lunes, marzo 09, 2009

Gioielli

No tengo mucho para escribir, nada a decir verdad. Lo más sensato en estos casos es dejar hablar a quienes sí. Me robo unas de las prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro.

Durante diez años, mientras trabajé en la agencia, fui casi todos los días a los jardines del Palais Royal, a caminar por sus arcadas unos minutos, antes o después del almuerzo y, cuando no tenía dinero, en vez del almuerzo. ¿Y qué queda en mí de estos paseos, santo cielo qué queda en mí? ¿Para qué me sirvió esa inversión de cientos y cientos de horas de mi vida? Para nada, aparte de dejar en mi memoria algo así como el dibujo necio en su precisión de una tarjeta postal. Nosotros tenemos una concepción finalista de nuestra vida y creemos que todos nuestros actos, sobre todo los que se repiten, tienen una significación escondida y deben dar algún fruto. Pero no es así. La mayor parte de nuestros actos son inútiles, estériles. nuestra vida está tejida con esa trama gris y sin relieve y sólo aquí y allá surge de pronto una flor, una figura. Quizás nuestros únicos actos valiosos y fecundos han sido las palabras tiernas que alguna vez pronunciamos, algún gesto de arrojo que tuvimos, una caricia distraída, las horas empleadas en leer o escribir un libro. Y nada más.
-------------------------------------------------------------------------------------

Cuando alguien se entera de que he vivido en París casi veinte años, me dice siempre que me debe gustar mucho esta ciudad. Y nunca sé qué responderle. No sé en realidad si me gusta París, como no sé si me gusta Lima. Lo único que sé es que tanto París como Lima están para mí más allá del gusto. No puedo juzgar a estas ciudades por sus monumentos, su clima, su gente, su ambiente, como sí puedo hacerlo con ciudades por las que he estado de paso y decir, por ejemplo, que Toledo me gustó pero que Frankfurt no. Es que tanto París como Lima no son para mí objetos de contemplación, sino conquistas de mi experiencia. Están dentro de mí, como mis pulmones o mi páncreas, sobre los que no tengo la menor apreciación estética. Sólo puedo decir que me pertenecen.
--------------------------------------------------------------------------------------

Mi error ha consistido en haber querido observar la entraña de las cosas, olvidando el precepto de Jouvert: "Cuídate de husmear bajo los cimientos". Como el niño con el juguete que rompe, no descubro bajo la forma admirable más que el vil mecanismo. Y al mismo tiempo que descompongo el objeto destruyo la ilusión.

Textos tomados de Prosas Apátridas, Julio Ramón Ribeyro.