jueves, diciembre 21, 2006

Little miss sunshine, una revelación












Ayer se agregó una película a mi lista de afectos cinematográficos. Se trata de Little miss sunshine. Una familia norteamericana común, digamos. El padre, un hombre con la ambición de convertir a su plan de nueve pasos para alcanzar la felicidad y ser un ganador, en el próximo éxito en ventas de la sección autosuperación de las librerías. La madre, una mujer trabajadora y respetuosa de la vida de los demás, que fuma a escondidas de su esposo y tiene el rostro algo cansado. Su hermano, gay suicida, experto en Proust, desilucionado de las relaciones y abandonado por la academia, donde muchas veces triunfa más la inteligencia para venderse que la inteligencia misma,una típica confusión contemporanea. El hijo, un adolescente con aspiraciones de altísima pureza espiritual, imbuído en un ambiente de vidas frustradas e ilusiones rotas, sumido en un voto de silencio alentado por la lectura de Nietzsche. La hija, una niña lindísima que quiere ser reina de belleza, y mira sin parar en su televisor, cómo las reinas fingen cada gesto, para después imitarlas a su manera. Y por último el abuelo, un cocainómano pornoadicto, franco y descarnado, que entrena a su nieta para ser reina de una manera bastante particular. En fin, una familia típica, con la cual el cocktail fílmico es de lo mas divertido, tierno, dramático, duro y único, que he visto desde hace mucho. Por eso entra en mi lista de afectos, y por eso no sigo hablando de ella, para que se animen a verla.

miércoles, diciembre 13, 2006

Noticias desde el sur

CARTA AL VIENTO


Querido viento,

Resulta que Puerto Madryn no es un lugar inhóspito como temía, sino en cambio una ciudad que aunque pequeña cuenta con restaurantes, pizzerías, tiendas donde se sirven elegantes tés galeses y bueno, hasta un hotel boutique. Así que no tiene nada que ver con el moridero en medio del desierto que me esperaba. Pero es que después de andar 1.600 kilómetros por una carretera que se hacía cada vez más estrecha, divisando el mismo paisaje que no se cansaba de repetirse hasta la nausea, es muy difícil imaginar que se llegará a un lugar con tantas comodidades. Tal vez sean mis recuerdos de lugares en Colombia, los que contaminan mis expectativas de cuanto lugar visito. Sitios donde la energía llegaba por horas, el calor te sumía en un sopor que no te dejaba pensar en otra cosa distinta que !AGUA!, y tantas otras pequeñas calamidades que en últimas reforzaban el hecho de que te encontrabas lejos, lejos de lo que conocías y te era propio, de la seguridad del hogar. Pero en Puerto Madryn eso no pasa, aunque sea el punto más austral en el que he estado, eso no me pasa.

Buenos Aires es enorme, no te das cuenta de sus dimensiones hasta que tienes que salir de ella, y pasas horas en la ventanilla de un bus de dos pisos viendo cómo los edificios se suceden uno tras otro, sin más en el horizonte que esos mismos edificios para mirar. No da lástima dejarla, pero te deja con ganas de más igual, puede ser como una adicción.

Mañana iremos a ver ballenas y otros animales de mar que suelen estacionarse por estos lares, para fortuna de los habitantes de esta ciudad sin atractivo mayor que el mar, que siendo justos, es siempre un atractivo mayor. Después iremos más al sur, hasta que nos cansemos de ser turistas y se nos acabe el dinero, cosas que anticipo sucederán simultáneamente.

Creemos que nos robaron la cámara, pero yo guardo la esperanza de que la hayamos dejado en el apartamento de recoleta donde nos quedamos (los que conocen sabrán que recoleta es un barrio cheto, y lo nombro sólo por joder), Carlos en cambio quiere creer que se la robaron unos argentinos que iban en el mismo bus, y así poder aumentar su odio hacia los chirris, como él los llama. Pero yo sé que no son muy serias sus acusaciones, de todas formas da rabia no poder tomar fotos y culparlos a ellos es siempre mejor que culparse a uno mismo. Pero no será la primera vez que no tomo fotos, esas emulas del recuerdo que tienden a ponernos tristes, aunque hasta depronto me animo y compro una descartable, no sé.

Estamos en Puerto Madryn y la playa nos espera para una caminata nocturna.

Chau.

miércoles, noviembre 22, 2006

Pendejadas en serio



Autoretrato de Satie. Abajo se lee: "Vine al mundo muy joven, en un tiempo muy viejo", una de sus frases célebres.



Otro bosquejo de Satie



Y ahora un aforismo, por mi:

Si mentir te hace feliz: miente, si no: no seas guevón (o en el caso femenino: no seas tetona), o vulvona, como prefieran.

domingo, noviembre 12, 2006

Domingo















Vengo de la nueva tienda Falabella, esa cadena chilena omnipresente en todo lo que signifique negocios, y me acabo de enterar que existen un montón de objetos y artículos que desconocía y que necesito. Vivía en la ignorancia, era falsamente feliz, pero ahora que sé que hay tantas cosas diseñadas y pensadas para mí; para mi felicidad, para mi comodidad, para mi diversión, para disimular mi estupidez, para mi placer; ahora que lo sé, no puedo ser tan feliz como antes.

Entonces quiero tenerlo todo, lo que pensé que necesitaba y lo que nunca imaginé podría querer. Hago cuentas en mi mente, descabellados razonamientos que me hacen comparar situaciones que no coinciden. Pienso que si hay alguien capaz de comprar una botella de vino de 800.000 pesos, como la que vi en el Carrefour cercano a mi casa (y que recorro solo, casi secretamente cuando siento el vacío capitalista) y que en una cena la destapa, no sin antes alardear su precio, y la ofrece a amigos y familiares creyéndose mejor persona. Si hay alguien así, por qué no puedo yo querer un par de zapatos que cuestan una octava parte de ese líquido rojizo apreciado como el oro que saldrá irremediablemente amarillo (ahora sí como el mismo oro), y se instalará con todo lo demás en el fondo de la taza del baño.

Un par de zapatos, unas camisetas, varios discos, un par de libros, un capuchino, sentirme mejor, creerme mejor.

Pero no. No he comprado nada. No fui para eso al centro comercial. Fui para ver a la gente, para sorprenderlos mientras me veían. Mujeres, hombres, niñas y niños. Caminando en hordas. Comprando, sorprendiéndose como yo, con lo mucho que hay y con lo poco que tienen, sintiendo insatisfacción, sustituyendo todo vacío con un helado, con un trozo de carne, con unos zapatos, o con sólo mirar.

Después llegó a mí la nostalgia. En un café, con una revista Soho, con un artículo de Felipe Zuleta, el cual recuerdo por sus columnas breves en el espectador, y por la facilidad con que cambiaba de opinión, por su humanidad en últimas. El artículo habla de los mejores amigos. Su mejor amigo es su pareja. Hay una foto de él y Cesar, de quien se enamoró cuando aún no existían ni theatron ni programas conducidos por maricas, cuando yo veía los clasificados del tiempo en la sección adultos, y descubría que había sitios extraños, donde hombres iban a estar desnudos, y fantaseaba, y tenía miedo.

Ahora sé que no quiero unos zapatos. Quiero a mi mejor amigo, lo quiero conmigo, para poder decirle estas cosas entupidas que pienso, para reír y ser feliz con su risa. Quiero a Carlos, con quien sería feliz rompiendo botellas de vino de 800.000 pesos, orinándonos en la estupidez del mundo.

lunes, octubre 09, 2006

Lo aleatorio

Anoche leí esto, y no sé por qué, pero sentí cada palabra. Lo comparto ahora, que vengo de un concierto de música contemporanea, donde viejas aristócratas, se creían en el Carnegie, o en el Royal Albert Hall, o en La Scala, o en el Colón de Buenos aires; pero no, estaban en un pinche concierto que nada tenía que ver con ese aire patricio de sus vestimentas, de hecho la propuesta musical se burlaba de aquello, aunque la seriedad de los músicos hacía parecer que nadie entendía nada de nada.

fue uno de esos conciertos que lo ponen a uno en la penosa disyuntiva de salir corriendo, o esperar por el vino del final. Yo me quedé por el vino, y durante el concierto pensé en otras cosas.

En la última pieza, de Cage, los músicos fueron saliendo uno por uno, a lo Haydn, y después que todos se fueron, quedó sonando lo del compu. Le dije a mi compañero de al lado -ahora falta que se vaya el compu-. Sólo imaginármelo valió mas que el vino posterior.

Y ahora sí por lo que me metí. Ahí les va.

Las palabras escritas dan miedo.
Siempre he pensado que cuando se escribe se exterioriza el ritmo del alma; cuando se habla se miente; cuando se escribe, no. No es posible. Es como sacar al exterior algo vital y horroroso, como un órgano aplastado sobre el papel.
Poner un hígado en un sobre y enviarlo: eso es escribir cartas.


Simona Vinci

Nada más que agregar.

domingo, octubre 01, 2006

Conversaciones conmigo mismo

Ya está. Aquí te encuentras tecleando pausadamente, como si las ideas (o como le digas a eso que escribes), lucharan por salir, por existir fuera de ti mismo, y se hicieran añicos en el camino, antes de poder constituirse en una palabra, en una frase, en algo. Y de qué querías escribir, siempre parece que tienes algo en mente, o eso dices, o eso nos haces creer, y al final no es nada.

Sí hay algo, yo lo sé, sólo que tanto preámbulo hace que pierda el impulso creador.

Excusas, no haces más que excusarte, amparado en esa extraña cualidad que te permite ser en alguien, sin que hagas mayor cosa por merecerlo.

No se trata de eso, no únicamente. Lo reduces todo para hacerme creer la mentira de mi rostro, de mi mirada. Pero insisto en lo que sí creo, en ese momento de lucidez único, que aunque desgastado y corrompido por las palabras, tiene la suficiente veracidad como para creerlo una excusa.

No sabes de qué hablas.

No, en eso sí tienes razón, no sé de qué hablo, ni sé por qué escribo. Tal vez para entender el malestar haya que salirse de los convencionalismos del propio malestar, de sus implicaciones, no pensar en él como un problema, sino como la razón misma de la creación, está ahí para sacudirme, para aventarme hacia mi mismo. Y por eso escribo, porque no podría concebir de otra forma este momento.

Deja ver si te entiendo. Escribes para evitar caer en el círculo que te lleva al malestar…

No, precisamente lo contrario. Escribo para sentir el malestar finalmente, para definirlo, crearle contornos y colores, saber de qué esta hecho, y así poder decir lo que sea sin el temor de estar perdiendo el tiempo.

Es algo confusa tu argumentación, lo que me hace pensar que no tienes temor a ser incomprendido, o que crees que la incomprensión es lo natural, que lo inusual está en ser comprendido, y que perder el tiempo es luchar por la claridad, cuando se sabe bien que lo que vamos a decir no es claro, no puede ser claro.

Justamente. Cómo podría adelantarme al momento creador y saber qué pasará cuando pasados los preámbulos, me encuentre frente a la pantalla, haciendo de esa claridad mental, de ese momento de lucidez, una confusión de lenguaje. Es imposible saberlo, y por eso no creo en los escritores que sólo juegan cuando saben que van a ganar. Y como ves la cosa se está concretando. Estoy hablando de literatura, del momento crítico de la creación literaria, donde aquello que sientes y piensas pasa a convertirse en materia legible, pasa a ser algo por sí mismo, aunque dependa de uno hacerlo un monstruo indeseable, o un simpático ser extraño, o un monstruo simpático, nunca un ser extraño indeseable.

Te pierdes en el lenguaje, ese es tu problema, tu malestar si prefieres. No crees en el poder de las historias, caes en el lugar común de quienes son incapaces de contar algo de principio a fin y nos dejan con una idea, sea o no chantaje, su poder está en dejarnos con algo. En cambio tú te escudas en la ambigüedad del lenguaje, en su juego intrínseco, y no juegas si quiera, no te atreves a levantar las cartas y ver con qué cuentas.

Me alegra que seas tú mismo el que plantea la cuestión en términos lúdicos, porque me hace saber que para ti también es un juego, que en el fondo no es lo que se cuente, ni como se cuente, sino la capacidad que tenga de hacernos jugar. Cuando te dan un rompecabezas, sea de diez o cinco mil piezas, sabes de antemano que te enfrentas a un reto difícil, pero tienes la certeza de que hay una solución. Cuando lo resuelves, te quedas con la satisfacción de haberlo logrado, pero pierdes el placer de jugar. Ahora imagina un rompecabezas con un número infinito de piezas, ¿te atreverías a jugar sabiendo que nunca podrás llegar a la totalidad del resultado, a su solución definitiva, que te tendrás que conformar con fragmentos del mismo y unirlos imaginariamente para quedarte con algo?

Un rompecabezas con número infinito de piezas es una aberración. Y no es que nadie se atrevería, sino que nadie querría hacerlo. Necesitamos la certeza, no necesariamente del resultado, sino de un fin, tiene que estar en uno si juega o no hasta el final, no en la concepción misma del juego.

Pero que aburrido que eres. Bien sabes que la vida es un rompecabezas finito, como para andar amarrándola en sus aspectos menos comprensibles al detestable juego de marcos con los que jugamos. Los rompecabezas nunca tienen fin, son una ilusión con la que nos reconfortamos para poder ir a dormir tranquilos, pensando que el malestar se halla en esa pieza que aún no ha encontrado su lugar, pero la verdad es que todo rompecabezas es una ventana, donde vemos parte del paisaje como un todo, porque el todo desde una ventana es inconcebible, el todo sólo es concebible desde la nada. Esa pieza faltante nos resuelve un fragmento de la realidad, pero pretender que es la realidad en sí, es lo verdaderamente aberrante.

Y como siempre no llegas a nada.

Tal vez no, mejor no hablamos más por ahora.

Si, me parece bien, ponle punto final y vayamos a ver televisión.

No, en eso si no te pienso hacer caso, mejor

jueves, septiembre 21, 2006

Sobre la sexualidad de las monjas

No acostumbro a hacer esto, pero esta vez me tocó. Ya hace más de tres semanas que no escribo nada nuevo, y aunque pensé en reciclar y poner algún escrito adolescente, me di cuenta de que no me gustan los escritos adolescentes, a menos que uno sea un genio precoz, tipo Rimbaud o Andrés Caicedo, o tenga la gracia de Buchi (referencia personal), no debería escribir. Pero lo que me molesta no es tanto la cuestión de la edad, sino la postura “irreverente” y la incapacidad de salir de lo autobiográfico.

Todo este ataque para decir que estoy en algo así como una parálisis creativa, que me llevó a escribir en mi frase de msn “más seco que coño de monja”, frase que me encanta por el poder evocador que tiene. No sólo los mares y las nubes y los paisajes pueden ser evocados. Pues sí, las ideas no están fluyendo y la pereza me está ganando y me siento seco, como el olvidado e inalcanzable órgano sexual de una monja.

Cada semana me llega un informe sobre el movimiento del blog, cuanta gente entra, a qué hora, de donde vienen, que idiomas hablan, y si llegan de un buscador, qué palabras clave escriben. Muchas veces han llegado cuando buscaban Whiskerias en Bogotá, otras cuando ponen relatos de prostitutas, y hasta alguno llegó cuando indagaba por la señora Alexandra Piraquive, y que a propósito dejó un comentario sobre lo bien que le fue al partido Mira en las últimas elecciones. Ahora podrán llegar personas que busquen por “coño de monja” o “coño seco” aquellas con problemas de lubricación. Y ya estuve demasiado gráfico para un solo post, así que mejor me pongo a escribir, que al parecer por fin asomó una idea. Adiós a la sequía. ¡Vivan los lubricantes!

miércoles, agosto 30, 2006

Sobre lecturas inquietantes

Debe ser una obsesión colectiva, algo que todos pensamos. Pero está allá, en esa zona destinada a lo que no decimos, a lo que callamos, a lo que irremediablemente nos ataca desde el sueño.

El colegio, ahí pasan muchas cosas. Creo que gran parte de lo que somos se gesta en ese sitio, donde nos enseñan de civilidad, de cultura, y nos meten todo lo que un puñado de personas considera importante en horas infinitamente aburridas, que si no fuera por el recreo, serían la peor de las torturas. Uno no va al colegio a aprender, uno va a saborear el tedio de la vida y a conocer los sinsabores de las relaciones, a creer en la amistad, amistades que luego son rotas violentamente por el paso del tiempo, pero a las cuales volvemos sin saber bien por qué, tal vez buscando respuestas, las respuestas que la educación no es capaz de dar, que el tiempo nos ratifica como esenciales.

La noche en que leí de nuevo sobre aquella obsesión, estaba tendido en una hamaca, resguardándome de la canícula de un pueblo del interior, de esos donde no corre viento, y la sombra no es suficiente alivio. Estaba en el índice, era otro de los tantos cuentos de Carver que se encontraban en esa colección. Escuela Nocturna se llama, y tuve que alterar el orden propuesto para la lectura y saltar directamente a él, pues su título me llevó de inmediato a otro cuento, claro, de Cortazar, de quien más, llamado La Escuela de Noche, leído ya hace un tiempo, y que de pasó me transportó también hacia la vida, hacia mi vida en el colegio, el Instituto Pedagógico Nacional.

Aunque los dos cuentos no tengan nada en común, sí comparten la visión de ese lugar, bajo circunstancias no usuales. Quien haya pasado por su colegio en la noche, cuando una que otra luz está encendida y se siente el peso de la oscuridad y la soledad en ese sitio que solemos ver lleno de luz y gente, sabrá de qué se trata esto, y entenderá que tanto Cortazar como Carver querían llegar allí, a ese sentimiento que produce un lugar del que no podemos escapar, así nos disfracemos de adultos y comamos en restaurantes finos.

Si en La Escuela de Noche, el inconsciente es llevado a extremos más que inquietantes, en Escuela Nocturna, apenas nos enteramos del argumento, que si no fuera por el título, tal vez hasta pasaría desapercibido. Da igual. Sea con los profesores travestidos en plena orgía a media noche en el salón donde de día se enseña cálculo, o en lo remoto de un pueblo del país sin nombre (USA) donde dos mujeres proponen un plan absurdo durante una conversación de bar, se habla de lo mismo.

En las noches sucede cualquier cosa en los colegios, pero sólo quienes se atreven a entrar lo saben, los demás fantaseamos.

viernes, agosto 11, 2006

Ahora sí completas

Instrucciones para leer correspondencia ajena

Sí, ya sé, nadie escribe como antes. Las cartas dejaron de ser de papel (sólo aquellas que sirven a la burocracia de turno, con los consabidos inicios respetuosos: señores, ñoras y demás títulos respectivos, o no, que nunca importan y sólo ayudan a llenar el papel de tinta, escupida casi silenciosamente por máquinas increíbles; en fin, sólo aquellas, siguen teniendo una presencia física. Mas esas cartas no suelen ser tan interesantes, como para andar escribiendo instrucciones para leerlas; usted sabe bien que me refería a las otras cartas, las privadas, las que se escriben entre amigos y enemigos, amantes y desconocidos con pretensiones amatorias, pero esas cartas ya casi no se escriben, y si se escriben, se hace en su versión posmoderna: el e-mail, o correo electrónico, imitación virtual que a velocidades inhumanas, es capaz de entregar mensajes tan elocuentes y complejos como: ya llegué, vivo con un paquistaní y un negro, así que la cosa esta muy Benetton, jejejeje, espero consiga trabajo rápido, abrazos. Y bajo la custodia de una clave esperan a ser leídos, algunas veces respondidos, y siempre eliminados permanentemente, por lo que estas instrucciones tendrán que ser modificadas antes de empezadas, y hasta podrían anularse, si la modificación no justifica el ampuloso título, ampuloso como la palabra ampuloso, y como este paréntesis que parece no acabar).

El título adecuado para estos tiempos sería:

Instrucciones para leer correspondencia antigua, y obviamente ajena, o, Cómo invadir cuentas de correo electrónico sin ser descubierto, y otras aventuras de hackers.

Pero para el último título en realidad no tengo instrucciones. Así que mejor me concentro en lo primero, lo de las cartas, y haré caso omiso al hecho de que su aplicación sea obsoleta; tendrá el sabor triste y morboso de viejos documentos, como el de un libro de física antes de la teoría de la relatividad, tal vez elocuente y tremendamente estudiado, pero sin duda inútil, bellamente inútil.

Instrucciones (por fin)

No las abra, espere a que su destinatario lo haga por usted. De paso se ahorra el engorroso trabajo de evitar romper el sobre, y el posterior de comprar uno parecido para reponer el que irremediablemente rompió. La estupidez no es recomendable en casi ninguna situación de la vida, y esta no es la excepción, así que lo mejor es que espere; si tiene suerte, la recompensa de lo leído, le hará olvidar las horas o días que estuvo esperando tras el contenido esquivo de la carta, y si sólo llegó a ella por pura curiosidad, mejor, nada como encontrarse con la sorpresa de una prosa inesperada, de esa persona que usted ya había catalogado y puesto en su respectiva casilla, estas cosas siempre cambian las perspectivas; tienen un poder trasgresor, por no decir iniciático y sutilmente oscuro.

Pero antes que nada (disculpe usted el desorden) tiene que saber con claridad en qué condiciones encuentra la carta, bajo qué papeles distractores, en qué cajones aparentemente llenos de ropa, entre qué páginas de qué libro; de otra manera no logrará usted, nada más que posibilitar que lo pillen, y si hay algo más mal visto que leer cartas ajenas, es ser atrapado haciéndolo. Son necesarias precauciones excesivas en este punto, a veces, tan sólo un cambio sutil de lugar, digamos, unos simples centímetros, son interpretados por el dueño, o dueña de la carta, como la prueba inequívoca de que alguien estuvo husmeando. Sea cuidadoso, estudie la persona y la proveniencia de la carta, analice, no tome la decisión de leer la carta, sin antes haber pensado en estas cosas.

Ya casi estará listo, pero aún falta asegurarse de que no haya nadie a su alrededor. No se confíe. Los peores secretos terminan revelándose cuando se cometen descuidos de este tipo. No crea en los horarios rutinarios, siempre puede haber algo que cambie de repente la rutina, y un olvido de, por decir algo unas llaves, suele ser común en estos tiempos, así que no se precipite, si ya tuvo paciencia para esperar a que el sobre fuera abierto, no le faltará para esperar a que se encuentre verdaderamente solo.

Ahora disfrute el momento. Saque la carta de su sobre, o si ya no se encuentra dentro de un sobre, desdóblela. Sienta las particularidades del papel, su textura, su grosor, su diseño. Ya con las palabras saltándole a los ojos, tómese su tiempo para ver el color de la tinta, la dimensión de los caracteres, hasta puede acercarse para verificar si un perfume tocó el papel. Recuerde que está solo, y que todas las precauciones que ha debido tomar fueron tomadas, por lo que preocuparse, resulta inoficioso, lo único que haría es entorpecer ese momento de privacidad que usted tiene con la privacidad de otros. No subestime los alcances de su hazaña, ni pase detalle alguno. Lea la dedicatoria, de allí muchas cosas pueden ser deducidas, lo usual es que las tengan; por mínimas o comunes, hablan de quien escribe. Siga adelante, disfrute la puntuación, o la ausencia de ella, la ortografía, goce cada palabra como si de cada una se desprendiera la clave para llegar al otro, para entenderlo. Siga hasta estar complacido por completo, y por favor, no se arrepienta a estas alturas, después de tantas molestias, asuma lo que hizo como un hecho irrenunciable. La persona a quien iba dirigida la carta cambiará para usted, la persona que la escribió empezará a ser otra, y en el caso de que no conozca a ninguna de las dos, o demás personas que pueden estar involucradas, cambiará usted. El alcance de lo leído sólo lo sabrá usted.

Ahora haga todo lo posible por dejar las cosas como estaban, si no tiene buena memoria, y cree que es necesario anotar la posición exacta de los objetos antes de empezar, hágalo (ya sé, el orden no es mi fuerte).

Finalmente puede irse tranquilo, o no tanto (las cartas suelen alterar la tranquilidad), a hacer lo que más le plazca, pero estoy seguro, que por unos días, lo que haya leído volverá a usted de maneras extrañas. Ya nunca será el mismo.

martes, agosto 01, 2006

El arte de no hacer nada

Ejercicio de libre asociación de palabras según Word 2003 y su escribiente de turno

Este es el comienzo de un brote de pezones de fresa, despedazados por una cortadora carnicera, cruel y carnívora, una bestia en bruto, rústica como pueblerina sencilla, franca y humilde. Qué bonachón infeliz más miserable, el que sórdidamente trasquiló sin dificultad aparente, la falsa duda quimérica, legendaria y caprichosa cual tarambana bulliciosa, movida por los vientos rancios, de viejo y primitivo origen. Umbral de todo quicio, madero rollizo con el cual corpulentas gordas mofletudas y carirredondas, o hasta carihartas de tanto besar hocicos laicos, legos y carnales, lubrican sabios eclesiásticos, presbíteros de poca monta, acoplados por insuficientes y limitados circunscritos circundados.

martes, julio 25, 2006

Recordando al gigantón (de cariño)




El primer relato que leí del gigantón (sufría de gigantismo) fue “El perseguidor”. Tal vez el mejor cuento sobre un músico (Charlie Parker) que haya leído y el que mejor interpreta ese sentido del tiempo propio de la música, que aunque las contratapas de los discos se empeñen en rotular con medidas exactas, no es más que otra forma de entender el tiempo, y sí, con distintas medidas, pero vaya uno a saber cuales. Es la historia de un saxofonista, que un día mientras viajaba en el metro de París, pensando en distintos momentos de su vida con detalle, esuchando melodías y sonidos del pasado; se da cuenta de que para pensar todo aquello, habrían tenido que pasar al menos quince minutos, más sólo pasaron dos, si acaso, que es lo que dura un trayecto normal entre tres estaciones. Es una sensación de desfase entre lo que pensó en tiempo “musical” y lo que en efecto sucedió en tiempo “real”. La evidencia del desfase es abiertamente subjetiva, pero pone de manifiesto una sensación respecto al estado metafísico de los sonidos. Claro está que el saxofonista del cuento era adicto a la cocaína y otras drogas fuertes, por lo que su percepción también dependía del estado alterado o no alterado en el cual se encontrara, pero es sólo un dato distractor, que no determina la situación, y el mismo personaje aclara que no había ingerido nada. De toda formas la alteración perceptiva del interprete, es sólo sentida por él mismo, lo que haga con los sonidos va a ser un único hecho físico independiente, y por lo mismo su condición metafísica es inherente a lo que suena, no al interprete.

Parece enredado, y en verdad lo es. Pero estoy seguro que todos hemos tenido alguna experiencia de “atemporalidad” o de expansión y compresión del tiempo que conocemos, gobernado por los implacables segundos y la relación causa-consecuencia, a través de la música y los sonidos.

Después de ese cuento, que como ven es imposible de abordar sin entrar en lo desconocido; o sin pretender entrar, leí otros, recopilados en un libro de esa colección de literatura universal compuesta por cien títulos de SALVAT que muchas familias tienen, y donde se encuentran cosas maravillosas, como los lacrimógenos pero memorables relatos de Ana María Matute, o los claustrofóbicos cuentos de Chejov. Uno en particular, de esa recopilación de Cortazar llamada "La isla a mediodía", me causó perdurable impresión. Señorita Cora. En él, desde la perspectiva de un niño con apendicitis en un hospital y la de su enfermera Cora, nos cuenta de manera tan brutal como tierna, la evolución de la relación entre estos dos personajes, mediada por tomas de temperatura en lugares no aptos para personalidades tímidas y esfuerzos de simpatía que la carga del sentimiento de clase (él, niño burgués consentido por su madre protectora, ella cínica y bella mujer trabajadora, consciente de la atracción que él siente por ella) no deja que termine por ir hacía un conocimiento mutuo, sino apenas plantea la imposibilidad del encuentro. Cortazar cree que es su cuento más erótico, y la ereccion que me produjo lo confirma. Me gustan las historias que terminan produciendo algún cambio físico, una lágrima, una sonrisa, un dolor en la boca del estómago, ansiedad, palpitaciones (que palabra de abuela más linda) o una simple y saludable erección. Para quienes no hayan leído estos dos cuentos: El perseguidor y Señorita Cora, quedan altamente recomendados y si se atreven a leerlos o a releerlos (cronopios avezados) me gustaría saber qué piensan o más bien, qué sintieron con ellos.

No sé por qué escribí esto, pero ahí está, es mi ejercicio semanal de escritura. Para los que piensan que soy ñoño, una prueba más.

lunes, julio 17, 2006

Autor inefable, osea indescriptible, osea raro, osea no comercial, osea, en verdad cree que le pueda interesar?

He debido hacerlo antes, pero el mundo moderno: el msn, los chats, la tv, el tráfico, las horas pico, los celulares, lo bancos, las filas, las esperas inocuas y la simple pereza me lo impidieron. Pero como reza el dicho popular, más vale tarde que nunca.

Se trata de un cantautor (así les llaman a los que además de cantar dicen algo, y así se hace llamar Alberto Plaza, aunque no se sepa qué dice), compositor, pianista, guitarrista, humorista, escritor, comentador sardónico y lúcido de la vida contemporanea, y genial personaje, que gracias a una charla de hace mucho, cuando estudiaba composición, y una amistad reciente, cuando me hacía el monitor, conocí. Su nombre es Leo Masliah, es uruguayo y acá les doy un abrebocas en forma de cuento, para que lo conozcan, se rían y le contagien su risa a otros y otras.

(El link a su austera pero sustanciosa página ya lo encuentran ahí al lado)


ACLARACIÓN DE FIRMA

Tanta especulación sobre los nombres de Dios, tanta cábala...tantas inútiles condenas a los que pronunciaban en vano un nombre equivocado... hasta que por fin “Dios” se decidió a salir de su ostracismo nominal. Esa noche apareció, perfectamente visible desde casi todo un hemisferio de la Tierra, y trazada con polvo interestelar sobre el firmamento, la firma del Altísimo. Algunos sabios dicen haberla descifrado. Otros aguardan, angustiados, que aparezca la aclaración de firma.

Este cuento fue sacado de una página web, pero pertenece al libro "Carta a un escritor latinoamericano(y otros insultos)" (Ediciones de la Flor, Argentina, 2000).

martes, julio 11, 2006

Maycol Nimio, Felipe Vidrio, Esteban Reino, Juan Chiclets y el final mínimo










































Qué más puedo decir. Los discos que compraba compulsivamente ya no los tengo. Muchos los vendí o los cambié por otros que también vendí, otros los fui regalando. Los de Fito Paez se los regalé a una amiga chelista que ahora anda en Paris cumpliendo el sueño de “nivel” del músico tercermundista y que hace poco pude volver a ver en un concierto del compositor romantico-impresionista tardío: Cesar Lopez. Los de Illya Kuryaki and the Valderramas y Charly García, a mi primo. Y así, ha sido suficiente de nombres.

Cuando empecé a estudiar composición en Los Andes, lo que tenía en mi mente como música contemporánea, correspondía a lo que después, en la clase de historia de Elli Ann Duque, me presentaron como neoclasicismo nacionalista. Es decir muchos de los compositores de principios de siglo, que asustados con los esbozos del dodecafonismo se volcaron al pasado y lo hicieron divertido. Mientras unos iban por el estéril camino de ampliar las posibilidades a partir de la teoría, otros sencillamente escribían sin pensar demasiado. Para eso están los musicólogos y los teóricos, para dar coherencia a lenguajes y estéticas de compositores que si acaso se conocían y que individualmente creían tener una estética y un lenguaje propio, cuando todavía eso era válido en el arte. Por mi parte escuché y compré música de quienes se dice, son los Beethovens y los Mozarts de nuestro tiempo (o así los presentaría una modelo en televisión, dado el improbable caso en que tuviera que hablar de Nono, Berio, Stokhausen, Boulez, o el recién fallecido Ligeti), ahí los tengo, y sólo los cito para decir que no los he vuelto a oír, que lo que ahora me gusta es lo menos teórico, lo menos complejo, la claridad, la reiteración, la contundencia de lo único, la estabilidad, hasta diría que lo obvio y deliberadamente sencillo.

Con los minimalistas no me aburro, y puedo estar horas oyendo las mismas notas que se resisten a ir hacia algún lado, a desarrollarse (ese mal posmoderno) a hacerse “más interesantes”. Me quedo con Reich y su grupo de músicos que nunca han venido por acá (para ver si cambiamos en algo las filiaciones estéticas de nuestros “músicos cultos”, anclados en el limbo estético, en la indefinición, en las ansias de “nivel” que ni siquiera viajando se pegan). Me quedo con Glass y sus teclados, con Adams y su eclecticismo esotérico, con Nyman y sus colaboraciones fílmicas, Arvo Pärt y su sosegada profundidad. Y aunque la música clásica esté muerta, y su prima electroacústica esté relegada a hacer soniditos para películas y efectos musak en restaurantes asiáticos, puedo decir que aún me encanta la música, una sola, la que se hace en este mundo.

Y terminé por hablar más del Richard, a Xenakis, ni siquiera lo nombro, será porque conozco más al primero.

martes, julio 04, 2006

De desfiles y orgullos

El siguiente escrito es un paréntesis al árticulo de mi relación con la música, el cual se encuentra en receso.

Camino a casa, desde el Carrefour de la 170 (único lugar que tenemos los que vivimos por esta zona para hacer eso que hacen los citadinos: comer en restaurantes, tomar capuchinos y expresos, cortarse el pelo, enviar correspondencia, o simplemente buscar algo en la zona de rebajas, aunque no se tenga plata para nada) estuve pensando en el enfoque que debía darle a lo que me dispongo a escribir. Y si bien, es apenas natural que un escrito provenga del análisis, del tiempo muerto; no es habitual que me haga tantos cuestionamientos para escribir.

El domingo pasado se celebró a fuerza de imposición y arrojos personales, una marcha más por la séptima con motivo del día del orgullo gay. Según cierta información de prensa, cerca de 10.000 personas marcharon. Era un grupo heterogéneo de homosexuales o simpatizantes (bisexuales y heterosexuales), donde cabían desde la reina seleccionada para miss travesti internacional, hasta desprevenidos espectadores, atraídos por el colorido y la alegría (gaiety) de los participantes. Hasta ahí, si estuviéramos en San Francisco o Nueva York, no habría nada más que agregar. Pero no es así, estamos en Colombia, un país extraño y violento, donde con frecuencia, la insensatez, la corrupción y la ley del que más tiene y más balas dispara por minuto, terminan por sustituir a los valores de un estado social de derecho; las palabras justicia y democracia son reemplazadas por fuerza y poder. En este contexto, no es de extrañar que un simple desfile de un grupo minoritario por reivindicar sus derechos y su posición en la sociedad, cause tal derroche de sandeces, como las dichas en el foro del tiempo con motivo del artículo que comentaba el desfile, y reviva ese espíritu de país morrongo, de fundamentalistas del horror y la estupidez, que cada tanto aparece cuando de pisotear derechos se trata.

Pero ese ímpetu iracundo con el que nos lanzamos contra gente que ni conocemos ni queremos conocer se lo aplicamos a todo, y por nombrar sólo un ejemplo reciente, recuerdo que Daniel Samper, el columnista y escritor, en época de campaña fue bombardeado con correos donde de la manera más ofensiva y violenta (en lo que las palabras pueden ofrecer a la violencia) se le cuestionaba y descalificaba por su posición política. Y aclaro que es prudente y necesario que se cuestionen las posiciones de quienes tienen el poder de opinar para millones, pero no de la manera en que se hizo, pues aporta sólo odio y confusión. Yo mismo fui objetivo de ese bombardeo, cuando me dio por responderle a una señora que desvirtuaba la información de una cadena contra Uribe, diciendo que todo era falso. Le escribí diciendo que tal vez no todo era falso, y que apoyar a alguien no significa creer ciegamente en sus actos y no cuestionarlos, por principio. La señora me respondió con varios mensajes insultantes en un lapso de pocos minutos. Por supuesto puse su correo en indeseados y le escribí un último mensaje diciéndole que no quería que me escribiera una sola vez más. Mi intensión de tener un dialogo con esa señora se fue literalmente para el carajo. Al parecer las personas de bien de este país no quieren tener que ver con nadie que no piense y actué como ellos. Lo importante es que vamos p’adelante, así no tengamos la más mínima idea de qué quiera decir eso, si adelante hay un abismo o una muralla o un desierto... (pero no pienso alimentar más semejante metáfora tan simplista).

Leyendo los comentarios del foro, parece que en vez de hablar de personas, se hablara de desechos putrefactos. Es evidente que una persona que se atreva a confesar lo siguiente: De solo imaginarme dos varones en la intimidad me voy en vomito.... Que porqueria, que asquerosidad, Tiene un problema que no tendría por qué trascender más allá de la esfera privada, y , mucho menos convertirse en posición ética o moral, de ser así, se estaría confundiendo la opinión ignorante y fóbica de alguien, con una toma de consciencia frente al otro, con un interés general. Otro comentario de alguna señora de bien un tanto mal hablada dice: Nuestro cuerpo Dios nos los hizo perfecto, cada cosa tiene un servicio....y estos homosexuales le dan dos servicios al kulo y dicen que de tanto usarlo para el sexo se les agranda y muchos pierden el aguante que viven kagados. No pienso comentar la parte teológica, pero sí el hecho de que un tabú, como el sexo anal, termine siendo junto al SIDA, la causa exclusiva de muchas misivas en contra del homosexualismo. Aún hay mucho miedo, desconocimiento y falta de interés por comprender otras realidades. Pero no pretendo seguir alimentando el odio destilado de esos mesajes, sólo sacar dos de los muchos comentarios allí escritos, no los más violentos e hirientes, tan sólo los de un par de personas del común que se atrevieron a poner lo que pensaban al respecto y que entiendo, comprenden una franja de la opinión importante, la que ha impedido que se creen leyes más modernas respecto al tema en el país y la que ignora o no se escandaliza con la noticia de que desde el 2000 al menos 60 personas hayan muerto por ser homosexuales. Cosas más importantes hay que arreglar, pensarán. Plata para esos desfiles es despilfarro, hay cosas más urgentes, dirán.

Pero entonces qué hacer ante una opinión pública desinformada, con miedo, indiferente, altamente influenciable por los dictados de un pastor o un cura con ínfulas de protector de la moral nacional (si es que eso existe), o un presidente- papá- decimonónico, que llama al sexo gustico, y lo aconseja sólo después del matrimonio. Francamente no sé. Lo único que puedo aconsejar es que quienes sean homosexuales lo sean más allá de una marcha inocua, lo sean en sus trabajos, en donde estudian, lo sean en el supermercado y en las panaderías, en los estadios y centros comerciales, en la televisión y el gobierno, con sus familias y amigos, lo sean día a día en toda actividad, no sólo en los saunas y videos porno, no sólo en bares y discotecas. Pocas personas se atreverían a escribir lo que leí en el foro si supieran que hablan de su hermano, de sus hijos, de su amigo, de su compañero de trabajo, de su padre o madre, de quien les arregla el carro, de su profesor, de quien canta su canción preferida o de quien leen memorables prosas. Así todos nos daríamos cuenta que serlo es una condición u opción tan intrascendente en el interés general como la de tener los ojos amarillentos o ser vegetariano. ¿Nadie haría un desfile para demostrar su orgullo por tener los ojos de tal color o por que no le gusta la carne, o si?

Terminé por darle un tono trascendente y serio, aunque bien hubiera podido escribir a lo Vallejo, mandando a todos a la mierda y cagándome en cuenta cosa cree la gente, o desde una posición que me involucre más a mí y me incluya como víctima. Pero preferí evitar el patetismo, aunque algo de remanente hay, ustedes disculparán. Pero bueno, quería salir de esto antes de ponerme a terminar lo de mi relación con la música.

domingo, julio 02, 2006

Extraños vínculos


Alfred Brendel

Ese año decidí estudiar música, y como la situación económica en mi casa había mejorado considerablemente, me matriculé en el programa juvenil de la Javeriana. Seguí escuchando rock, sobre todo en español, y comprando discos en cuanta tienda encontraba. La plata que me daban para pagar la ruta del colegio, la gastaba en discos, lo que me sobraba en busetas y buses que me llevaban del colegio a la casa, y así, sin que en mi casa se enteraran de nada, pasé varios años hasta terminar el colegio. La plata de la ruta me alcanzaba para un disco mensual. Si no estoy mal costaban en promedio 15.000. En la javeriana empecé a tocar en ensambles de jazz, y con timidéz me aventuré a comprar discos de esa música improvisada y liberadora. Mis gustos habían cambiado considerablemente, en la clase de piano quería montar Stravinsky y Bartók. Lo de Stravinsky mi profesora de entonces ni siquiera lo consideró, para eso no estaba preparado, pero Bartók por fortuna pensó en todos, no sólo en los grandes solistas, y compuso música para todas las etapas de la enseñanza musical; desde monofonías modales, hasta obras sinfónicas de complejidad ostensible. Eso sí, siempre interesantes y atractivas. Tal vez fue esa profesora a la que le dije que quería ser como Richard Clayderman, la que me introdujo sin que yo fuera consciente, en las armonías poco infantiles de compositores que desde Polonia hasta Rusia hacían de las suyas con los oídos jóvenes, retándolos a la disonancia como color, como presencia autónoma, no como mero paso entre consonancias.

Un libro que ella llamaba “de los gatos” por su carátula amarilla con un dibujo expresionista de dos gatos sobre un teclado, fue el culpable de mi desviación estética, desviación que ahora sé, fue permanente. Era un libro en ruso de enseñanza infantil, con lindas ilustraciones para cada pieza y extrañas composiciones alejadas de lo que podríamos llamar “infantil”, nada alegronas ni insulsas, como estamos acostumbrados a imaginarnos la música para niños, sino por el contrario, enigmáticas y reflexivas. Si fue por eso que dejé de admirar al Richard, pues muchas gracias, me salvaste de ser sordo.

Mis primeros discos de música clásica los compre en el recién inaugurado TOWER RECORDS de Andino. Fueron dos: tres cuartetos de Bartók tocados por el Julliard Ensamble (esa frase esta como pa Les Luthiers) y tres sonatas de Beethoven tocadas por Alfred Brendel. Sin saberlo compré grandes versiones. En el de Bartók hay una interpretación magistral del sexto cuarteto, mi preferido y que luego, en un libro de Cortazar, encontré también era el preferido de él. Todos sus movimientos empiezan con la misma melodía visceral, aunque transpuesta o variada. En el de Beethoven, sus tres primeras sonatas, todas maravillosas, dos de ellas inusualmente largas y complejas para la época.

Otro factor que me cambió mucho la perspectiva de la música fue la visita de un italiano hippie a la casa. Gracias a él conocí a King Crimson, Bjork, Jefferson Airplane, Soft Machine, y discos de The cure poco escuchados. De él no sé nada ahora, pero le agradezco igual su influencia.

La emisora de la radiodifusora nacional, con su carga de buenas propuestas entró en escena y varios programas especializados de emisoras comerciales, como los de Andrés Durán y Alvaro Marín, en 88.9 (ahora vallenata), el del pirata en la mega, y en emisoras culturales, como los de la javeriana con Garay en la programación, me incitaban a querer escuchar más, más allá de lo que las escuálidas radios comerciales suelen dar de alimento a nuestros oídos. Todo este panorama particularmente rico y que ahora extraño, hizo que me formara un gusto singular, casi siempre alejado de las modas, anacrónico, terco y experimental. ¿Qué será de esa profesora que me torció el camino inmaculado del rubio pianista y su blanco piano? No tengo la más remota idea, pero le debo mucho.

Ya me está cansando este escrito, creo que haré otra entrega y no más, hay temas de los cuales quisiera escribir con premura, pero me enfrasqué en esto y ya tengo que terminarlo, sea como sea. Aunque me gustaría estar escribiendo sobre Garavito y el pantallaza de Pirry, sobre las condiciones de vida al sur de la ciudad, sobre el artículo de arte que leí en UN periódico, donde de muy elegante manera, el autor concuerda conmigo en su visión de las tendencias “populares” en el arte colombiano actual. En fin, varias cosas en el tintero de ceros y unos con el que escribo.

Retrato medio cubista de Bartók

viernes, junio 23, 2006

Adolescencia



El programa de Garay ya no existe, o al menos no como era entonces con él del otro lado. La emisora de La Javeriana se decidió por el Jazz ad nauseam y tan sólo Trapecio, el programa de los sábados en la mañana, vale la pena, a pesar de su frigidez. Garay anda ahora de novelista, después de un paso fugaz e intrascendente por la radio comercial al lado de la Gurisati, donde le tocaba alternar su refinado gusto con tandas de la oreja de Van Gogh y Bacilos o hasta cosas peores de “nuestra generación” (así reza su fastidioso y excluyente slogan), claro, no tan peores como mis discos del Richard, el rubio y lacio pianista de mi infancia.

Ese año, el de mi descubrimiento, empecé a comprar discos, impulsado sin duda alguna por los gustos de Garay, pues en mi casa y alrededores la música no parecía interesarle a nadie. Los primeros discos compactos que compré no fueron los de moda por esa época, a saber: Aerosmith, Lenny Kravits (el morocho sabrosón) y la canción Mister Jones de los Counting Crows, sino los de mi anacrónico interés. Recuerdo que en San Andresito de la 38 le pedí a mi padre tres discos: el Desintegration de The cure, The Joshua Tree de U2, y los grandes éxitos de The Police. Me compró el de U2, el de The Police me lo regaló en navidad en versión mejorada, porque en vez de los grandes éxitos llegó con la discografía completa recopilada en un set de cuatro discos compactos, incluía rarezas y B sides, todo un paquete para coleccionistas. El de The Cure lo compré yo mismo en una tienda del centro, cuando la oficina de mi papá quedaba en la 19 con tercera y yo empezaba a descubrir el comercio musical del centro. De Via Libre a la octava me paseaba buscando discos y aprendiendo a regatear por ellos. Así pasé ese año, oyendo la radio y buscando los discos de las bandas que oía en tiendas algo roídas que apestaban a porro y metal más ingenuo que macabro, y más baladí que interesante. El rock nacional aún era un puñado de buenas intenciones, pésimos músicos, peores cantantes y sonido garaje. La mejor de las grabaciones de entonces fue el ahora famoso Aquí vamos de nuevo de las 1280 almas, no en CD, sino en casete. En el colegio mis amigos oían la Peste, más o menos pasaron de muñecos de papel (el RBD de mí generación, con Ricky Martin al mando) al punk.

En octavo conocí a Jairo. El primer día de clases llegó con una lista de sus discos y la repartió a los del curso. Recuerdo que no conocía ni la mitad de las bandas que se encontraban en ella, había mucho rock en español y otro tanto del rock “oficial” en inglés. Su trabajo era grabar casetes, y le iba bastante bien, de paso nos sacaba de la ignorancia musical. Con Jairo hice una buena amistad, mediada por la música y su personalidad extrovertida. Le pedí que me grabara un par de casetes, no recuerdo bien de qué. Ese año empecé a ir a conciertos y a bares, el primer rock al parque hizo aparición con un elenco de lujo: Seguridad Social, Fobia, Aterciopelados (con su disco con el corazón en la mano, guitarra de flores y la abrumadora personalidad de Andrea). Acido bar era sitio de encuentro para saltar y tomar (los controles no eran tan estrictos) aunque yo aún no tomaba, y había fumado tan sólo una vez que me escapé del colegio en séptimo. Había entrado de lleno en la adolescencia.

Más para otra entrega

Mi primer camiseta de un grupo tenía este diseño, la boté hace poco, muy a mi pesar, por un tiempo sirvió de trapo.

miércoles, junio 14, 2006

De Richard Clayderman a Xenakis



Quise subir el siguiente escrito en su estado inacabado hace dos noches, en uno de mis recurrentes insomnios, pero no pude cargar la imagen que ven arriba. Hoy sí pude, así que aprovecho otro insomnio para colgar el texto aún inconcluso que hice aquella noche, donde de manera harto confusa empiezo a explicar mi relación con la música. Ahí les va.

P.D es oficial, este blog ya no tiene visitantes, tanto que el plural de la última frase sobraría si fuera sensato.

De cómo llegué a interesarme en eso que llamamos música

Cada tanto me acuerdo de que soy músico, y de que mis manos además de servir para muchos oficios cotidianos y otros varios, pueden hacer que un instrumento de teclado suene a algo como antiguo, como extraño, como anacrónico, y a veces atemporal. Que suene como a música. Y es que aunque la música sea lo que estudio y sea lo que pienso hacer por el resto de mi vida, larga o corta, en raras ocasiones logro la epifanía con ella, porque si de algo puedo estar seguro, es que la música revela cosas. La epifanía creo, no es necesaria para hacer música, pero sí para entenderla. Y aunque esta palabra le de un sesgo incómodamente religioso a lo que por convicción creo es la música y que nada de religioso tiene, la considero la más precisa para describir ese algo que es introducirse en los sonidos, y que supera en mi experiencia a cualquier otro arte. Pero no quiero meterme en discusiones bizantinas, aunque ya las haya propiciado. Escuchar música me hace acordar, aunque suene un poco tonto, que la música me gusta.

Recuerdo que de pequeño iba a clases de expresión corporal (así le llamaban a una hora divertidísima de jugar congelados en trusa y zapatillas) de violín y de algo así como gramática, aunque menos académico, con un profesor que llegaba borracho y su novia loca le hacía escándalo en plena clase. Pero ahí no entendía nada aún, todavía no sabía que me gustaba, tal vez porque no tenía talento y mi mayor papel en esa escuela fue la de ser un árbol en una representación del consabido Pedro y el Lobo. Más tarde ingresé al conservatorio. El examen de admisión consistió en una prueba de canto, yo canté una canción que me habían enseñado en el coro del colegio, hablaba de una bruja medio torpe, eso es todo lo que recuerdo.

Pero para seguir adelante tengo que volver un poco más atrás en mi niñez, y revelar un hecho que aunque bochornoso, explica en parte que, si bien no entendía que hacía montado todos los días en un bus que me llevaba por calles horribles a la escuela de música, sí había algo predeterminado, algo más fuerte que el mero azar. Tuvimos una casa grande en un barrio más bien humilde, como eufemísticamente le dicen a la pobreza. En esa casa me encontré con los acetatos de mi padre, y en ellos, a pesar de su precariedad y mal gusto, empezó mi interés por la música y sus revelaciones. Un disco de Richard Clayderman (espero que así se escriba) me abrió el camino de la buena escucha, aunque suene paradójico. Sé que es un pianista detestable, y su música hace parte de eso que en las esferas intelectuales se conoce como easy listening music, musak o música de mierda, y en las no tan intelectuales como música clásica. Mi padre tenía una buena colección de discos, y yo los oía sin cansarme, inventando coreografías de infantil ballet en la sala de la casa, que recuerdo estaba dominada por el verde oscuro del tapete y, si no estoy mal, por el estampado floral no menos verde de los muebles. Me podía pasar horas oyendo esas insulsas melodías y bailando a su aburrido compás, pero para mí era diversión pura.

Hecha la confesión, continuo con mi perorata que veo se podría extender bastante. Ya en el conservatorio, dejé con gusto el chillido insoportable del violín de luthier que me habían comprado y que ahora tengo alojado en un rincón de mi armario, y me metí en la clase de piano. El primer día que estuve frente a un piano, mi maestra de entonces me preguntó que por qué me gustaba el piano, yo le dije muy confiado de mi pueril erudición, que quería ser como Richard Clayderman. Hubo silencio, ahora entiendo por qué, pero entonces no lo sabía, tan sólo sabía que con sus discos pasaba ratos divertidísimos en la sala de mi casa, con los cojines desparramados por todo el lugar. En adelante mis gustos musicales fueron de los más convencional y predecible: rock en español, Milly Vanilly, etc, tampoco quiero asustarlos. Mi universo sonoro era pobre y empobrecido. El conservatorio logró hacerme odiar la música, y los discos del rubio y lobo pianista no volvieron a ser escuchados, hasta que un día, al llegar del colegio (estaba en séptimo grado, lo recuerdo bien) puse por accidente la emisora de la javeriana. Lo que oí me dejó impresionado, era un programa llamado los clásicos del rock, conducido por Juan Carlos Garay, donde Supertramp, Queen (de quienes ya tenía un casete, el primero que compré) Genesis, Led zeppelín, Greatful dead, Dire straits, Gentle Giant, The Police, The Clash y una lista mucho más grande, estaban al orden del día. Ese programa me introdujo en el rock, y de paso en lo que entonces llamaba la buena música, y que ahora con la carga de tolerancia que conllevan los años, llamo simplemente la música que me gusta. Pero se hace tarde y tengo que madrugar, así que dejaré para una próxima entrega la continuación.

martes, junio 06, 2006

Otro par

Olvido

Franz se puso a escribir como pudo, a pesar de que la tos no lo dejaba en paz un solo segundo. Era una carta dirigida a su amigo Max, en la que le ordenaba quemarlo todo. Cuando este la recibió, fue adonde le indicaba, recogió lo que encontró en distintas cajas y lo poco que había sobre el escritorio. Lo llevó a un lugar solitario a las afueras de Praga, allí lo roció todo con alcohol y encendió un fósforo. Antes de lanzarlo a la pila de papeles, pensó que mejor se guardaba uno de esos escritos, así que cogió una hoja de papel húmeda por causa del alcohol, y después de doblarla se la metió en un bolsillo. Camino a casa recordó la hermosa llama azul que propició y se alegró de haberlo hecho.

Su esposa Cogió el pantalón para lavarlo, y al revisar sus bolsillos se percató del papel, lo sacó y al darse cuenta de que en vez de palabras había un manchón de tinta, se decidió a botarlo.

Esa noche le preguntó a Max si el papel que tenía en el bolsillo era importante. El le lanzó una mirada inquietante y después de unos segundos agregó: no era nada, tranquila que no era nada.

Anticristo

Ese día al bañarse se percató de que en su pecho campeaban seis pequeños lunares. Cumplía sesenta y seis años, y si no fuera porque su nieto menor lo fue a llamar al baño, habría llegado tarde a la fiesta que le tenían preparada sus otros cinco nietos.

domingo, junio 04, 2006

Cuatro minicuentos de guerra












Mc Donalds y su aporte innegable a la estética bonarense


Insomnio

De su estómago brotaba sangre estrepitosamente, no podía creer que era eso para lo que me habían entrenado con tanto esmero y dedicación, que era eso por lo que sacrifiqué tener una vida normal. No me sorprendió que intentara apuntarme, ni que su bala me haya golpeado una pierna, era su última oportunidad de morir por alguna causa. Yo tenía que terminar con aquello y hacerlo de cerca, para saber finalmente de qué se trataba El Enemigo. Caí a su lado algo adolorido y pude ver las contorsiones de su cara, causadas, imagino, por el dolor. Oír sus gritos sordos que me maldecían indirectamente; yo entendía ese dolor, también era un poco mío. Pronto moriría, clavando esa mirada inexpresiva de los muertos en mi mente. Mi enemigo era él, pero él ya no está, ahora es sólo su mirada indolente que viene a visitarme todas las noches cuando pretendo dormir, como si tuviera una vida normal.

Irak

Cuando tengo miedo cierro las ventanas e ignoro lo que pasa afuera, pongo la música que mas me gusta a todo volumen y así, precariamente, logro atenuar un poco el estruendo de los bombardeos. Al rato logro tranquilizarme y hasta puedo quedar dormida a pesar de tanto ruido. Me pregunto cómo harán los que sienten miedo y no tienen ninguna ventana que cerrar y nada de música para atenuar el estrépito de los bombardeos.

Intercambio

Hoy mataron a mi hermano. Detrás de la puerta está ella, puedo oír sus gemidos. Mi padre intenta consolarla y de esa manera se consuela a él mismo. A mí nadie me va a consolar, vendrán más tarde a decirme que mi hermano se fue a estudiar a otro país de intercambio.

Realidad

Desde que su hijo regresó, no volvieron a alquilar películas de guerra, pues a él todas le parecían falsas.

sábado, mayo 27, 2006

microlingotes












El señor presidente, antes de salir a la rueda de prensa fue al baño y al mirarse en el espejo, se dio cuenta de que su corbata no salía con el traje que llevaba puesto. Durante la rueda de prensa no dejó de pensar en ello.


El pianista erró una nota, después otra y luego una más. De ahí en adelante nadie supo qué sucedió; más pesaban sus errores.


Ese día lo escogieron a él para tocar el timbre que marcaba el final del recreo. Pensó en que podría alargarlo hasta que quisiera, por eso fue a tumbarse a un prado y se permitió dormir. Al despertar no vio a nadie; supo entonces que alguien ya había hecho su tarea.


Nunca se había escapado del colegio. La primera vez que lo hizo se la pasó pensando en qué estarían haciendo sus compañeros mientras caminaba sin rumbo por las calles de la ciudad con un cigarrillo entre los dedos.


Si dejara de pensar en ti me vería obligado a pensar en otra cosa, pero sé que fuera lo que fuera, terminaría relacionándolo contigo.


El profesor habla sin parar, yo mientras tanto me lo imagino desnudo en medio de un desierto.


Este cuento acabara cuando termine esta frase.


Cuando tenía muchas cosas en la cabeza, no podía escribir nada, y cuando no tenía nada escribía muchas cosas, pero igual no le gustaban.


Antes de saltar pensó en la sonrisa de su novio. Los que lo vieron bajar dicen que parecía tranquilo, pero nunca lo sabremos.

lunes, mayo 15, 2006

Un cuento subidito de tono, los muy sensibles abstenerse



















Inocencia

Te fuiste poniendo tenso. La conversación era tan cotidiana para mí, que el hecho de ver tu incomodidad, allá atrás, mientras dejabas que los otros hablaran por ti, sólo me produjo risa. Ahora me pareces tierno mas que risible. Te llevaste la lata a la boca e intentaste un trago largo de cerveza, digo intentaste porque la lata estaba vacía, la recogiste del suelo donde se encontraba tirada de lado y abierta. Yo te vi recogerla mientras acordaba con tus amigos los costos de toda la faena que pretendían regatear, como si yo debiera responder a sus ahorros de estudiante, a sus insignificantes ofertas. Si lo hice fue por ti, por tu torpeza con la lata, por tus mejillas de lata-doras, porque contigo sabía que sería distinto. Son cosas que una sabe de tanto trabajar con hombres. Tus amigos ya lo habían hecho. Los despachó una noche Carla con sus nalgas prepotentes en un motel barato del centro. Yo estaba con ella antes de que vinieran y se la llevaran en su carro prestado. Se les notaba la inexperiencia. Antes de decidirse dieron unas tres vueltas por la cuadra, miraban con pudor, como avergonzados de sus deseos. Así son siempre la primera vez, después no dudan en pedirte que se las mames sin parar, no escatiman en gemidos ni palabras que no dejan de darme risa. Eso mamita, chúpamela bien rico. Qué gracioso debe sonar eso de la boca educada de uno de tus amigos. La Carla me contó todo de la primera noche con ellos, el tamaño de sus penes, la cantidad de semen, la forma y color de sus calzoncillos, la cara que ponían antes de venirse. A ella le encantan esos detalles, es una estadista. Lleva un resumen detallado de todos sus encuentros en un cuaderno que se compró un día que estuvimos de paseo por el centro. Era temporada de compras escolares y las familias andaban revoloteando fastidiosamente por todo el comercio. La carla cogió un cuaderno de los digimón, unos bichitos japoneses que andaban de moda por esa época. Desde ese día empezó su tarea científica. Ni la droga ni el alcohol impiden que cada día, ya en la madrugada, cuando se ha limpiado el semen del cuerpo (porque aunque las costumbres hayan cambiado, siempre queda algo que se resiste a entrar en su prisión de látex) y se ha bañado por horas con agua hirviendo, se ponga a escribir los datos recogidos durante el trabajo. Pero el día que tus amigos vinieron yo no estaba para niñitos de papi insoportables. La Carla no tiene escrúpulos, para ella todo es ciencia, entonces se los llevó y les explicó cómo funcionaba la cosa, para que cuando volvieran no fueran tan indecisos y estúpidos. Hoy acepté a tus amigos sólo por estar contigo. Cuando Carla los vio llegar, se alistó segura de que venían por ella, pero te vi atrás y tuve que pararla, decirle que esta vez iba yo. Tu verás, yo sólo lo hago por continuar con mi tarea, de otra forma mandaría a la mierda a esos chinitos malcriados y malapaga, dijo, mientras me dejaba libre el camino. Yo sabía que a ella le encantan los jóvenes y sus palabras no correspondían a sus verdaderos deseos, pero ella me respeta mucho, si yo le digo que me deje un trabajo, ella me lo deja. De todas formas después me hace contarle todo y lo anota en su cuadernito ridículo. Pero relájate más bien, que tus amigos no están por acá, estamos solitos para pasarla rico, si quieres claro. Esos amigotes que tienes son unos malpariditos, yo sé que tu eres distinto, si no quieres hacer nada no tienes que hacerlo, pero al menos relájate, o es que te parezco muy fea. Qué vocecita la que tienes, a duras penas te salen las palabras. ¿No te gusto? Entonces tranquilízate que te voy a hacer bien rico. Parece que nunca lo hubieras hecho, es eso, y no quieres que así sea la primera vez, qué guevoncito que eres, esperar a la mujer ideal, después te darás cuenta que eso no existe y te arrepentirás de no haberlo hecho conmigo, una experta que además empieza a quererte. Ven te vas quitando la camiseta, me muero por ver tu piel de niñito rico. Eso, ya ves que no es tan malo, es sólo cuestión de dejarse llevar, y tranquilo que tengo condones y estoy limpia. Te da asco como hablo cierto, qué boba soy, cómo voy a hablarle de esas cosas a un niñito de bien en su primera vez, pero es mejor que vayas aprendiendo, la vida es una mierda a veces, y tu, niño rico, deberías irlo sabiendo, esto no es sólo diversión, yo no soy sólo un hueco. Si, por eso me gustas, tu si me valoras. Yo a ti en cambio no, crees que me siento bien siendo rechazada, si soy la puta más linda que puedes tener en toda la ciudad, la más sana, agradece que no te tocó con la Carla, ella se le mide a todo, no te imaginas lo que me ha contado, qué te vas a imaginar si en tu mundo de dos cuadras todo es perfecto y yo soy una pesadilla, algo de otro mundo, un dato a ignorar. Al menos tus amigos son menos guevones en ese sentido, ellos no estarían tan aculillados como tu. Mejor te dejo en paz o vas a terminar odiando todo esto, y sobre todo a mí, que es lo que más me duele, porque aunque te haya dicho que eres un guevoncito, sé que lo digo por pura malparida que soy, por no dejarte creer que me tienes embobada con esa cara, esos ojos y esa voz que me dice que me deje tocar, que pare de hablar que si quiero que me paguen por eso, mejor me meta en política, y yo que creía que no serías capaz de decirme nada de nada. Lo tonta que puede ser una cuando cree que conoce a los hombres. Tu lo que te estabas era haciendo el pendejo conmigo, quien te viera tan hábil con esas manos suaves de pianista tocando carne ajena como propia, sin titubeos, como quien sabe lo que hace porque lo ha hecho muchas veces. Yo quería enseñarte niño bonito, pero no pares que eso que estas haciendo está muy bien, ni me di cuenta de cuando me fuiste empelotando toda y te sacaste la ropa. Eres más lindo de lo que pensaba, de espalda ancha y piernas peludas, justo como me gustan. Y todo ese ímpetu repentino me tiene enloquecida. No sabes, hasta llegué a pensar que eras marica. Qué equivocada estaba. Deberías dejarte tocar más, mira que soy una gran mamadora. Oye pero no seas tan agresivo, sólo quería hacerte saber que me encantaría hacerlo, no era para que te pusieras así, yo me dejo hacer lo que quieras pero no es necesario que lo hagas a la fuerza, eso si no me gusta. Dónde se quedó tu carita bonita, esa ingenuidad tan natural sorbiendo una lata vacía. Se quedó en la parte trasera del carro. Qué haces, te dije que no era sólo un hueco, suéltame bobo malparido, ve a tratar así a tus puticas enmascaradas del country club. Y para qué los llamas, nada de eso habíamos acordado. Quedamos en que estaríamos los dos solos todo el tiempo, no me gusta hacerlo mientras otros miran, no es que sea una puta moralista, es que una tiene sus preferencias y esto no me está gustando, no confió ni en tus amigos ni en ti, déjenme ir o grito malditos enfermos. Ay Carla, si me hubieras dicho que no, que el trabajo sucio te lo dejara a ti, la de la mente científica, la que se aguanta estos juegos que yo no entiendo. Los que tu libreta de digimon me cuentan todas las noches mientras espero que vuelvas. Yo no quería esto, yo quería al niñito rico de la cara bonita y la lata vacía, al de la voz entrecortada. Esto es otra cosa, una bestia que enbiste sin reparos, que me desgarra por dentro, que invita a sus amigos para presenciar mi caída y humillarme. No me merezco esto Carla, nadie me preparó para esto, no quiero que así sea, no en mi primera noche.

jueves, mayo 04, 2006

Una semana más

Una semana conflictiva, de eso no hay duda. Pero desde la barrera todo es más fácil. Cómo podría opinar sobre el paro si me la pasé en el carro de aquí para allá viendo cómo las filas en transmilenio desvordaban las previsiones, cómo este sistema aún anda rengo. Si hubiera tenido que estar ahí, de seguro habría madreado sin parar, o hubiera sacado algún librito para hacer llevadera la espera, madreando internamente, claro está. No era para menos, pero como uno anda en le norte y en carro, el mundo podría estar al borde del colapso y nadie se enteraría. Varias cosas quedaron claras:

-No es suficiente el transmilenio
-La izquierda puede ser tan represiva como la derecha
-Los transportadores tienen el poder de paralizar la ciudad
-Los presentadores y corresponsales de los noticieros tienen la increible capacidad de hacer que todas las noticias giren en torno a la estrellita pop, o la actriz culipronta del momento
-Esta ciudad es terriblemente pobre
-Jose Gabriel cree que el "landscape" colombiano es único
-Los españoles andan invadiendo emisoras y noticieros. Su estela de estupidez y mal español es inagotable
-La política da asco
-Pedro Aznar dio uno de los mejores conciertos de los últimos años en Bogotá, para una audiencia reducida en el Leon de Greiff y nadie, absolutamente nadie lo supo. Me imagino que los noticieros estaban ocupados tratando de traducir y entender Hips don't lie, con eso tienen para un año
-La feria del libro, si no fuera por panamericana, habría sido un fracaso
-Alguien recuerda cómo es esta ciudad sin lluvia?
-Este blog tiene tres visitantes, contandome
-2046, es una de las películas mas bellamente aburridoras e inentendibles que he visto ultimamente
-Que la verdad nada de esto importa mucho si se tiene a quien se quiere a tu lado mientras lo escribes

martes, abril 25, 2006

Una nueva ficcioncita















Esto y el otro

Supongamos que acá le presento al personaje. Puede que diga su nombre o puede que lo omita. Después lo pondré en un lugar y un tiempo. Aunque tal vez mejor lo deje en el limbo tempo-espacial (su ubicación de todas maneras corresponderá a su imaginario de lugares y tiempos, no al mío). Lo haré pensar en algo, en alguien, anhelar un lugar, un tiempo, recorrer una ciudad, una calle, una habitación, un bosque, la mente de alguien, lo dejaré quieto en un café, en una cama, en un escritorio, en una fila de supermercado, en una sala de espera. Estará en una situación definida y clara, o definida y confusa, o confusa e indefinida (eso dependerá de qué tan ordenada sea su lectura, de qué tan interesado esté en el cuento). Habrá más personajes, decisorios en la trama o meros trasfondos que darán sentido al ambiente. Tendrá coherencia o no, será fantástico o absurdo, o fantástico y absurdo (haga usted las variantes). Hablará por si mismo o a través mío o desde la voz de otro, o sencillamente no hablará, irá de lugar en lugar, sacudido por las situaciones. Para el final reservaré las usuales cadencias, buscaré un efecto o la ausencia total de él (en ultimas más efectivo). Y aunque todo lo anterior tiene un orden, cada parte puede ser autónoma, y constituir en si el cuento, o estar combinada con otras en orden aleatorio, dependiendo como ya dije, de qué tipo de efecto se quiere; o si no se quiere un efecto preciso, dejar abierto el cuento para posibilitar múltiples lecturas, más que las que el número de potenciales lectores pueda darle. Supongamos entonces, que le doy un nombre. Bien podría ser K o W, pero de seguro sabrá que K ya se ha usado en otras historias, por le que mejor opto por el segundo, W. Ya lo tengo, está ahí, asomándose por esta página virtual, ya es algo, pero aún no es nada. Qué hace, qué piensa, dónde vive, con quién vive; puede que sean cuestionamientos útiles a la hora de definir su carácter, su personalidad, eso sólo lo sabrá usted, para quien W es ahora un trabajador de oficina, que pasa las horas, los días, los años frente a una pantalla, viéndoselas con números y letras digitales. W es un cajero en un banco, y bien sabe que su trabajo lo hace una máquina que no descansa nunca, que despacha billetes, paga servicios y transfiere dinero a una velocidad de máquina, es decir, no humana, más rápido. Pero eso no le molesta a W, la verdad, su trabajo le tiene sin cuidado. Podría decir que W, en realidad se llama Walter, y vive solo en un apartamento del centro, o que es solitario y virgen, y cada noche se masturba dos veces para poder conciliar el sueño, podría decir en qué piensa mientras lo hace o que no piensa en nada ni nadie, pero ya dije demasiado. Ahora es alguien, y usted empieza a visualizarlo, lo ve detrás del aparador del banco, con su peinado ridículamente anticuado, con sus maneras refinadas y artificiales. Lo imagina en su cama de noche, moviéndose frenéticamente bajo las cobijas hasta que llega el último gemido, el definitivo. Pero no le dije que él no se masturbaba en la cama, como era previsible, sino en el baño, frente al espejo. Detalles que puedo obviar a mi antojo, dependiendo como ya le dije, del efecto. Podría dejarlo así, en sus días monótonos y en su onanismo exasperante. Pero nada de eso tendría mucha gracia. Mejor aprovechar que ya lo ve, que es alguien en quien usted cree, es realidad. Ahora lo quiero sentado en un parque, leyendo un libro de autoayuda, o el horóscopo del día. Que sea el horóscopo entonces y que diga lo siguiente: No es bueno por ahora corresponder a todas las actividades sociales, la verdad es que esto puede crearte serios problemas económicos por falta de control en los gastos. Tus logros vienen del apoyo familiar. Walter termina de leer esto y piensa en lo estúpido de todo aquello. Su vida social es inexistente, y por lo tanto el dinero destinado para ello espera vanamente justo en el mismo banco donde trabaja. Su familia le dejó de hablar hace 6 años, cuando decidió irse de casa para aventurarse en un viaje a todas luces absurdo por América del sur, que lo sumió en la melancólica seriedad con la que desde entonces asume los días, por no decir que la vida. Usted ve a Walter pararse de la silla, porque sin duda estaba sentado en una silla de ese parque,y sabe que sus pasos torpes corresponden a un estado de ánimo. Lo ve deambulando por la ciudad con la firme intención de simplemente estar por ahí. Está acaso dirigiéndose hacia un supermercado, puede ser, aunque puede ser una droguería, o un supermercado con droguería. Nuestro Walter come y se enferma como todos, pero usted intuye que no va a comprar alimentos. Lo vemos de nuevo en el apartamento (yo también empiezo a verlo fuera de mí), sacando lo comprado de las bolsas. Qué saca de ellas, por qué se dirige al baño. Lo que sabemos ahora es que se encierra allí. Pasan minutos sin que tengamos noticias de él, hasta que oímos un grito similar a un gemido, o un gemido similar a un grito, después el silencio. Walter está tirado en el suelo del baño, inmóvil. Si vamos un poco más arriba, sobre el lavamanos vemos un montón de papeles, que bien podrían ser una extensa nota suicida, pero pronto nos damos cuenta que los papeles son una revista, y que en ella hay semen derramado. No habría que agregar nada más, usted sabe bien que W saldrá del baño, y que se masturbará de nuevo en la cama para poder conciliar el sueño. El cuento ha terminado y su afecto es definido e intencional. Pero queda algo más por decir, y es que usted, un lector perspicaz y sabio, sabe que el cuento no fue ese, sino este que aún continúa. Y que a los dos nos hubiera gustado que fuera sólo el otro.

lunes, abril 17, 2006

Good morning heartache



















Escucho cantar a Billie Holyday. Está justo en la sala de mi casa invadiendo el espacio con su extraña y cálida voz. Ella me acompaña mientras escribo esto y lo hace todo más fácil.

Hoy me entrevistaron para un programa de televisión. El motivo de la entrevista fue mi último escrito publicado acá. En él hablo sobre mi relación con los buses. También breve y confusamente doy mi opinión sobre una tendencia en el arte bogotano; que ha llevado a las galerías, tiendas de diseño, moda, bares, etc. La cultura popular.

El programa de televisión tratará ese tema y para hacerlo interesante buscaron una voz contraria: la mía. (lo interesante no es mí voz, sino que es contraria)

Con motivo de la entrevista tuve que buscar en http://www.populardelujo.com/ lugar del que saqué el artículo que critico, para ver que pensaba en serio. Pues aunque mi posición allí parece muy clara, se fundaba en una percepción superflua del tema. Estaba hablando mierda. Lo que encontré fue una buena página, que poco tiene que ver con su título. Creo que en un principio quisieron documentar una especie de memoria estética de la ciudad, pero sin duda los aportes de distintas personas han hecho que sea mucho más y que por lo tanto su nombre no corresponda con el contenido o con gran parte de él. Aún así, mi pequeña búsqueda sirvió para afianzar un presentimiento, un malestar al respecto. Les aclaro que sólo sirvió para eso, porque la entrevista fue un desastre: hablé mierda. Pero a todas estas, qué hacía yo, un pianista en formación, opinando sobre las tendencias del arte en Bogotá ¿Dónde están los artistas que deberían ocupar esos espacios? En fin. Allá ellos.

Pasando por encima la precariedad de mis respuestas durante la entrevista muy urbana que me hicieron, agregaré más ideas al respecto por escrito, campo en el que me defiendo mejor. Y quiero poner una cita en este punto de Nabokov pero no la encuentro. Me aventuro igual a decirla de memoria, dice Nabokov de él mismo: “pienso como genio, escribo como autor notable y hablo como un niño”. Yo me siento identificado con lo de hablar como un niño, claro que hay unos niños…

Un día fui a una fiesta de estudiantes de los Andes. Y acá se me ocurre un chiste parafraseando a Nabokov (aprovecho que el disco de Billie se acabó y automáticamente se puso uno de música colombiana viejita). Los uniandinos pagan como en Harvard, piensan como buenos profesionales promedio, y hablan como idiotas. La fiesta era temática, o eso pretendió serlo, el tema: los 80’s. Los que se animaron buscaron en sus armarios y en los de sus hermanos y hermanas ropa de aquella década. Se la pusieron aunque no cupieran en ella y así se presentaron. La fiesta no era nada especial, un montón de ingenieros aburridísimos haciéndose los chistosos, nada más patético. Pero el punto interesante y relevante para este escrito, vino cuando los asistentes empezaron a poner nombres con un marcador negro en pedazos de cinta de enmascarar, para en seguida pegárselos en el pecho, a manera de identificación. Los nombres no eran los propios, sino los sacados de su imaginario de pobreza: Usnavy, habsleidi, Jaider y así… yo les seguí el juego, y puse en mi pecho mi segundo nombre: Ronald. No sé qué buscaban con esto, pero sentí malestar, no por que mi nombre estuviera entre los “chistosos” sino por lo que en su inocente juego plantearon los ingenieros con tan poco humor. Estaban jugando a ser pobres.

Hace unos días fui a un restaurante que dedica sus esfuerzos culinarios e hacer de sus platos una suerte de criollismo sofisticado. Hay envueltos de maíz con salsa de maracayá y helado de vainilla, onces de chocolate con queso y panes boyacenses, y varias propuestas de la cocina vernácula, combinada con elementos propios de la cocina contemporánea. El postre con envuelto de maíz es sin dudas un logro, pero pagar por un chocolate con queso 8.000 pesos, es un robo. Igualmente hay un restaurante de reciente inauguración, dedicado a la cocina colombiana, con precios exorbitantes, a platos que en su contexto son más bien económicos, y hasta más ricos. Pero todo esto hace parte de una tendencia que quiere darle “estatus” a esos productos que llamamos populares, hacerlos válidos para las élites. Ahora un niño bien puede comerse una aguapanela con queso y no sentirse un pobretón muerto de hambre. Está relacionado también con la idea uribista de una Colombia pujante, echada pa adelante, orgullosa de sus particularidades, en suma, una campaña chovinista asentada en un sentimiento vacío respecto a un país, que no tiene en cuenta a la gente, sino sus imaginarios de consumo. Es como si estuviera de moda ser pobre. Obviamente el “ser pobre” pensado desde su estética y gustos, no desde el verdadero significado de serlo, es decir, pagar mucho por serlo, para no serlo.

Otra corriente muy aceptada es la de aprovechar la lengua para agredir “inocentemente”, y resaltar una carencia educativa. Un bar carísimo del norte se llama mailiroldarlin (my little darling). Su nombre es una transliteración, pero una particular, que nos habla de cómo llegan algunos al idioma ingles. No porque sus colegios hayan sido bilingües, ni porque hayan pagado por cursos particulares, sino por la precariedad con que se enseña esta lengua en los colegios públicos. Bien sabemos que asi no se dice ni se escribe, pero es muy play (plei) jugar a no saber, a ser pobre. (El inglés no debería ser la única lengua que se enseñe y ser bilingüe, aunque muchos no lo piensen así, implica hablar al menos dos de las miles de lenguas que hay en el mundo). El nombre de este bar se aprovecha de esa carencia, los ingenieros de la fiesta se burlan de la inspiración que lleva a las personas pobres a ponerles ciertos nombres a sus hijos. Pagar por un tamal 20.000 pesos, nos dice que lo pobre vende.

Hace ya un buen tiempo que no suena Billie Holyday, por eso se me hace difícil escribir.

Creo que las expresiones populares son mucho más de lo que un grupo de niños ricos creen, y que su aprovechamiento no corresponde a una identificación, o a una búsqueda verdadera. Es más un lugar común, una forma fácil de hacer arte y vender.

domingo, abril 09, 2006

Mi relación con los buses y el asombro uruguayo

Se me pidió escribir y criticar, para ver con qué salgo, respecto a un tema que conozco bien, no porque lo haya estudiado a fondo, sino porque he vivido en él y desde él; se trata del transporte público en Bogotá, y para ser más específico, de la disputa entre el viejo sistema heterogéneo y caótico de buses multicolores; mucho humo, pito a mansalva, y el aparentemente servil y pulcro transmilenio.

Pero antes de empezar, les pido remitirse al siguiente enlace metatextual: http://www.populardelujo.com/libro_01/textos/pdf/cebollero.pdf (no metrosexual) donde encontrarán un artículo de Mauricio Carreño sobre el mismo tema. En él, añora la perpetuidad del viejo sistema, apoyado en un amor desmedido y esnob (muy de moda hace unos años entre universidades bien que enseñan arte) por la cultura popular, amor que no pasa de un mero reconocimiento iconográfico, y de una vacuidad emocional asociada a ciertos elementos naturales al desenvolvimiento estético de las sociedades fuera de los contextos académicos, es decir, descubrir que la cultura popular tiene una estética tan válida y rica como cualquier otra nacida de los círculos intelectuales. Agua hervida. Los pobres son play muy a su manera. Que raye marica.

No es mucho lo que puedo aportar o decir. No estoy ni en contra ni a favor de ninguno, pero debo reconocerle a transmilenio el que haya podido leer varias novelas, cuentos y artículos, sentado en sus sillas rojas (y a veces azules), sin que mi retina peligrara tanto, porque desde que las lozas empezaron a hundirse, mis lecturas también se fueron hundiendo, y mi astigmatismo se fue subrayando con cada hundimiento. Pero fue allí, aún a pesar de ese pequeño inconveniente, donde leí Abbadon el exterminador, America, El libro de Manuel (no la de kafka), El síndrome de ulises, varias malpensantes, De carne y hueso, Angosta, El último round, la vaca, la información, y últimamente, la amena Experiencia, de Martin Amis. Estoy seguro que si hubiera leído esos libros sentado en una buseta, un cebollero o un colectivo, estaría casi ciego.

Recuerdo que empecé a montar solo en bus a eso de los 12 años, cuando iba a entrenar natación al club comfenalco (ahora colsubsidio). Cogía muy al frente de mi casa un ejecutivo (a veces superejecutivo) y al poco tiempo llegaba a mi destino. En esa época vivía en Suba. Fui muy chiquito hasta que me pegué el llamado "estirón", que no fue sino un estironcito. Me alcanzó para el 1:74 de estatura que mi cédula atestigua algo fraudulentamente. Por esta razón, cuando debía bajarme del bus, o recurría a la ayuda de alguien con la altura requerida (nunca una mujer) o saltaba agarrado al tubo oxidado, haciendo puntería con el dedo para dar en el reducido círculo asignado como timbre. Toda una labor harto dispendiosa y sin duda aflictiva, a esa edad donde todo me parecía bochornoso. Desde ahí las cosas empezaron mal, sería una relación unida por el odio y el tedio.

Pero los buses me dieron la oportunidad de no ir en la ruta del colegio, eran una alternativa interesante, que me permitía bajar a Unicentro (muy cerca a mi colegio) jugar maquinitas con mis amigos después del estudio, y después ir a mi casa, con poca plata, pero la satisfacción que le da a uno la independencia. El bus sin duda significa para mí independencia.

En la universidad la llamada independencia se fue para el carajo, y en su lugar empezó a acomodarse en mi espíritu, un resentimiento hacia esas cajas ruidosas, atestadas y lentas que eran los buses. Ir hasta los Andes desde mi casa y volver después, era a todas luces un suplicio.
Cómo me hubiera gustado poder leer algo en esos momentos estáticos en la séptima, en la 127, en la Suba.

Paulatínamente fueron llegando los buses rojos, con toda su renovación urbana y ciudadana. Pero nunca me han servido mucho. Para ir al portal del norte, la estación más cercana a mi casa, debo coger un colectivo o caminar 15 minutos hasta la parada de un alimentador. Lo bueno de empezar los recorridos en un portal, es que hay muchas posibilidades de conseguir una silla, lo que en mi caso significa: leer.

Creo que la discusión no es muy interesante, siempre pensé que Bogotá se merecía un metro, pero nos vendieron esta solución y ya que se le va a hacer. ¿Les colocamos vírgenes y figuras religiosas y hacemos retablos rojos y acolchonados en la parte delantera de los buses articulados para contentar a los que creen que se pierde autenticidad y cultura por montar en transmilenio?. ¿Cierto que suena ridículo?. Me gustaría que el sistema fuera menos excluyente, que los vendedores, como en el D.F, pudieran subirse a decir su carreta, que las estaciones tuvieran baños y comercio, que hubiera descuentos para estudiantes, que las malditas lozas paren de hundirse, que el alimentador llegara hasta la puerta de mi casa, que nadie se crea mejor persona por dejar sentar a un viejito, que la lástima impuesta no sea el motivo, en fin, muchas cosas. Pero me conformo con poder leer algo mientras voy a la U. Algo es algo. Deje así.

Por otra parte. El informe semanal que me dan sobre el movimiento del blog, me dice que hay varios uruguayos leyéndolo ( o al menos visitándolo), más que colombianos. Como el hecho me parece insólito, y por lo tanto interesante, les mando un saludo a los uruguayos que lean estas páginas, y les digo que fui al festival de teatro a ver una obra uruguaya que me gustó bastante. No es más por ahora. Con esto salí.

jueves, marzo 30, 2006

Una anécdota


Lugar: Buenos Aires
Hora: A eso de la 1:00 A.M
Acompañante: Mi hermano

Caminaba con Felipe, ya hacia al hotel, por alguna calle del centro de Buenos Aires. Veníamos de comer en la zona ultra sofisticada de Puerto Madero, claro que Eduardo gastaba, no vendríamos de allá si no hubiéramos estado con él y Alba, pero iban adelante, por eso no los cuento como acompañantes, no en el momento que les pienso contar. Era una de esas calles afrancesadas (aparizadas, de París), con edificios de media altura, y todo muy bonito, salvo por tanta basura. No había casi nadie en las calles. Caminábamos románticamente, con esa sensación que le da a uno en las grandes ciudades, y mas en las ciudades “literarias”, de ser el protagonista de una novela policíaca. A lo lejos, enfrente de nosotros, vimos a un par de jóvenes escarbando entre la basura. Alba reaccionó apretando el ritmo de sus pasos y Eduardo la siguió. Mi hermano y yo, al haber visto en noches anteriores que eso de recoger basura en Buenos Aires es algo más bien normal, nos quedamos atrás, caminando sin prisa alguna. Al acercarnos a los dos jóvenes, el poco miedo que hubiéramos podido tener, producto de una infancia de terror a los recogedores de basura en Bogotá, se nos esfumó del todo. Los encontramos metidos en la basura, seleccionando, discutiendo sobre qué llevar. La basura era particular, se trataba de casetes de VHS, cientos de ellos, esparcidos por todo el andén, todos marcados enigmáticamente. Paramos y nos sumamos a la búsqueda. Después de escarbar un poco, y decidirnos por un título, continuamos con la caminata nocturna y volteamos por florida, que siempre tiene gente, allí nos esperaban Alba y Eduardo. El casete decía lo siguiente: Publicidad insólita 1986.

En Bogotá el asunto del casete se olvidó, hasta que mi hermano me dice un día: Mira que escuché el casete que recogimos, pero no había nada, sólo estática y una voz toda tenebrosa diciendo algo que no se entiende, pero me dio miedo ver más y lo saqué. En seguida estábamos frente al televisor poniendo la bendita cinta en el VHS. Pero saben algo, la cinta tenía justamente eso, estática y una voz de ultratumba diciendo algo que no se entiende. La sacamos y la volvimos a meter, esta vez el audio cambió, la voz ya no era de ultratumba, era más bien ridícula, una voz a más revoluciones de las necesarias, como la de las ardillas (recuerdan a Albin y las ardillas). El caso es que era sólo eso, un casete viejo con el video dañado y el audio sobrerevolucionado. Lo adelantamos todo y siempre era lo mismo. Nuestro interés policiaco se perdió. Ahora la cinta está al lado de las pelis de Felipe, en su cuarto. En verdad me hubiera gustado que fuera otra cosa.

domingo, marzo 26, 2006

Respuesta a un artículo de El Tiempo

La siguiente es una carta que le envié a la señora Angela Marulanda, en respuesta a su artículo del domingo.

Después de leer su artículo sobre la adopción en parejas homosexuales, me vi abocado a escribir una respuesta a sus opiniones. Las razones son sencillas: soy homosexual, y no estoy de acuerdo con sus puntos de vista, que creo caen, en eso que en su primer párrafo usted llama falta de argumentos, y para no distorsionar la cito:

"Creo que un motivo por el cual es difícil resolver si es o no apropiado que se apruebe la adopción para parejas homosexuales, es que las razones en pro y en contra no se sustentan"

Frase que pensé tendría que ver con su escrito, sustentaría su opinión, fuera la que fuera, pero que muy a mi pesar es sólo el comienzo de un confuso texto, donde lo único que queda claro es que quien lo escribe tiene problemas para aceptar otras realidades diferentes a la heterosexualidad, y creyéndose un modelo, opina sobre cosas que no entiende, por ignorancia o prejuicios.

Voy por partes. Usted dice que tener hijos no es un derecho sino una capacidad con que nos privilegia la naturaleza. Hasta ahí todo está claro ¿Pero no iba acaso a hablar de la adopción?, ¿no es ella un derecho para aquellos a quienes la naturaleza no los privilegió con la capacidad para tener hijos? Claro, usted dice que igual la adopción es un privilegio, al cual sólo acceden personas que cumplen con una rigurosa lista de requerimientos. Pero este, lejos de ser un privilegio "natura" tiene que ver con su capacidad económica y el deseo de hacerlo, entonces pensar en la concepción y en la adopción en los mismos términos es altamente inadecuado, en vez de aclarar, confunde.

Entre los requisitos que usted menciona para poder ser candidato a la adopción, están la edad, su posición económica y su salud mental. Dice usted que no sólo a los homosexuales se les niega ese derecho, sino también a los muy jóvenes o muy viejos, a los pobres y a los enfermos mentales, pero en ningún momento sustenta el por qué de esas decisiones y cómo repercutiría en el niño el que sus padres adoptivos tuvieran esas características, se conforma con dar por argumento su simple mención. Pero no me dejo confundir, una cosa es ser pobre o enfermo mental, y otra ser homosexual. Es apenas obvio que una persona con escasos recursos económicos no pueda satisfacer a cabalidad todo lo que un niño necesita para su crecimiento, y que por lo tanto sea una causa para negar el derecho a la adopción. Si se está enfermo de la cabeza, tampoco se puede garantizar la estabilidad emocional que necesitaríaa un ser que crece aún. Pero en ningún momento, su artículo se refiere al caso específico de la homosexualidad, ¿no cree usted que una pareja de mujeres, con estabilidad laboral, deseos de conformar una familia, y la estabilidad emocional exigida a los heterosexuales, está en la misma capacidad de criar y darle a un niño o niña el afecto, educación y bienestar necesarios, que una pareja heterosexual?

Ahora bien, la pregunta que en verdad es relevante debe enfocarse hacia las necesidades de los niños. Y para no entrar con maniqueos en el tema, ir a nuestras infancias y ver que pasó allí.

¿Que modelo de familia se propone para que tipo de niños?, ¿estamos basando esos modelos en lo que creemos le hace bien a un niño o en la aceptación pasiva de un paradigma que poco tiene que ver con la sociedad y las relaciones en nuestro contexto?

Continúa usted diciendo que además de los requerimientos que usted cita, hay otro, inventado por usted al parecer, y que tiene que ver con la idea de masculinidad y feminidad, la cito:

"los padres y las madres, son modelos que les confirman su masculinidad a los hijos y su feminidad a las hijas, lo cual no pueden hacer los homosexuales"

"Así como una persona invidente no tiene el privilegio de conducir un auto, o un diabético tampoco lo tiene de comer lo que comen todos, los homosexuales tienen la limitación de no poder ofrecerle al hijo una imagen definida del género masculino ni del femenino, porque no son ni lo uno ni lo otro"

Aparte del sesgo tremendamente homofóbico de las frases anteriores, en donde insinúa que la homosexualidad es por un lado una incapacidad física y por otro una enfermedad, creo que es indispensable aclarar que no es ni lo uno, ni lo otro. Además su desconocimiento de la realidad de los homosexuales la lleva a pensar que son personas que no se identifican con un género. Nada más falso.

Haría falta aclarar que según eso, hay una idea general de lo masculino y lo femenino, ¿pero cual es? ¿Y es esa idea necesariamente importante?

Yo crecí en una familia de padres heterosexuales, al igual que la mayoría de mis amigos homosexuales. La conclusión lógica de esto es que la sexualidad de los padres no influye en el comportamiento sexual de los hijos, y por lo tanto no es suficiente razón como para negarles a dos personas con el deseo y la capacidad económica, su derecho a conformar una familia.

Pero su sarta de frases intolerantes no para ahí (es un artículo del periódico más importante del país). Cito de nuevo:

"Por otra parte, a pesar que las series de tv muestran a las parejas homosexuales como ideales, me pregunto si esa armonía es posible en familias conformadas por quienes han tenido que padecer el repudio de la sociedad y a menudo el de sus propios padres"

Acá es evidente que quien escribe esto tiene serios problemas para enfrentar su repudio y hacer parecer su texto "un intento de comprensión" y se convierte en una prueba de sus más sinceras aversiones, odios y temores. Pero bien sabemos que aunque es válido decir lo que uno piensa, no se puede pretender transformar una sociedad a punta de esos odios, de esas aversiones, de esos temores. Porque se estaría formando una sociedad temerosa y con odio. ¿Usted propone que el remedio a ese repudio sea vulnerar los derechos de quienes son repudiados? Eso no tiene el más mínimo sentido.

No cree usted que aceptar la adopción de parejas homosexuales, en vez de fomentar ese rechazo y ese estigma del que usted cree somos víctimas los homosexuales ayudaría a tener una visión más real de lo que en verdad significa ser homosexual, y por lo mismo atenuar el rechazo y la estigmatización.

Lamento que artículos como el suyo tengan la difusión de un periódico tan importante, y que eso que usted piensa pueda ser leído por tanta gente. Creo que desinforma y promueve amable y confusamente lo que en apariencia rechaza. Aunque tengo que reconocerle que sí, está sustentado como a usted le gusta, pero sustentado en el rechazo, la estigmatización, el odio, el repudio y por consiguiente en la estupidez. Pero no es nuevo para mi eso, ya sabía que esta es una sociedad estúpida y es apenas obvio que personas con la incapacidad natural de entender, pretendan ser modelos. ¿Una lástima no le parece?