios

El puente no era el de siempre, no solamente estaba más poblado que de costumbre, sino que sus pobladores se me antojaban distintos. No eran los mismos que me encuentro entre semana cuando vuelvo de clases. Estos eran en su mayoría hordas de humanos agrupados en familias: Hijos, padres, madres, tías, abuelas, en fin, toda la fauna familiar; unos en actitud lóbrega y pesada, como si arrastraran una inmensa red de infelicidades atada a sus cinturas, otros con las caras sonrientes y satisfechas, paseando sus regordetas humanidades como si en lugar de recorrer un puente peatonal que los dirige al portal, recorrieran el sendero almidonado que antecede las puertas del cielo, cual ositos cariñositos. Y claro, estábamos nosotros, mapache y yo, que con ánimo fingido compramos dos pasajes y nos dejamos imbuir en el ritmo atemporal que propone todo sistema de trasporte masivo cuando no se lo mira como un mero artificio, sino como un nicho de desencuentros y soledades que a sesenta kilómetros por hora nos da una vista única de la ciudad.

Una partida sin ceremonias y sus posteriores consecuencias

Entramos al dichoso portal y compramos los pasajes. Después de meditar la ruta a seguir nos metimos en un bus y libreta en mano nos acomodamos en actitud de escritores inspirados esperando atrapar la realidad tal cual es, de manera lucida y sensible, sin demasiados embelecos literarios ni tampoco exceso de parquedad. Mapache en una silla, yo en otra estratégicamente ubicada para poder tener contacto visual con mi fiel compañero de tantas batallas ociosas y así, sin despertar sospechas, intercambiaríamos la información que con rigor científico anotábamos. Apunta de miradas y muecas previamente codificadas nos comunicaríamos.

A mi lado un joven colaboró de manera activa en “la cosa” sin pies ni cabeza que acabábamos de empezar dándome la hora. Dato que anoté a manera de frase proverbial, como si de allí fuera a surgir espontánea la verdad tras el artificio (tal vez esperando que aquello que consideraba una vaga sospecha, fuera en efecto una posibilidad real de entender algo). Los pasajeros que azarosamente decidieron acompañarnos y que muy juiciosos se acomodaron en sus sillas no parecían prometedores, por lo menos eso pensé en aquel momento donde el miedo de saberme involucrado en una mentira no me dejaba ver lo que eran: humanos llenos de tribulaciones de todo tipo, algunos pensativos como yo, otros simplemente lejanos, y otros como mapache, siempre de caza, felices de ser lo que son. Ahí estaba todo lo que necesitaba, pero era muy temprano para saberlo.

El bus articulado número AO68 que partió a las cinco y quince de la tarde del día 9 de mayo de 2004 desde el Portal Norte con destino Portal Usme comenzó uno de los tantos trayectos que tendrá que hacer durante toda su vida encarcelado en la estrechez de un carril de autopista (a lo sumo dos, cuando el espacio lo permite). Yo, en su interior solo esperaba que tras la aparente normalidad con que nos recibió el sistema se escondiera un “algo” que le diera a “la cosa” sentido.

En mi libreta de apuntes empezaron a aparecer letras y números con pretensiones científicas que describían datos tan inútiles como: el número de personas que bajaba y subía en cada estación. De ninguna manera me propuse que fuera de ese modo, pero la esterilidad del panorama y mis ganas de sacar a flote un naufragio inminente me obligaban a hacer algo, por inútil que fuera. Mapache en cambio desde la otra silla parecía gozar de un momento de éxtasis creativo y sin parar de mover su mano me hacía fieros con su sonrisa. Mi hoja entre tanto ostentaba una lista de paraderos y números relacionados con personas que nada tenía que ver con mi objetivo inicial, el de encontrar el transmilenio paralelo, y no solo eso, me alejaba de él.

El tramo hasta la estación héroes, interrumpido por seis paradas, fue tan rápido e improductivo como me lo esperaba, por ser el de todos los días, que a fuerza de haber sido visto, olido, sentido y oído, dejó de producir asombro en mí. De ahí en adelante, las cosas fueron muy distintas a pesar de ser tan familiares. El azar me llevó a posar la vista en el bar La Ilusión; una wiskería[4] maltrecha y olvidada que abre sin proponérselo la brecha social que más al sur es un abismo. Pero las imágenes son reemplazadas rápidamente por otras nuevas, el bus avanza y su paso incesante impone una forma de mirar las cosas, fugaz e intermitente, escasa de detalles y relegada a un solo lado, o izquierdo o derecho. Antes era La Ilusión, ahora la compraventa Suiza, abierta veinticuatro horas según el aviso neon y sin embargo cerrada, como todo en la caracas un domingo que, además tiene el descaro de ser día de la madre. Pero no todo estaba cerrado en La Caracas, las tiendas de mascotas y animales que sí estaban abiertas, poco a poco fueron remplazando a las wiskerias, prostíbulos, bares y universidades que en diez cuadras se aglomeran a lo largo de ambos costados de la avenida conformando una suerte de zona roja universitaria. Las prostitutas llegarán más tarde, cuando la noche se apodere piedra a piedra de la ciudad, y sus hijos hayan terminado las ceremonias respectivas en algún restaurante.

Recuerdos que nunca tuve

Me es difícil pensar en una Caracas distinta, señorial y hermosa, con amplios boulevards cobijados a la sombra de urapanes seculares, y ostentosas mansiones a lo largo de ambas calzadas como la describe Alfredo Iriarte. La que veo hoy es gris y lejana, herrumbrada y en ocasiones maloliente. Llena de edificios decadentes por cuyas ventanas se entrevén los despojos de vidas mal llevadas; trapos secándose, habitaciones descoloridas, rostros melancólicos fumando mientras miran a la calle.

Vínculos inesperados

En la calle 63 se subieron cuatro personajes: Dos hombres, un niño y una mujer. La mujer se sentó con el niño en una silla cedida por algún ciudadano de esos ejemplares, inventados por el sistema, y los dos hombres se acomodaron de pie en la parte del fuelle que articula los simpáticos buses. La escena, aunque típica, tenía algo de particular. La mujer mal maquillada y con ojeras de perro san bernardo no esbozaba gestos ni palabras, parecía un fantasma. El niño estaba riendo y saltando en las piernas de la mujer, debía ser su hijo, y uno de los hombres, mucho mayor que la ella, el padre. La expresión profunda y desolada de la madre al pasar por esos edificios grises me empezó a mostrar los visos de ciudad que invisibiliza el sistema.

En otras sillas, más adelante, un niño y una niña jugaban y hablaban emocionados. Sus padres no estaban cerca o al menos no se hacían sentir. Los noté felices al ver desde la ventana del bus la silueta de Monserrate abriéndose paso por entre los edificios, especulaban sobre lo que veían. Ella decía que era Monserrate, y él decía que no, después se miraban y comunicándose sin palabras parecían entenderse mejor porque se pusieron a reír impúdicamente, provocando estupor en algunos pasajeros, manifestado con miradas juzgadoras y balbuceos ininteligibles.

El verdadero viaje empieza

El recorrido me lo sé de memoria hasta la altura de la avenida Jiménez, lugar fronterizo delimitado por mi memoria, más allá… nunca había ido. Al traspasar mi frontera imaginaria sentí que el viaje hasta entonces empezaba. Mapache experimentaba la misma sensación y así me lo hizo saber descubriendo las similitudes de una iglesia desconocida para mí, con alguna que había visto en Lima. Pero la similitud no terminaba allí; del otro lado se abría ante nuestros ojos una imagen desoladora, lo que es “El Cartucho”, un baldío enorme en pleno centro de la ciudad, donde reposan los desechos de una explosión nuclear, o al menos eso parece. En el centro del baldío unas sombras fantasmales aguardan como si fueran otras piedras de los escombros que alguna vez fueron su hogar. A mapache esto también le recordó a Lima.

De ahí en adelante no me es posible contar todo lo que vi, y solo la más fluida prosa Keruaquiana podría serme útil. Fue entrar con la noche en un mundo de calles medievales, estrechas y oscuras, habitadas por la desolación y el miedo. Montañas de ladrillo y cielos grises, calles ahuecadas y charcos putrefactos. El aire es más pesado y el paisaje carece de verdes, como si los árboles no pudieran crecer en semejante ambiente. Pero no carece de belleza, y en el horizonte, con la llegada inminente de la noche, empieza a verse como las montañas se iluminan, como la ciudad parece hacerse infinita en ese mar de luces, montañas- ola, peces-luz, espuma-ladrillo. De repente nada… un desierto maloliente.

Portal Usme, el fin de nuestro viaje y la excusa final para terminar esta crónica

No diré que nuestro viaje no terminó allí (sobre todo el mío) ni tampoco hablaré del Portal Tunal, donde los niños pasan a través de estrechas rejas para encontrarse con sus madres al otro lado del sistema, tampoco contaré que vi muchos niños, y mujeres embarazadas, ni a una pareja de niños realmente pequeños, cogidos por las manos jugando al papá y a la mamá con un niño de verdad en el vientre de ella, tampoco contaré que me miraron como si fuera un extraterrestre cuando le pedí a mapache que me tomará un fotografía en ese desierto disfrazado de modernidad que es el Portal Usme, ni tampoco que en ese recorrido de tan solo una hora se me abrió la ciudad como una mujer virgen, aunque infinitas veces amada. Tampoco contaré que vi al conductor de un bus observar fijamente hacia algún punto del suelo mientras esperábamos a que se decidiera a arrancar, tampoco contaré que ese mismo bus olía a semen y a pollo, ni que Lima resulto estar mas cerca de lo que creía.

Lo que si contaré es que al bajar de la casa de mapache, para embarcarme de nuevo en un busecito rojo, fui abordado por un personaje de esos fantasmales que merodean la ciudad pidiendo cosas extrañas. Primero intenté esquivarlo, después simplemente lo escuché. Tenía hambre. Recordé que en mi mochila aguardaba un brownie y sin pensarlo se lo ofrecí:
-¿Quiere un Brownie?- le dije.
-¿Qué es eso?- preguntó.
-Es como una torta de chocolate- le respondí.

En su mirada supe que no le agradó mucho mi respuesta y no contento con mi ofrecimiento quiso ir más allá:

- Por qué no me ayuda para una gaseosita más bien quesque tengo mucha sed- dijo suplicante.

Recordé que no solo había un brownie en mi mochila, sino también una botella de Pony Malta y se la ofrecí. Él no cabía en sí de la emoción y con un entusiasmo inusitado me dijo:

- Huyy, eso es loques bien, usté si sabe, que chimba, gracias parce-

Y me dejó ir.

De nuevo en el bus, de vuelta a mi casa, pensé que tal vez no había descubierto nada, que solo me dejé impresionar por cosas que a otros ojos son normales, y que lo realmente importante estuvo en ese último gesto, donde la ciudad no es artificio.
[1] Sistema de transporte masivo adoptado durante la administración de Enrique Peñaloza, basado en la construcción de troncales especiales por las que circulan buses articulados.
[2] Estación que concluye o inicia un tramo dentro del sistema transmilenio.
[3] Buses verdes que acercan a la gente a los portales y a ciertas estaciones intermedias, su utilización nos introduce ineludiblemente en el sistema.
[4] Lugar donde el wisky es muy caro porque se ambienta con desnudistas que por plata extra están dispuestas a prostituirse.

Un relato, algo que se lee como cuento, pero que efectivamente sucedió, en la bizarre capital francesa

EN EL CENTRO COMERCIAL

Entramos al centro comercial después de haber estado merodeando por La Défense. Teníamos tanta ropa encima que parecíamos visitantes plutonianos tele transportados a un mundo futurista en medio de la isla parisina. Mi mamá no dejaba de preguntarme por el mapa que nos regalaron en el metro, y yo, después de haberlo buscado infructuosamente en la infinidad de bolsillos de la igualmente infinita cantidad de ropa que me abrigaba hasta la asfixia, le dije que lo había perdido. Mi mamá hizo un gesto indefinible y buscó algo en las vitrinas.

No sé en qué momento terminamos metidos en una tienda enorme de perfumes, con mi mamá extasiada mientras una señorita vendedora intentaba entender lo que por medio de un histrionismo más patético que cómico le pretendía comunicar mi mamá, en lo que en últimas era sólo un afán de consumo irreprimible, que no entiende de barreras idiomáticas. Al ver la desenvoltura materialista de mi mamá resolví salir con mi hermano y buscar algo más entretenido. Nos bastó poco tiempo para definir que queríamos hacer; mi hermano se fue a una tienda de videojuegos y yo a una librería, acordamos una hora y un punto de encuentro y nos separamos.

Al rato me reuní con mi hermano en la tienda de videojuegos que se encontraba cuatro niveles más arriba de la librería y desde la cual se divisaba la perfumería. Bajamos un nivel y entramos en la perfumería pero mi mamá no estaba. La señorita que la atendió, al verme se acercó y me dijo en un pésimo pero sorprendente español que mi mamá había salido y que pronto volvería. Subimos de nuevo a la tienda de videojuegos y desde allí esperamos atentamente a que volviese, él jugaba Nintendo y yo no quitaba la vista de la perfumería. Pasaron varios minutos y la espera se hizo inquietante. Mi hermano salía y entraba de la tienda de videos y no dejaba de maldecir por la estupidez de mi mamá, entre tanto yo me preocupaba en silencio.

El centro comercial proseguía en su normalidad. Pasaba el tiempo y mi mamá seguía extraviada de manera algo inexplicable. Cerraron la tienda de perfumes y paulatinamente se empezaba a vaciar el centro comercial mientras mi hermano y yo esperábamos sentados en el suelo del corredor donde se encontraba la perfumería, con algo de temor y rabia en nuestros rostros, con la sensación de que si no volvía, probablemente algo terrible le sucedería en medio del invierno parisino, pero sobre todo en medio de los parisinos.

La espera se hizo insoportable y echamos a andar por todo el centro comercial en una búsqueda nerviosa y desordenada. Las vitrinas y sus decorados navideños pasaban inadvertidas mientras nos dábamos cuenta de lo enorme y laberíntico del lugar. Mi hermano empezó a llorar y yo no pude evitar seguirlo.

Caímos exhaustos al suelo junto a unos teléfonos públicos y desde allí vimos a mi mama acercarse lenta y confusamente por el pasillo impoluto del centro comercial.

Este cuento ya se publico en papel, en el periódico de los estudiantes de la Universidad Nacional, y ahora lo publico aca, corto, como es usual

MANTRA

Quiero contar hasta cien con los ojos bien cerrados y esperar que no estés más allí cuando vuelva abrirlos. Dejarme llevar por el mantra numérico que desde el cero hasta el nueve me mostrará el camino unívoco de su lógica y después me obligará a querer combinar infinitamente los mismos diez dígitos que yo caprichosamente haré terminar en cien, y por puro capricho también cerraré los ojos creyéndome un monje budista y murmuraré internamente cien palabras que empiezan a ser ciento uno si pienso empezar desde el cero. Cero, uno, dos. Verme en el viejo barrio contando en la oscuridad, sufriendo el castigo del que cuenta, sintiendo los correteos de los niños que detrás de postes y matorrales esperan hacerse invisibles para no tener que contar jamás, porque el que cuenta sabe que algo pasará cuando termine de contar. Un fusilamiento, el lanzamiento de un cohete, los días en una prisión, el último plazo para aguantar la respiración bajo el agua en una piscina de balneario con los primos o el hermano, o contigo, que mágicamente desapareces entre los números. Veinte, veintiuno, veintidós. Porque aunque me proponga contar para siempre el momento de mi muerte será también el final de mi conteo, el número que la preceda inmediatamente será también el que defina la razón de contar, el que dará sentido a esa tarea absurda. Treinta y dos, treinta y tres. Sentir cómo las palabras se articulan en mi mente y cómo las pronunció sin mover la boca, en ese placer enfermizo de contar para todo: en la tina mientras aguanto la respiración, en el bus que repta trabajosamente para llegar a tu casa, cuando presiento la taquicardia y debo comprobarla numéricamente, para que sea real, más real que lo que siento. Cincuenta y seis, cincuenta y siete. Cada vez más cerca del final, vislumbrándote tras mi ridícula manía, sabiendo que sabes lo estúpido que puedo llegar a ser cuando me escudo en los números y espero a que mi capricho defina un sentido, que termine o empiece con algo, que se decida finalmente a salir de mis números y entre en el mundo tuyo, allá en la extraña zona de tus propios números, los que con ansias aspiro entender para poder contar. Setenta y tres, setenta y cuatro. La angustia de lo inexorable, del fin de mi arbitrario proceder y de saber que seguirás ahí, aunque mi conteo se prolongue por toda la noche, aunque decida contar hasta quedar dormido. Cada vez más cerca de eso, de volverte a encontrar fuera de mi mundillo lógico de ciento un peldaños equidistantes, de saberte vivo otra vez, pero allá, lejos de mí. Noventa y nueve, cien. Sé que ahí estas, y este no es el fin. Cero, uno…

Buenas nuevas del blogsito

Pues si, mi blogsito sigue ahí, en ese lugar extraño e intangible que es la red, y viene con ornamentos. Un contador y un panel de mensajes para quienes quieran putiarme o vanagloriarme, o las dos cosas, que tambien se puede dar, sin tener que hacer mayores esfuerzos. Todo lo hago por ustedes, mis inexistentes lectores. Y a propósito de lecturas, ayer tuve una reunion con mí grupo de cuento, del que hago referencia en un escrito anterior, digo mí, no el, ni nuestro, porque así me lo apropio y puedo despotricar de él como despotrico de mí mismo. En la reunión, que casualmente fue en mi casa, se leyeron varios cuentos mios, algunos presentes en esta página, y horror, detesto las lecturas compartidas, de eso sólo sale una zarta de estupideces, y ese horror me sono muy marica, pero que carajos. En fin. Este blog crece y no gracias a sus aportes buenos para nada, mentiras, gracias a todos por soportarme.

martes, octubre 18, 2005

Que pena a todos por tantas erratas

Pues gracias a un lector muy perspicaz, me di cuenta de una errata horrorosa que campeaba en mi perfil, sé que no es la única así que pido disculpas a quienes se sientan agredidos por por mis faltas de ortografía.

viernes, octubre 14, 2005

Dos cuenticos, uno recien salido del horno, y el otro ya en la pila de desperdicios, ustedes perdonarán.

Antes del trabajo


El sonido de su voz me vino desde el sueño. Eso no lo supe sino después, claro está, cuando sentada en la cama intenté unir toda esa información que salía de la radio, nuestro despertador. Andrés Camilo Peña, el amigo de colegio de mi hijo. Todo concordaba, tenía que ser él. La descripción del accidente tuvo algo de dramatismo cinematográfico, de otra forma no tendría las imágenes tan claras: Andrés Camilo tumbado en el asfalto, boca abajo, ya algo maltrecho. Andrés Camilo intentando pararse, sintiendo dolor en todo el cuerpo. El kart de Andrés Camilo cayéndole encima, rompiéndole todos los huesos, matándolo. Tenía que ser él, el amigo de mi hijo, el que vino a comer una noche, el de los ojitos claros, el que es mucho más lindo, Andrés Camilo. No se lo diré a nadie, pienso ahora en la ducha, ni a Felipe ni a Juan Carlos. A Felipe no sé si le importe, ni se debe acordar del amigo de nuestro hijo, por esos días no hacía más que repetirse la suma que debíamos pagar por el apartamento, sacando cálculos mentales de actividades que teníamos que no hacer por un tiempo, dejar de ir al cine, cambiar el alimento del perro, pobre Baldo, llamar sólo dos veces a la semana a Osiris para que nos ayudara con el aseo, pobre yo. No, a Felipe no le importaba quien viniera a comer una noche cualquiera. Ese día sólo yo me fije en Andrés Camilo, sólo yo lo vi en toda su incomodidad de adolescente, contestando sin comprometerse más que con la cortesía a nuestras preguntas de rigor. Cómo lo pudiste traer, no pensaste acaso en tu imprudencia, todos andábamos llenos de problemas y tú tenías que traerlo, para tener que soportar su risa radiante, su mirada de animal cautivo. Quisiera quedarme bajo el agua toda la mañana, oyendo a Paul cantarle a su perra, si supiera componer le haría una canción a nuestro Baldo. Ya Viene Felipe a sacarme, si tan sólo supieras que debería quedarme acá todo el día oyendo esta música que sale de nuestra súper ducha italiana con radio, pero no lo sabes, sólo sabes que son las siete y tienes que ir a trabajar, y que me dejarás a mí en el trabajo y que iremos a almorzar juntos, y más tarde, otra vez los dos en el carro, escuchando la radio para evitar tener que decirnos algo, para disimular nuestra aburrida vida, pensaré en Juan Carlos, cada vez más lejano, y en las cosas que nunca te cuento, que nunca te contaré.

Despertarse con esta emisora ya no me parece tan buena idea. Quien quiere saber como muere el joven promesa del kartismo colombiano aplastado por su propio kart. Recuerdo cuando vino a comer una noche con Juanca; sus modales falsamente impecables, la cortesía vulgar por soportar nuestra modestia, nuestras ganas de sobrellevar la situación dignamente. Esa noche Clara estaba muy rara, pero no le pregunté nada, sabía que él la había subyugado de alguna forma, cuando fue a llevarle cobijas para que se acomodara en el sofá y se quedó viéndolo quitarse el pantalón a través del espejo del corredor, no sabía que yo la vigilaba, que me gustaban sus silencios y sus misterios de mujer discreta. Esa noche se levantó a tomar agua. Me hice el dormido como siempre y espere a que volviera para abrazarla, sorprendiéndola. Volvió agitada y se alejó de mí, ni siquiera intenté el abrazo. Clara se me va en esta cotidianidad de días que no cambian, estáticos, como en un tiempo suspendido, que nos envejece y nos separa cada vez más, hasta hacernos irreconocibles, sombras que se encuentran en los claroscuros de la vida. Y ahora viene Paul con sus canciones insulsas que tanto le gustan a clara. Me la imagino en la ducha, alegremente desnuda, cantando a viva voz, me la imagino, porque hoy no va a cantar, así sea la canción que mas le gusta, hoy no tiene ganas de cantar y no las tendrá en todo el día. Mejor la saco ya de su idilio musical o sino querrá quedarse ahí metida una eternidad.

Son ridículas estas ganas de llorar, sobre todo cuando vienes desnudo a sacarme de la ducha y no quiero que lo sepas, pero es irreprimible. Basta, no me toques, estoy bien, sólo que esa canción me hace llorar, no es que esté sensible imbécil, es que no tienes ni idea. Ya se me pasará, no finjas preocupación, además mírate, qué imprudentes tus ganas de hacer el amor. No sé desde cuando empecé a odiarte Felipe, pero ese día, cuando fui a tomar agua, no quise volver contigo, quise quedarme en el sofá, con Andrés, preguntarle por qué lloraba y secarle las lagrimas que ya empezaban a bajarle por las mejillas. Es que no sabes nada. Pero que te digo yo de ganas imprudentes de hacer el amor, cómo si ese día no hubiera sido yo la que se acostó a su lado, la que lo abrazó maternalmente y quiso quedarse allí, tocándolo.

Ya lo sé clara, no hace falta que me lo digas. Tú tampoco sabes nada. Yo oí sus sollozos, que mas tarde serían gemiditos, y no, no dormía porque te quería cerca para poder abrazarte, pero cuando volviste no querías nada, y la verdad yo tampoco. Dejémoslo así, no quiero que Juanca se entere, no de está forma, ya le dirán sus amigos, pero no tiene porque enterarse ahora mientras tu lloras desconsolada. Déjame bañar mujer, ya se te pasará. Más bien cambia de emisora que ya no quiero saber nada de la estupidez del mundo, pon tus canciones y cántalas, eso siempre te pone alegre, por mi no te preocupes, igual ya lo sabía, deja de llorar.

El parque de noche


Bajar corriendo las escaleras. Salir de casa sin despedirme. Caminar deprisa hasta el parque y observar a los niños jugar, con la mirada de un lado a otro, para aquí y para allá; dejándome embriagar por tanta luz y tanta sombra en esta noche sin luna. A la derecha encuentro los columpios y los demás juegos de niños: pasamanos, arenera, rodadero, llantas pintadas de azul y amarillo, algunas golosas desdibujadas, plasmadas sin rigor en el suelo áspero del parque; a la izquierda, un remedo de cancha de fútbol. ¡Pero si a esta hora no hay niños! ¿Acaso pensaba encontrar niños jugando? No, a esta hora no hay nadie en el parque, y en los columpios nunca juegan los niños porque están encharcados y a los niños ya no les gusta estar sucios todo el día. Además sólo uno de los columpios funciona. Los otros fueron desprendidos a punta de pata y mal uso por los chicos mas grandes del barrio, los acabaron pateándolos mientras tomaban, gritaban, bailaban y no dejaban dormir a nadie. Sólo hay un columpio funcionando, hace un ruido insoportable pero funciona. Hace tanto ruido que hasta se alcanza a oír desde mi casa. En algunas noches el viento lo hace mover en un balanceo que parece no tener fin, y así yo esté durmiendo, me despierto ahí mismo y corro a la ventana para ver hacia el parque, para ver al columpio allí; meciéndose una y otra vez, de aquí para allá en medio del parque que a esa hora está siempre solo. El ruido de su vaivén oxidado me desvela. Cuando era un niño, me asustaba aquel ruido chillón que salía de ese armatoste, pero ahora es solo el ruido metálico y monótono de siempre. Los parques de la ciudad han cambiado. Los fuertes ahora son de plástico y parecen sacados de una tira cómica, las areneras tienen arena, no barro, y los rodaderos vienen en formas más osadas y divertidas que el de este parque miserable. Todos los parques de la ciudad han cambiado menos este. Hoy no me desperté por el ruido del columpio, hoy no podía dormir, llevaba horas dando vueltas en la cama, pensando y pensando. La almohada se calentaba hasta que no aguantaba más el calor y le daba la vuelta, el nuevo lado también se calentaba, entonces le volvía a dar la vuelta. Mi noche se consumía de esa forma, en un sin sentido perpetuo, y pensé que así también se consumía mí vida; por eso salí corriendo de mi cuarto, bajé las escaleras, y me alejé de la casa sin despedirme ni pensar en nadie. El parque de día, aunque parezca haber sido arrasado por una bomba atómica, adquiere algo de vida con los niños que juegan fútbol, que intercambian canicas, que corren y ríen con sus caras sucias. Yo ya hace un tiempo que no sé lo que es reír. El parque de noche es un lugar sombrío. Parece que el retumbar de los gritos y carcajadas de los niños que vienen durante el día permaneciera hasta la noche. El parque de noche se asemeja a un cementerio sin visitantes. Ahora escucho el maldito rechinar del columpio mientras el viento arrecia y me trae a la cara una nube de polvo. Todo es triste en este barrio. No sé que voy a hacer. Me encuentro tirado en una esquina, entre la acera y el asfalto mirando mis zapatos. Me da por ir donde Juan, quiero hablar con él, necesito de su presencia. Me paro y camino hacia su casa. En el trayecto un par de borrachos intenta detenerme con insinuaciones que no caben en ningún momento, menos en esta noche. Acelero el paso y los dejo atrás justo en el momento en que uno de ellos se abría la bragueta y… no quiero pensar en eso, yo lo que quiero es hablar con Juan, y me importa un pepino que tenga que despertar a su familia, en esta noche no puedo hacerle concesiones a la formalidad, se trata de mi salud mental y sólo Juan puede ayudarme. La casa de Juan es una de las más lindas del barrio, lo que no dice nada porque en este barro todos somos pobres y nuestras casas son de pobres. Igual es la casa en donde Juan y yo hemos sido amigos, por eso me gusta. El camino se hace más largo que de costumbre y empiezo a perder la paciencia, he tenido paciencia toda mi vida. Correr, correr purifica. Corro y me purifico con el cansancio. Golpeo en todas las casas, hago un alboroto en esa cuadra. La gente piensa que estoy borracho, pero no; estoy loco y necesito hablar con Juan. Decido tranquilizarme, al menos para ellos, los que se impacientan desde sus ventanas, y me encamino de nuevo hacia la casa de Juan como si fuera una situación normal. La gente me deja ir, tiene sueño. La casa de Juan por fin aparece, me agarro al timbre y grito su nombre. Juan, tengo algo que decirte, baja que es importante y no puede esperar, es sobre los niños y el parque, y el columpio, es sobre este barrio y sobre nosotros, Juan, baja rápido que me estoy enloqueciendo. Mientras grito todo eso una luz en el segundo piso se enciende, después se abre la ventana y una vieja de cara arrugada me mira con desconfianza. Yo le pregunto por Juan. La vieja se hace la que no entiende, observa el reloj de su muñeca y vuelve el rostro hacia adentro. Yo la instigo con más gritos a responder, pero la vieja desaparece de la ventana. En su lugar una joven me dice que espere que ya baja. Yo espero aunque me desespere por saber qué es lo que pasa. La puerta se abre y la joven me invita a seguir y me dice que ya llamó a mí casa. Pero Juan, dónde está Juan. No hay respuesta. El desconcierto se apodera de mí y vuelvo a gritar su nombre. Nada. Sólo la voz de la vieja diciendo que si acaso aún no me había enterado de que Juan estaba muerto desde hace un año, y la joven poniéndose un dedo en frente de la boca y diciéndole a la vieja: cállese que después le explico.

domingo, octubre 09, 2005

Obituarios en la sopa

Me enteré esa mañana que en el sur de Bogotá estaban haciendo sopa de periódico. Lo primero que hice fue llamar a Esteban para invitarlo a almorzar. Esteban - te tengo una receta, una realmente ingeniosa, una tan autóctona como la pobreza- -Ya sabes que odio esa palabra-, comentó con desgano. Me quede sin saber cual de las dos: ¿Autóctona o pobreza?. Sabía que a Esteban lo único que lo alejaba de esa modorra con que enfrentaba los días eran mis llamadas, no podía resistirse a salir de su cuarto, coger algunas monedas, instalarse en un bus y atravesar la ciudad, con la mirada fija en la ventana, escuchando conversaciones ajenas. No importaba que razones hubiera detrás de ello, siempre era mejor que estar ahí. No me sorprendió que mi invitación absurda lo animara, igual sabíamos que todo era un juego, un juego macabro que jugábamos para superar el tedio. Esteban ya venía en camino y yo me encontraba preparando los ingredientes. Busqué periódicos por toda la casa y encontré unas hojas amarillentas en un baúl que siempre pensé era una silla. No pude evitar leer algo. Pagina de obituarios: La familia López Dubart extiende su pésame a hijos, esposo, familia, y amigos de la señora Luz Ángela Pechabell, fallecida el…

Qué hojas podrían serme mas útiles; aquellas con fotografías a color (el tinte de colores debe saber distinto al negro) o aquellas con pocos espacios en blanco, para tener más sustancia de tinta, ¿eso debe ser definitivo no? Dejaré que Esteban decida. Tenía la sección de los obituarios ¡qué montón de gente ha muerto últimamente!, la de los columnistas, el crucigrama, una llamada “Nación” y finalmente los clasificados. Con eso sería suficiente. Busqué en los cajones de la cocina un cubo de sustancia de gallina y algo más que le diera sabor a la sopa, cogí una caja amarilla y leí el respaldo para saber qué hacer.

No sé bien en que momento me dormí, es estúpido pensar en eso, uno nunca sabe bien en que momento se duerme. La luz era escasa, estaba en el sofá de la sala escuchando un cuarteto de Britten y no recuerdo más. Tardé unos minutos en salir de ese aplastamiento del sueño, de esa pesadez, de esa otra vida. El disco se había acabado. En la casa reinaba el silencio, ni siquiera de la calle venían sonidos. Recordé que estaba esperando a Esteban. Ya era tarde y Esteban no llegaba. Es extraño que no hubiera llegado, el nunca me deja plantado. Lo llamé a la casa. Timbró una, dos, tres… varias veces y nadie contestó. Llamé al celular. Aparte de la voz sintetizada de la operadora no hubo respuesta alguna. Me paré aún sonso por el sueño y fui a la cocina. Sobre el mesón de mármol reposaban unos periódicos viejos, los cogí para llevarlos al baúl y en el trayecto leí de nuevo los obituarios: La familia López Dubart extiende su pésame a madre, padre, hermanos y amigos del joven Esteban Torres Quiroz, fallecido el…

Imágenes por carlitos

jueves, octubre 06, 2005

Para las setecientas del ego, ya sé que no ganaré, así que mejor la publico yo mismo



Siempre pensé que escribir sobre mí sería fácil. Es lo que siempre he hecho. Hablar de mí y pensar el mundo desde mi yo dislocado y a veces centrado, pero sobre todo dislocado. Ese yo que desde los 17 años ha estado escribiendo desordenadamente y ha dejado arrumar sus textos en un rincón del armario, al lado de los calzoncillos, entre las camisetas y los pantalones. El que hace poco vio publicado un cuento suyo en un periódico insignificante de estudiantes universitarios, para el que colabora, y no ha podido dejar de pensar en lo torpe de su prosa, en lo inútil de sus reflexiones, en lo inocuo de sus pensamientos. Ese mismo que iba dejando tirados fragmentos de su nimia obra, en papelitos sacados de libreticas inmundas, prestadas por alguna de esas niñas que gustaban de cargar cositas inservibles e inmundas. Era la época del colegio, la del tedio y la modorra. Pero nada ha cambiado mucho, el tedio se convirtió en angustia y la modorra en insomnio, madurez, supongo. Ya no son papelitos, claro está, la cosa es mucho más seria, aunque la seriedad no ha acabado de ninguna manera con el problema. No es qué escribir; eso lo tengo solucionado, nada más miren lo que leen ahora mismo, es cómo hacerlo. Mis primeros relatos fueron patéticos, intentos e intentos de rotundos fracasos. Quería escribir como Cortazar, de hecho es él el culpable de que me encuentre a las dos de la mañana, frente a una pantalla cada vez menos inmaculada, debatiéndome ante mis imposibilidades creativas. Después, ya en la universidad (estudiando en el lugar equivocado), me metí a una clase de taller literario. Fue allí donde por primera vez me enfrenté a la crítica, con mis dos cuartillas de una novela futurista, leídas de cualquier manera por alguien sin mucho interés en mis conflictos existenciales, ambientados en una Bogotá de subterráneos y drogas extrañas. No sobra decir que esa novela no pasó nunca de sus dos cuartillas iniciales. A la gente le gustó, aunque no supieron que decir. Después vino el viaje, que merecería una mención especial, un año en Europa no es cualquier cosa, pero pavadas de gente que se ha ido a vivir a Europa, ya se han escrito muchas. Desde mi regreso, a pesar de no estar entregado ni al estudio ni al ocio, he logrado escribir algo, un algo que aún no es nada, pero que al menos comienza a gustarme. Lo primero que hice, fue deshacerme de mi culpabilidad homosexual, y lo hice escribiendo cuentos de maricas, digamos. Mis padres no tardaron en encontrar lo que yo escribía y dejaba insinuantemente a la vista de cualquiera; no por provocador, por simple descuido. No eran relatos eróticos, pero era evidente que quien los escribía no tenía reparos en expresar su sexualidad, no en el papel. Con los relatos encontrados fue suficiente, mis padres se enteraron y todo se dio, con algunos traumatismos, es cierto, pero nada que tras una semana no fuera olvidado. La vida continuaba. Mi vida sexual dejó de ser tan importante cuando por fin empecé a tener vida sexual. Cortazar continúa siendo un paradigma. Primeros párrafos de posibles novelas se van multiplicando en esa carpeta que llamé “mis escritos”, los leo obsesivamente, buscando falencias y aciertos, pero ante todo sus mentiras. Odio la ficción cuando se sabe ficción y me odio por escribirla. Ahora ando en un grupo de cuentistas sin talento, soy el más joven. Pretendemos publicar un libro con dos cuentos de cada uno, nos reunimos mensualmente para leer lo que hemos hecho y decir algo, opiniones, generalmente inútiles, de lo que escribimos. No sé cual podría ser el título del libro, pero creo que el justo: “Cuando falta el talento, sobran las palabras”, no se vendería muy bien. O quién sabe. Yo sé quien sabe, Cohelo. Lo que me queda es terminar esto de alguna manera, imprimirlo y colocarlo en mi pila de textos, en el rincón del armario junto a los otros, al lado de los calzoncillos, entre las camisetas y los pantalones, mañana continúa la vida.