domingo, julio 02, 2006

Extraños vínculos


Alfred Brendel

Ese año decidí estudiar música, y como la situación económica en mi casa había mejorado considerablemente, me matriculé en el programa juvenil de la Javeriana. Seguí escuchando rock, sobre todo en español, y comprando discos en cuanta tienda encontraba. La plata que me daban para pagar la ruta del colegio, la gastaba en discos, lo que me sobraba en busetas y buses que me llevaban del colegio a la casa, y así, sin que en mi casa se enteraran de nada, pasé varios años hasta terminar el colegio. La plata de la ruta me alcanzaba para un disco mensual. Si no estoy mal costaban en promedio 15.000. En la javeriana empecé a tocar en ensambles de jazz, y con timidéz me aventuré a comprar discos de esa música improvisada y liberadora. Mis gustos habían cambiado considerablemente, en la clase de piano quería montar Stravinsky y Bartók. Lo de Stravinsky mi profesora de entonces ni siquiera lo consideró, para eso no estaba preparado, pero Bartók por fortuna pensó en todos, no sólo en los grandes solistas, y compuso música para todas las etapas de la enseñanza musical; desde monofonías modales, hasta obras sinfónicas de complejidad ostensible. Eso sí, siempre interesantes y atractivas. Tal vez fue esa profesora a la que le dije que quería ser como Richard Clayderman, la que me introdujo sin que yo fuera consciente, en las armonías poco infantiles de compositores que desde Polonia hasta Rusia hacían de las suyas con los oídos jóvenes, retándolos a la disonancia como color, como presencia autónoma, no como mero paso entre consonancias.

Un libro que ella llamaba “de los gatos” por su carátula amarilla con un dibujo expresionista de dos gatos sobre un teclado, fue el culpable de mi desviación estética, desviación que ahora sé, fue permanente. Era un libro en ruso de enseñanza infantil, con lindas ilustraciones para cada pieza y extrañas composiciones alejadas de lo que podríamos llamar “infantil”, nada alegronas ni insulsas, como estamos acostumbrados a imaginarnos la música para niños, sino por el contrario, enigmáticas y reflexivas. Si fue por eso que dejé de admirar al Richard, pues muchas gracias, me salvaste de ser sordo.

Mis primeros discos de música clásica los compre en el recién inaugurado TOWER RECORDS de Andino. Fueron dos: tres cuartetos de Bartók tocados por el Julliard Ensamble (esa frase esta como pa Les Luthiers) y tres sonatas de Beethoven tocadas por Alfred Brendel. Sin saberlo compré grandes versiones. En el de Bartók hay una interpretación magistral del sexto cuarteto, mi preferido y que luego, en un libro de Cortazar, encontré también era el preferido de él. Todos sus movimientos empiezan con la misma melodía visceral, aunque transpuesta o variada. En el de Beethoven, sus tres primeras sonatas, todas maravillosas, dos de ellas inusualmente largas y complejas para la época.

Otro factor que me cambió mucho la perspectiva de la música fue la visita de un italiano hippie a la casa. Gracias a él conocí a King Crimson, Bjork, Jefferson Airplane, Soft Machine, y discos de The cure poco escuchados. De él no sé nada ahora, pero le agradezco igual su influencia.

La emisora de la radiodifusora nacional, con su carga de buenas propuestas entró en escena y varios programas especializados de emisoras comerciales, como los de Andrés Durán y Alvaro Marín, en 88.9 (ahora vallenata), el del pirata en la mega, y en emisoras culturales, como los de la javeriana con Garay en la programación, me incitaban a querer escuchar más, más allá de lo que las escuálidas radios comerciales suelen dar de alimento a nuestros oídos. Todo este panorama particularmente rico y que ahora extraño, hizo que me formara un gusto singular, casi siempre alejado de las modas, anacrónico, terco y experimental. ¿Qué será de esa profesora que me torció el camino inmaculado del rubio pianista y su blanco piano? No tengo la más remota idea, pero le debo mucho.

Ya me está cansando este escrito, creo que haré otra entrega y no más, hay temas de los cuales quisiera escribir con premura, pero me enfrasqué en esto y ya tengo que terminarlo, sea como sea. Aunque me gustaría estar escribiendo sobre Garavito y el pantallaza de Pirry, sobre las condiciones de vida al sur de la ciudad, sobre el artículo de arte que leí en UN periódico, donde de muy elegante manera, el autor concuerda conmigo en su visión de las tendencias “populares” en el arte colombiano actual. En fin, varias cosas en el tintero de ceros y unos con el que escribo.

Retrato medio cubista de Bartók