jueves, diciembre 29, 2005

Antes de abordar

La locuacidad reclamada ha sido recuperada. Pero el tiempo no es mucho y primero estaban las cartas debidas. Quedan diez minutos en el contador de este computador desde donde escribo, en el aeropuerto de Lima, sorprendentemente eficiente e inmaculado. Tengo entendido que se lo dieron en concesión a una empresa italiana y ahora es lo más parecido a un aeropuerto europeo. Lo malo: que al salir te cobran por todo vuelo, nacional o internacioneal, un impuesto. Aunque no tan abultado como el colombiano, que ni eficiente ni inmaculado, y orgullosamente nada europeo. En fin. Tengo muchas cosas que decir y termino hablando del aeropuerto. Prometo extenderme suficiente la próxima vez y hablarles de los aromas del Perú, de sus paisajes marcianos, su comida exquisita y su pobreza sobrecogedora. Ahora sólo espero que la señora que atiende me diga que es hora de pagar la hora de internet más cara del Perú y después podré irme a esperar, leer a Ray Bradbury y ver pasar turistas multicolores, es hora...

martes, diciembre 27, 2005

Cajamarca,la lluvia y el aburrimiento del turista

LLueve, llueve mucho. Las calles estan encharcadas, mis ánimos están encharcados. No escribo por ahora, espero sepan ser pacientes como yo lo he sido ante tanta lluvia y este teclado inmanejable, mil veces manoseado y ahora en las últimas, sufriendo con mis dedos impertinentes. Mil veces esta lluvia que no me deja ser, que cae y cae indiferente, mojando todo, mojándonos, mojándome.

lunes, diciembre 19, 2005

Más de lo mismo

Otra versión, con el último parrafo cambiado, espero para bien. Ahora me gusta más.

Su presencia en cada puente

El verano era grandioso. Los días empezaban a alguna hora, de eso puedo estar seguro, pero a esa hora incierta donde la oscuridad venia a ser reemplazada por un sol omnipresente, yo siempre estaba durmiendo. Sólo sé que los días empezaban mientras yo dormía allá arriba, en el cuartito improvisado que Arrigo construyó especialmente para mi estadía con él.

Cuando por fin decidía levantarme, en la casa, o más bien, en ese lugar donde Arrigo con la resignación de todo hombre viejo y solo, decidió vivir; reinaba la desolación, porque sería un eufemismo llamarle silencio. Era un lugar horrible, lo sé, pero estaría ahí por poco tiempo, mientras conseguía algo mejor en la ciudad. Yo igual nunca me sentía en casa, lo único que me hacía levantar diariamente para comprobar que el sol seguía saliendo y mi desespero por irme de ese lugar aumentando, era el paseo en bicicleta hasta la ciudad para estudiar en los pianos del conservatorio. El camino, aunque monótono, me permitía estar una hora entre sembradíos de tomate y cielos limpios que, a mi ritmo irregular y caprichoso, podía expandirse en eternas jornadas de contemplación. Además me han gustado desde siempre las variaciones; como desviarme para conocer un arroyo, meter los pies tímidamente en él y mirar hacia las copas de los árboles meciéndose desprevenidamente, o, ir hasta esa fabrica abandonada y sentir el miedo primitivo al olvido y la belleza singular de lo olvidado.

Después venían los ritmos propios de la ciudad. Parecía imposible que un puente cambiara de manera tan abrupta mi percepción del espacio. De un lado todo ese verde, ese rojo y ese azul peleando por figurar; del otro, el verano era una constante de fachadas amarillas, techos de barro y un bochorno implacable hasta en la sombra. Pero en la ciudad también se estaba bien; en sus plazas y cafés, con el aire denso y aromático que lo contaminaba todo y sumía a sus habitantes en un sueño letárgico de siestas después del almuerzo y tiempo para el ocio tras una cerveza, o varias, consumidas lentamente. De eso estaban compuestos mis días.

Al llegar al conservatorio, dejaba mi bicicleta a la entrada, después subía las escaleras y atravesaba el largo corredor hasta el fondo, donde se encontraban los salones de piano. Allí me dirigía a esa funcionaria extraña que ellos llaman “videla” y le pedía un piano. La videla, siempre distinta, solía ser una señora mayor de 60 años, que dependiendo de su estado de ánimo o sus prejuicios étnicos adjudicaba un salón de estudio. Algunas veces con un Stainway, donde me acomodaba intimidado, pero poco a poco me acostumbraba a tanto sonido que parecía increíble fuera ocasionado por mis dedos. Otras, con un piano que aunque de cola, bien podría no serlo y sonaría igual. Estos los abordaba con desinterés tocando escalas y estudios. De vez en cuando golpeaban a la puerta, casi siempre era la videla que quería cambiarme a otro piano o limpiar el teclado y abrir las persianas. Pero una vez no fue la ella.

Abrí la puerta y me encontré con un muchacho que ya había visto antes por los pasillos del conservatorio, lo recordaba bien, de andar nervioso y apurado, siempre solo. Se quedó callado al verme, forzándome a decir cualquier cosa. Hola, ¿necesitas algo?, acerté a decir toscamente. Sonrió incómodo y disculpándose, respondió que sólo quería oírme. Lo invite a seguir y aproveche para abrir las persianas y finalmente verlo bien. Era un muchacho joven, tal vez un poco menor que yo, algo rollizo, con la tez propia de los del sur, de ojos claros y aspecto infantil. Por alguna razón empecé a sentirme perturbado. Él se sentó en una silla de esas que usan los otros instrumentistas y calladísimo esperó a que me acomodara de nuevo y empezara a tocar. No supe bien si seguir con el Prokofiev, es lo que estaba tocando antes de que él llegara, aún me faltaba estudiarlo, muchas partes estaban sin armar. Sentí que debía impresionarlo. Arranque con una un preludio y fuga, me sentía como en un examen. El preludio no salió tan mal, pero en la fuga, debido al calor que hacía en el salón, mis manos sudorosas y la fuerza de su presencia, empecé a errar notas. Él pareció notar que me estaba incomodando y silencioso como hasta el momento había sido, se levantó y casi susurrando me dijo que mejor me dejaba estudiar tranquilo. Le hice un gesto con la cabeza y enseguida se fue. Me sentí estúpido.

Salí del conservatorio y pasé por el Dubliners, un bar irlandés que quedaba a solo unos pasos. Pedí una cerveza. El local estaba casi vacío, una pareja dialogaba en la barra y dos hombres solos fumaban en rincones opuestos.

La escena con el muchacho en el conservatorio no lograba encajar del todo en mi cabeza. ¿Qué lo hizo alejarse tan rápido? ¿Por qué no fui capaz de hablar un poco más, preguntarle por su nombre al menos? ¿Por que me puse tan nervioso tocando la fuga? Sentía esa situación, como mi oportunidad de haber empezado a hacer amistades en aquel lugar inhóspito y poco amistoso al cual decidí huir y la había desaprovechado. Estaba en esas preguntas y reproches, cuando en la puerta aparece, me mira y sonríe, esta vez naturalmente. Se acerca a mi mesa y se sienta en una silla antes de decir cualquier cosa. Después me alarga la mano y sin más me dice que se llama Lucca. Todo fue tan inesperado y rápido que cuando me di cuenta ya estábamos tomando una cerveza juntos. ¿Lo invité o me invitó? no podría asegurarlo. El caso es que ya estábamos ahí, sentados en la misma mesa, hablando de cualquier cosa, casi como si fuéramos viejos conocidos. Su actitud era muy distinta a la de esa tarde en el conservatorio, aunque seguía teniendo aspecto infantil, advertí que de ninguna manera se acomodaba al prototipo que me había creado de él. Ahora parecía más seguro y hablador. Supe que no era pianista, que ni siquiera tomaba clases en el conservatorio, aunque su madre si lo era. Él sólo sentía curiosidad por los músicos y a veces entraba al conservatorio y pasando desapercibido hasta para la videla, lograba acomodarse en algún rincón cerca de una ventana o una puerta para escuchar. No le gustaban los conciertos, pero si los ensayos. La cerveza se acabó y sin meditarlo pedimos otra.

Aún no era de noche pues los días eran largos, pero sabía que ya estaba tarde para irme hasta la casa de Arrigo en bicicleta, el camino no estaba iluminado y temía perderme, además la idea de pasar frente a la industria abandonada en la oscuridad, me aterrorizaba. Le dije a Lucca que tenía que irme. Después de escuchar mis razones quiso acompañarme, yo, con esa aburridora formalidad bogotana, le dije que no era necesario, y él, en cambio, con su mejor cara de seriedad italiana, me dijo que le parecía indispensable. Me empezaba a simpatizar de verdad.

El atardecer era fresco y se estaba bien afuera. Las cervezas que tomamos ya estaban dispuestas a salir y al pasar por un parque le dije que quería orinar, también yo, dijo riendo. Entramos al parque y tímidamente empezamos a orinar, uno muy cerca del otro, podía oír el sonido de su chorro golpeando contra el pasto. Yo mientras miraba hacia arriba. Las primeras estrellas empezaban a salir y por un momento me perdí observándolas. Cuando volví en sí, ya no estaba orinando y supe que Lucca había estado pendiente de toda la escena. En un ataque de pudor me apuré a guardarlo y cerré la cremallera, él no paraba de reír. Nos fuimos del parque, él sosteniendo mi bicicleta y yo caminando a su lado. Supe que no quería ir donde Arrigo esa noche, que no quería verlo preparar la sopa insípida de siempre, que no quería oírlo quejarse de cuanta cosa dijeran en la televisión, con esa manera simple de ver la vida, con ese desarraigo irreprimible con el que afrontaba los días.

Poco antes de llegar al puente me dijo que pasáramos por su casa. Es muy cerca y te quiero mostrar algo, de paso podríamos comer, ¿qué dices?, dijo algo nervioso. Tuve que aceptar, en sus palabras había implícita una súplica. Era un barrio de casas grandes, con antejardín y patio trasero, de familias adineradas y perros del más puro linaje. Su casa resultó ser la más modesta de todas, al menos en apariencia. Al llegar al porche y recostar la bicicleta en la baranda, me dijo que su mamá no estaba en casa y pareció alegrarse.

La casa por dentro no era menos modesta. Lucca me señaló el piano y con su cara transformada por una sonrisa que se me antojó hermosa, me dijo que esta vez no me haría tocar nada. No pude evitar sentirme estúpido de nuevo. Antes de poder acomodarme en alguna parte me hizo subir a su cuarto. Siempre he creído que conocer la habitación de alguien es entrar, si se saben leer los detalles, en zonas profundas de su personalidad. Lucca dormía con su madre, me confesó. Le dije que había acabado con mis esperanzas de conocerlo a través de los signos que pudiera encontrar en sus cosas, o peor aún, había complicado todo. Me respondió que la mejor manera de conocer a las personas es haciéndoles preguntas inapropiadas, no pude objetar semejante argumento y aproveché para preguntarle por su mamá, algo me hacía pensar que eso podría ser inapropiado. Me estas entendiendo, dijo para evitar responder. ¿Entonces para qué me hiciste subir? Para que vieras esto, respondió mientras sacaba de una bolsa azul de supermercado unas fotos.

Lo primero que se me pasó por la cabeza fue alejarme corriendo de esa casa, salir y olvidar la bicicleta, correr, simplemente correr hacia cualquier parte, tal vez llamar a Arrigo y decirle que me habían robado, que estaba solo y lo necesitaba. Pero lo que hice fue quedarme, quedarme a ver sus fotografías, las cuales fui pasando una a una, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba cada vez más, cómo sus manos empezaban a recorrer mi cuello sutilmente.

Lamenté que todo hubiera acabado así. Su madre había llegado. Quitó sus manos sobresaltado y bajamos sin mediar palabra a la sala. Lucca saludó esquivando la mirada de su madre y me presentó como un amigo del colegio. Clara, se llamaba. Bonito nombre, le dije, como el de una amiga en Colombia. Supe que no he debido decir eso y agregué que estaba de intercambio para justificarlo. No pareció importarle y me ofreció algo de comer. Lucca me cogió del brazo y me sacó de su casa diciéndole a Clara que ya íbamos de salida. No pude siquiera despedirme.

Desde el porche pude escuchar el piano tocado hábilmente. Quise quedarme, pero Lucca no me dejó. Te acompaño hasta el puente, después te tienes que ir solo, me dijo a manera de disculpa. Caminamos en silencio. Desde los ventanales de cada casa, en ese barrio elegante y sombrío nos llegaban escenas familiares, de esas que hace tiempo no disfrutaba. Hacia fresco. Ya estaba totalmente oscuro y del otro lado del puente no se veía nada. Cruzamos hasta la mitad, donde él paró a despedirse, alargándome la mano. Lo miré a los ojos, tenía la misma expresión de esa tarde en el conservatorio. Le di un beso en la mejilla y caminé hacia la oscuridad. Justo al pasar el umbral donde terminaba el puente y empezaba la noche en el campo, me volví para verlo. Él hizo lo mismo desde el otro extremo y sonriendo, sorprendidos por la coincidencia, nos despedimos agitando los brazos.

No lo volví a ver en el conservatorio ni en ninguna otra parte, y aunque recordaba bien donde vivía, no quise visitarlo. Lo extraño es que ahora, cada vez que paso por un puente, me veo dejándolo atrás, él en la luz, yo sumergiéndome en la oscuridad del campo y siento cómo se reinventa su recuerdo y mi soledad de entonces a cada paso. Todo puente me acerca a ese momento y sólo ese, me alejó aquella vez de Lucca.

Durante el viaje de regreso adonde Arrigo me vi enfrentado a la oscuridad del campo, a sus sonidos, a sus olores. La industria abandonada estaba allí: Sus cadenas oxidadas, sus techos amenazantes, sus sombras y sus gatos. El arroyo y su rumor casi imperceptible. Quise quedarme ahí, meterme desnudo al arroyo y esperar a que amaneciera, pero seguí pedaleando. Imaginaba la cara de Arrigo frente al televisor, con su plato de sopa ya frío sobre la mesa, esperándome.

sábado, diciembre 17, 2005

Nuevas noticias, viejas desilusiones

Por un lado estoy contento de poder anunciar un cambio para los post que haré a partir del 22 de diciembre, con motivo de mi viaje por suramérica. Será durante unas semanas un blog de crónicas de viaje. Intentaré escribir a diario desde los sitios donde esté, y a mi manera les haré saber cómo siento los lugares por lo que pase. Por otro lado, veo que los comentaristas no volvieron a hacerse sentir. Yo cumplo con mínimo un escrito semanal, algo que me propuse para evitar que el blog muera, pero espero tambien que quienes vengan y visiten el blog, se hagan sentir; no numéricamente, pues el contador sigue subiendo, sino con opiniones, quejas, sugerencias o lo que les de la gana. Sepan que siempre serán leídos y bien recibidos.

Ya son más de mil visitantes, lo cual no dice mucho, pues mis visitas al blog para ver quien me ha visitado sumarán la mitad de tan abultada cifra, igual me siento orgulloso de no haber dejado morir el blog a pesar de tener tan ingratos lectores. Como es época de buenos sentimientos y corazones generosos, trataré de olvidar mi odio hacia ustedes y les desearé que coman bueno, pasen rico, quieran a los suyos, combatan la mentira, no maten a nadie si no es de risa, piensen en votar por otro distinto de Uribe, tengan el mejor de los sexos con la persona que quieren y finalmente, haganle un comentario al blogsito. Como ven no estoy muy lúcido hoy, pero igual escribo. Felices fiestas.

jueves, diciembre 15, 2005

Un cuento más, les debo entregas del otro, pero es que estas cosas me salen más facil













COMO EN LAS PELÍCULAS


Después del peaje no tuvimos mucho para decirnos. Carlos parecía estar entrando en el mundo de Morfeo y mi hermano a duras penas abría los ojos para comprobar que la lluvia no cesaba. Con una voz queda y lejana acertó a decirme que no fuera tan rápido. Me gusta manejar rápido. Desde que aprendí, he asustado a mí mamá por la manera en que lo hago. Pero con ellos, en su estado de somnolencia, podía hundir el acelerador sin preocupaciones ajenas, sólo las mías. Porque aunque sea un corredor incorregible tengo mis miedos, sobre todo con esa lluvia que resonaba en las latas del carro como si fuera una lluvia de meteoritos lo suficientemente pequeños para no hacerle daño al carro, pero lo suficientemente grandes para provocar un ruido espantoso, que nos obligó a dejar de hablar.

Los vidrios estaban tan empañados que tuve que abrir la ventanilla, sin importar que la lluvia entrara con toda su fuerza y me mojara el brazo y la pierna. Pero no sólo a mí me cayó agua. Carlos desde atrás se despertó sobresaltado y mojado por el chorro de lluvia que en los bordes de la puerta parecía juntarse para formar un único arroyo, que golpeaba justo donde él había recostado la cabeza. Estaba asustado. Yo también lo estaba, la visibilidad era muy poca y la lluvia parecía arremeter con más violencia cada vez contra el vidrio, haciendo que el ritmo frenético de los parabrisas no fuera suficiente para despejar toda el agua. Mi hermano también se despertó asustado, pero ninguno me dijo que me detuviera. Y no pensaba hacerlo, si no fuera por lo que creí ver a un costado de la carretera: un cuerpo tirado.
-¿vieron lo que yo vi?-
-Me temo que si- respondió mi hermano.
Carlos se había colocado entre los dos asientos delanteros, apoyando cada brazo sobre las cabeceras.
-si, yo también lo vi- dijo.

No iban tan dormidos como pensaba. Bajé la velocidad y Traté de orillarme para detener el carro. Las luces de un camión desbocado iluminaron fugazmente nuestras caras a su paso. Pude ver los ojos de Carlos a través del espejo retrovisor, se veía tranquilo. Mi hermano en cambio no ocultaba su temor. Nadie me dijo nada cuando decidí volver.

Mi hermano cambió la canción que sonaba y se detuvo en una que siempre escuchaba mientras se bañaba en su cuarto. Teníamos un disco de los smiths, a todos nos gustaba esa banda. Era extraño, pero los acordes insulsos de la guitarra, mezclados con esa voz profunda de Morrisey, encajaban con la situación de una manera que se me antojó cinematográfica. En efecto, me sentía como en una película.

Desde el momento en que lo vi hasta cuando decidí volver, sin saber bien para qué, había pasado un buen trecho de carretera, que de vuelta se me hizo más largo. Cuando lo vimos de nuevo, esta vez del otro lado, me empezó a arder la boca del estomago, como cuando vi a ese señor hecho un muñeco paliducho, en la sala de espera de urgencias de alguna clínica, una vez que Carlos enfermó.

Detuve el carro de nuevo, unos metros adelante, donde no hubiera peligro de que nos arroyara un bus o un camión de esos que a esa hora le coquetean a la muerte. Puse las luces de parqueo.

Fui el primero en bajar, después de cerrar la ventanilla y apagar el carro. La lluvia había menguado, pero ya importaba poco, estaba con medio cuerpo empapado y la otra mitad ridículamente seca. Esperé a que salieran y cruzamos juntos la carretera.

-no sé si esté bien, mejor devolvámonos y llamemos a la policía, ellos sabrán que hacer- dijo mi hermano con la voz entrecortada.

-no, ya llegamos hasta aquí, lo hubieras dicho antes, antes de devolvernos, ahora terminemos esto que empezamos- le dije, con una voz no menos entrecortada.

-si el tipo está muerto, lo dejamos y volvemos como si no hubiéramos visto nada, y si está vivo, y es un simple borracho, le ayudamos, para evitar que termine atropellado por un camión, no sean tan bobos- dijo Carlos, como obligado a decir algo, pero esta vez con una voz que no le había escuchado antes.

Aunque atravesamos corriendo la carretera, nuestros pasos se fueron haciendo pesados a medida que nos acercábamos al cuerpo. Cuando estuvimos ahí, a su lado, supimos que no fue buena idea devolvernos.

Como pudimos arrastramos el cuerpo fuera de la carretera, a pesar del asco que nos dominaba. Tuve que respirar profundamente para evitar el vómito, mi hermano no lo pudo contener. El cuerpo estaba en un estado deplorable, muy distinto al de ese señor de urgencias. Este no era un muñeco paliducho, era un humano en descomposición.

De vuelta en el carro, con las notas de los smiths contaminándolo todo, no me sentí más en una película. La lluvia cesó, pero el dolor en cambio continuaba, se hacía más definido, más mío.

Mi hermano se sentó atrás y miraba hacia fuera con la cara recostada en el vidrio, yo lo monitoreaba desde el espejo. Carlos, ahora a mí lado, estaba distante. Volví la cabeza hacia él y suspiré inesperadamente, él pareció notarlo. Puso su mano sobre la mía, que estaba en la palanca de cambios. Estaba fría, la mía también. Aceleré sin mirar adelante. Supe que podía volver a ir rápido.

lunes, diciembre 12, 2005

Unas imágenes, ya hacían falta no?


Cuento (tercera entrega) donde se empieza a ver por donde va la cosa

Así termina la semblanza hecha por Werther Öbis, del escritor colombiano Jorge Perdomo, para La Real Enciclopedia del Fracaso y La Desazón. Su primer y único tomo, se intentó publicar varias veces, pero los ánimos de quienes patrocinaban tan absurdo proyecto nunca fueron suficientes para concluir la vasta obra que se proponían, y haciendo honor a su título, decidieron dejar que fracasara y nunca se publicó nada. De otra forma, se habría convertido en una ironía, pero el fracaso no permitiría que sucediera algo así en su nombre. Esta copia, mal encuadernada y terriblemente mal escrita, fue hallada en los recodos de una casa igual de maloliente y desvencijada que la de nuestro pobre Perdomo, y es la única prueba de la existencia, por un lado del proyecto, y por el otro, de sus colaboradores. Esta es seguramente su única copia, el original aún anda desaparecido.

Me es difícil precisar donde está el atractivo de esta singular obra y por qué quiero leerla de manera tan arrebatada y compulsiva, saltando paginas sin patrón alguno impulsado por el morbo, quizás, reconstruyendo las semblanzas incompletas, misteriosas, casi crípticas que aquí se reúnen, encontrando escritores de los cuales nunca había oído, cuya obra nunca fue publicada por ninguna editorial, ni revista ni periódico. Escritores de todas las latitudes, ordenados caóticamente por alguien. ¿Pero quien pondría en marcha labor tan ardua e inusual? ¿Qué colaboradores tendría? ¿Cómo encontrar a alguien de quien nunca se ha oído nombrar, alguien caracterizado por su anonimato?. Las preguntas que despierta esta enciclopedia absurda son muchas, ¿acaso existieron estos personajes o son obra de una sola persona, de un solo y único genial creador?

miércoles, diciembre 07, 2005

Cuento (segunda entrega) Breve y sufrida, esperen más o haganme desistir.

Los meses siguientes, además de improductivos literariamente, fueron muy reconfortantes. Pudo volver con agrado a su antigua profesión y los insomnios desaparecieron. Su esposa reconoció su buen semblante y hasta tuvo tiempo para volver a hacer el amor y escuchar música. Pero la obsesión por las letras no tardo en reactivarse. La empresa entonces se hizo más compleja y difusa, al embarcarse en un proyecto monumental de escritura. Empezó a escribir una novela autobiográfica. La tituló: La muerte, ese vacío inmundo. Pasó los siguientes dos años escribiendo en jornadas extenuantes, embriagado de pasión romántica (como esta frase). Su esposa lo dejó, pues ya no tuvo más tiempo para ella. Él estuvo de acuerdo, pensaba que no sería definitivo y no intentó retenerla. Con un beso en la mejilla se despidieron

Solo, en su casa desvencijada y maloliente, terminó sus días. El tifo hizo de las suyas, permitiendo que la novela quedara inconclusa. Como toda buena novela autobiográfica, terminó abruptamente con la muerte inmunda de su autor.

domingo, diciembre 04, 2005

¿El poder, una enfermedad genética?

Escribe el columnista de El Tiempo sobre el delfinazgo en la clase política colombiana, acerca de cómo el poder se transfiere sanguíneamente en este país. Su preocupación nace de haber visto la portada de la revista Caras (una revista de esas para famosos y ricos donde todo es rosa, hermoso, y valga decir, estúpido y terriblemente aburrido), en dicha revista los hijos de los tres últimos presidentes, contando al actual pro-dictador Álvaro Uribe Vélez, posan con sus padres en distintos lugares del Palacio de Nariño; no sus hijas, sólo sus hijos, tal como lo hacen los enmohecidos monarcas europeos para revistas de la misma calaña en el viejo continente. El hecho, de apariencia intrascendente, tiene el tufillo indiscutible de salir del más anquilosado costumbrismo político del país de: La Estupidez Siempre Arriba, donde lo que cambia es la cara, nunca el apellido.

Recuerdo perfectamente a estos cuatro personajes, dos de ellos de un mismo padre; la genética le fue favorable al afortunado Álvaro, que tendrá La posibilidad de ver su “herencia” dos veces en el palacio (no por nada se llama palacio). No le bastó con la reelección. Si seguimos así, tendremos a algún Uribe merodeando por el palacio en los próximos treinta años.

Soy de la misma generación de estos “jóvenes promesa”, los vi por televisión bostezar durante la coronación, perdón, posesión de sus padres y aunque no supe de sus vidas por bastante tiempo, no era difícil imaginar que volverían a su pobre país, a pesar de ser privilegiados del sistema y podrían vivir con holgura en cualquier parte, aún sin trabajar. Como abogados, ingenieros o administradores se habrían hecho camino sin dificultades en grandes multinacionales, pero el virus del poder se les inoculó desde la concepción. Ahora vienen por lo suyo.

¿Por qué no se dedicaron al arte, al deporte o al reconfortante ocio? ¿Por qué estar en carreras afines al poder, pudiendo hacer de las suyas sin la incomodidad de tener que dar discursos en plazas abarrotadas de pueblo? ¿Cuando se repetirá lo del hijo de Belisario, que desde su condición de homosexual (asumiendo que es un condicionamiento) escribió para El Espectador un articulo emotivo y real para el día de la celebración del orgullo gay y no para pedir votos por nadie, ni para anunciarnos su próxima candidatura al senado?

Espero con ansias el día en que la política deje de ser una oportunidad de ascenso en los escaños sociales, un trampolín a la fama de gente sin gracia, con la única virtud de ser hijos de un presidente y empiece a ser la plaza para la discusión y el debate de ideas.

Propongo que al menos estas publicaciones de lo inane y vil, dejen (inane y vilmente) de creer en los esquemas de poder patriarcales, y tomen fotos de las hijas de los presidentes y expresidentes, no ya en el Palacio, sino en las contaminadas playas de Cartagena, de pronto hasta reinas terminan siendo.

viernes, noviembre 25, 2005

Adams, el aperitivo esperado.

Anoche estuve en la premier, veinte años tarde, en Colombia, de un compositor estadounidense que según críticos y conocedores, es el compositor contemporaneo más reconocido y tocado. Entiendan que acá el termino compositor, incluye a todos los que en linea desde el canto gregoriano hasta stockhausen, han contribuído con partituras y pensamientos a la tradición de la llamada música clásica, término que en nada ayuda a clarificar de qué se trata, pero es el planetariamente aceptado, no digo universal. Es un termino excluyente, y compoitores de otras músicas tambien deben ser llamados compositores, pero acá, para hacerme entender, les propongo una pregunta: ¿no es acaso la diferencia entre arte popular y arte (de esferas no populares) un hecho meramente económico y cultural? que en un pais pobre como el nuestro se exalta innecesariamente, haciendo que predomine la visión de clase, y viendo esta "clase" como poder de hacer y de pensar por los otros. Pero me estoy desviando, a lo que iba es que se estrenó una obra de Jhon Adams (aparece en mis enlaces si quieren saber más) llamada "chairman dances" escrita en 1985.

Adams no era el plato fuerte, pero en la boletería estaba impreso su nombre como si lo fuera, sin el Jhon claro está, para que cupiera la duda de pensar que se tocarían arreglos orquestales de Bryan Adams. Afortunadamente no fue así, el aperitivo era minimalista (como el pobre programa de mano lo indicaba) y continuaba con un concierto doble de Bach y la segunda sinfonía de Brahms como postre (un final algo pesado para la noche). La orquesta estuvo bien y el director invitado (tengo que decirlo, es algo que se tiene que decir) un negro altísimo, impecable.

El único lunar fue el violinista solista en el doble concierto de Bach, que parecía en franca competencia de velocidad para llegar a la ansiada meta cadencial del tercer movimiento fugado. Llegó de primero, eso si, pero no ganó nadie y perdió ante todo la música.

Es un alivio que se toquen por fin, cosas de los minimalistas en orquestas colombianas, pues ya se ha tenido bastante de musica contemporanea que nadie entiende y nadie toca bien (a veces ni el compositor la entiende) y que termina por ser un aburridora experiencia para todos, sobre todo para el público. Espero se sigan montando más minimalistas, para superar de una vez por todas, lo aleatorio en la musica contemporanea colombiana.

sábado, noviembre 19, 2005

Cuento por entregas (primera entrega)

La primera vez que fue a una de esas reuniones, no se molestó en aceptar los comentarios que desde las bocas de todos salían para alabar su obra. Fue unánime. Pensamientos profundos y una sensibilidad única, lo llevaban a crear personajes sólidos, creíbles e interesantes. Eran sus grandes virtudes como escritor. Él lo sabía, pero siempre es bueno que lo diga alguien más. Eso también lo sabía. El cuento leído fue “Calzoncillos en la mesa”. Un narrador cambiante, personajes comunes en situaciones no comunes, lenguaje fluido, pero sobre todo, buen ritmo, a todos les gustaba su ritmo. Para la siguiente sesión, preparó con esmero la trama de lo que sería su primer cuento largo. Era un escritor de ideas sencillas sin ambiciones poéticas. Esta vez la unanimidad no se dio. Falta trabajo, los tiempos no son claros, no hay coherencia, frases cliché, personajes poco interesantes, redundancia, aún así, no se atrevieron a negar que tenía buen ritmo. Se había leído “Noches de Padawan”. Un rebuscado intento por reunir a los integrantes de un grupo de rock, que nunca fue famoso, en el planeta Padawan, inventado por ellos mismos para un álbum conceptual. Durante la tercera reunión el silencio después de leer su cuento no fue roto por nadie, no quiso ser roto por nadie, sólo por él, que finalmente se atrevió a decir que quería ir al baño. Sin ganas de orinar se acomodó frente al espejo, se observó detenidamente, era el mismo de siempre. Al volver, todos evitaron mirarlo. Esta vez nadie habló del ritmo. Más personales, debo hacer mis cuentos más personales, se dijo. Faltó a dos reuniones seguidas, estaba preparando su cambio de estilo. No fue fácil llevarlo acabo. Repasó distintos momentos de su vida, buscó en su familia los personajes que quería, en la calle las situaciones y los lugares apropiados, en su mente, en lo que le quedaba de su vida pasada, en eso que llamamos recuerdos. Lo tituló “En la biblioteca de papá”. El trasegar pausado y meditabundo de un personaje (el mismo) por la biblioteca de su padre muerto. La unanimidad se dio de nuevo, todos acertaron en decir que era una porquería. No sólo le faltaba trabajo al lenguaje, sino al personaje; poco creíble, engañoso erudito de 15 años maravillado por el recuerdo de un ser que, francamente, no era importante. Final predecible, en suma, algo que no debió escribirse. No volvió.

Pasó de la gloria al escarnio literario en tan sólo tres textos, pero siguió escribiendo para sí mismo. Su siguiente aventura la tituló “Los madrigales perdidos de Teodoro Mendela”, inspirada en la obra, no tanto en la vida, del excéntrico compositor napolitano Cecco Caperussi (cheko, caperusssi) cuya excentricidad permeó también su música. La trama era compleja, pero no tanto como el desciframiento de textos en italiano antiguo que tuvo que traducir para darle vida literaria a los madrigales de Teodoro Mendela, un modesto profesor universitario obsesionado con la idea de continuar la obra de Caperussi, interrumpida por el uxoricidio. Para ello, Teodoro decidió matar a su esposa. El texto resultante, lo envió a la editorial Taxus, que no se molestó siquiera en responder con una negativa.

domingo, noviembre 13, 2005

Un ensayo que desgraciadamente sigue vigente



¿EL GLIFOSATO, ARGUMENTO POLITICO O CIENTIFICO?

El uso del glifosato en Colombia ha tenido diferentes etapas, no todas ellas relacionadas con los cultivos ilícitos, pues desde la década de los setentas se lo ha venido utilizando como herbicida en cultivos lícitos y aún hoy, según palabras de Juan Pablo Bonilla, delegado de Colombia para el Foro de Ministros del Medio Ambiente de América Latina y el Caribe realizado en Panamá, sólo 17 o 18 por ciento del glifosato que ingresa a Colombia se emplea en fumigar cultivos de droga.

En la década de los ochentas, durante los gobiernos de Belisario Betancourt y Virgilio Barco, el glifosato se usó para erradicar cultivos de marihuana y amapola, 5.546 hectáreas sembradas con marihuana fueron fumigadas con 11.418 galones de glifosato. A este golpe disuasivo contra los cultivos ilícitos se lo llamó la primera “gran victoria”, aunque estudios posteriores hayan demostrado que, si bien el pesticida fue exitoso en su labor, los cultivos rápidamente fueron trasladados a la Sierra Nevada y la Serranía del Perijá, lugares donde el rendimiento por hectárea de la planta, debido al cambio de suelo, se incrementó, aumentando además su componente alcaloide de THC, que la hizo más deseable para los consumidores. La evidencia demuestra que la política represiva, lejos de lograr una disminución en la producción, incentivó el negocio haciéndolo más productivo.

La fumigación de marihuana cesó hacia 1989 cuando descendió la oferta debido a que en Estados Unidos se empezó a cultivar con éxito la variedad “sin semilla”. Las versiones oficiales de este revés inesperado apuntaron a loar las medidas tomadas respecto a la erradicación de cultivos y la labor de las fumigaciones, específicamente.

En los noventas la “nueva amenaza” contra la salud publica estadounidense fue la amapola, de la cual se extrae la heroína. Las fumigaciones con glifosato de nuevo empezaron, basadas esta vez en la “exitosa campaña guatemalteca contra la amapola” que arrojó datos no muy distintos a los colombianos, respecto al cultivo de la marihuana en los 80’s y que casualmente coincidió con un posterior aumento en las hectáreas cultivadas, tal como pasó en Colombia.

Actualmente se realizan aspersiones de glifosato en cultivos de cocaína y amapola a lo largo de gran parte del territorio nacional a pesar de no haberse logrado resultados contundentes en las décadas pasadas y en ocasiones haber contribuido a su proliferación, con el agravante de que este herbicida se encuentra ahora en la mira de grupos ecologistas y no solo, a causa de los continuos reclamos, quejas y denuncias provenientes de los habitantes de las zonas en donde se hacen las fumigaciones, respecto al daño ambiental, la aspersión sobre cultivos lícitos de los cuales depende su supervivencia y el deterioro de su salud.

Al parecer, lo que en un comienzo fue una alternativa represiva apoyada por el gobierno estadounidense contra la producción de estupefacientes desde su eslabón primario, como lo es el cultivo, consistente en erradicar las plantaciones por medio de herbicidas probados en laboratorios del primer mundo a base de glifosato, en su formulación más usada (round-up), terminó teniendo alcances inimaginados por quienes desde un escritorio plantean soluciones inmediatistas, con base a intereses minoritarios, a problemas de magnitudes sociales muy amplios que, desde el hermetismo de un laboratorio es imposible vislumbrar.

¿Cómo se sustenta la decisión de continuar con las fumigaciones con glifosato después de tener antecedentes tan negativos después de más de dos décadas de estar utilizándolo? ¿Por qué a pesar de tener serias dudas acerca de las consecuencias a largo plazo producidas por este herbicida no se han tomado medidas de mayor seguridad para impedir que la población termine siendo afectada? ¿Con qué argumentos el gobierno defiende su posición? ¿Dónde queda el debate científico y donde empieza el debate político?. Estos son sólo algunos de los cuestionamientos que se pueden desprender del tema y que a continuación intentaré responder.

Consideraciones científicas a tener en cuenta

El glifosato corresponde a la N-FOFONOMETIL GLICINA, es producido por MONSANTO Co., en Saint Louis- Mo., U.S.A, bajo el nombre registrado de ROUND-UP desde 1971. En Colombia es distribuido y comercializado por MONSANTO COLOMBIANA INC., y está amparado por la licencia ICA 756 de 1972. Se emplea para el control posemergente de la mayoría de las gramíneas, ciperáceas y de hoja ancha, tanto perennes como anuales. Es un producto de amplio espectro y se trastoca a través de la planta, desde las hojas hasta las raíces y luego hacia su interior. Los daños externos consisten en un amarillamiento gradual de las partes verdes de la planta que avanza hasta producir la necrosis total del follaje y posteriormente con las partes subterráneas: Raíces, rizomas y tubérculos. Estos efectos se manifiestan al cabo de siete días, aunque el tiempo de acción del glifosato depende de las condiciones climáticas, geográficas y topográficas del terreno. Es un herbicida sistémico, que actúa en los procesos internos de la planta. Nos es selectivo, por lo cual no discrimina entre malezas y cultivos benéficos, entre plantas ilegales y bosques nativos. Teniendo en cuenta esto, se aconseja aplicarlo con aspersores de espalda en forma dirigida, de lo contrario, si se hace mediante aeronaves es necesario un estricto control sobre las boquillas utilizadas para su aspersión, como también sobre la altura y la velocidad del viento, cual si fuera un misil teledirigido.

Sus efectos en el medio ambiente y en la salud humana aún están siendo estudiados, y los resultados no parecen ser concluyentes. Además se deben tener en cuenta denuncias hechas a los encargados de hacer las pruebas correspondientes para provar su seguridad que apuntan a señalar graves irregularidades, según el doctor argentino Jorge Kaczewer “los que inicialmente realizaron en EE.UU. los estudios toxicológicos requeridos oficialmente para el registro y aprobación de este herbicida, han sido procesados legalmente por el delito de prácticas fraudulentas tales como falsificación rutinaria de datos y omisión de informes sobre incontables defunciones de ratas y cobayos, falsificación de estudios mediante alteración de anotaciones de registros de laboratorio y manipulación manual de equipamiento científico para que éste brindara resultados falsos”

Otras preocupaciones provienen de la falta de estudios previos sobre los suelos que serían afectados por las fumigaciones, muy distintos de aquellos donde se hicieron pruebas en el primer mundo. Y que seguramente es un factor determinante en el modo de actuar del herbicida y en su permanencia en el suelo.

La diversidad de suelos en los que se encuentran cultivadas estas plantas ilícitas es tan amplía que es necesario un estudio en singular de cada suelo a intervenir, esto implica inversiones en investigación científica, claro está, si se tiene interés en preservar la fauna nativa.



Consideraciones sociales

En Colombia las zonas en conflicto delimitan el alcance de las medidas estatales para la erradicación de cultivos ilícitos; donde hay conflicto es muy difícil tener control sobre la cantidad de hectáreas cultivadas. En este sentido el optimismo generado por los buenos resultados de las fumigaciones podría ser infundado ya que sobre los cultivos que se encuentran en zonas “rojas” no se sabe mayor cosa y su cuantificación resulta impracticable. Me pregunto: ¿están esos cultivos dentro de los 100.000 hectáreas que pretende fumigar, y siendo optimistas, acabar este gobierno?

Los cultivadores son en su mayoría comunidades campesinas e indígenas que por necesidad se han visto abocadas a recurrir a los cultivos ilícitos como arma para hacerle frente al olvido sistemático del estado y a la negligencia con la que éste actúa frente a sus problemáticas. Aunque no son los únicos, también están los cultivos de las guerrillas y los paramilitares. Los actores que resultan más afectados por los programas de fumigación son los campesinos y los indígenas. Para el estado son delincuentes por tener cultivos ilícitos. A pesar de no pertenecer a ningún bando, para efectos reales pertenecen a ambos y nunca están del lado bueno. En esa medida la preocupación ambiental debería quedar en segundo plano y se tendría que dar prioridad a las necesidades de los campesinos e indígenas que cultivan estas plantas que, por convenciones jurídicas y sociales han acabado en las garras de la ilegalidad, siendo, aún así, en el país del sempiterno sagrado corazón, unas simples matitas pertenecientes al reino del señor.

Del lado estatal

Desde el gobierno, siempre optimista (el comienzo de la verdadera modernidad se dará cuando los gobiernos empiecen a ser pesimistas) se manejan números muy concretos sobre los alcances de las fumigaciones y sobre la importancia de estos. Eso no es nuevo. Gobiernos anteriores han tenido el mismo entusiasmo y antes de cantar victoria la realidad los ha arrojado contra los hechos fuera de los escritorios y fuera de los debates de manera aún más contundente que los informes mismos a su optimismo.

En un momento las fumigaciones fueron política de los Estados Unidos para enchutarle el problema del consumo a los países productores, ellos nos daban los herbicidas y las aeronaves y nosotros simplemente fumigábamos. Después fueron motivo de certificación: Entre más se fumigara, más plata habría para más fumigaciones. Ahora es parte del Plan Colombia. La solución cambia de nombre pero no de objetivos ni de actores.

Los voceros del Gobierno no dudan en ningún momento de la eficacia de las fumigaciones y arremeten contra los detractores, haciéndolos ver como fichas de grupos armados a los cuales no les conviene que se continúe con las fumigaciones. Los planes de sustitución de cultivos los ven como alicientes injustos a personas que están violando la ley y así el juego de posiciones queda claramente denotado, unos culpan a los otros de ser marionetas de los Estados Unidos y los otros culpan a los mismos de ser marionetas de los grupos insurgentes.

Desde los ochentas se vienen dando debates ambientalistas, aunque cada vez más enfáticos, siempre han estado bajo la sombra de la marginalidad. Las voces preponderantes siempre han sido las provenientes de las cúpulas del gobierno y las cúpulas militares, que por más que quieran, no han podido sacudirse el rastro de las presiones de los Estados Unidos en sus discursos. Los debates sobre el particular se han caracterizado por la escasez y vaguedad en la información científica, y así lo demuestra las memorias del debate convocado por el entonces representante Luis Fernando Almario, en donde la voz científica brilla por su ausencia. Cabría preguntarse entonces, por las razones qué llevaron a tomar la decisión de fumigar con glifosato, que en su versión oficial dicen tener argumentos científicos, obviamente irrefutables, pero que tras el velo de su aparente rigidez esconden razones políticas, exclusivamente.

Un ejemplo de esa línea de discurso manejada desde la clase gobernante, imbuida en la “ciencia” como medio para hacer política o para no decir la verdad, se ve en las declaraciones de distintos voceros del gobierno y de entes de poder. En Ecuador, José Cabrera, presidente de la Asociación de la Industria de Protección de Cultivos y Salud Animal (Apcsa) acotó de manera algo pedante la siguiente frase:

“Todos los agroquímicos tienen cierto grado de toxicidad; unos más y otros menos.Para mejor comprensión, en cuanto a concentración, es menos tóxico que una sal de cocina que diariamente usan las amas de casa para preparar los alimentos e incluso que la Aspirina, de uso normal y corriente”

Otro caso similar sucedió en Brasil:

“El glifosato es menos dañino que la sal de mesa" afirmó uno de los gerentes de Aracruz Celulose durante una reunión pública en Brasil. Arturo Duarte Branco, líder de SINTICEL –sindicato de trabajadores de la compañía- en el acto se ofreció a beber allí mismo un vaso grande de agua con sal de mesa, siempre que el gerente bebiera un pequeño vaso de glifosato. La lealtad del hombre hacia la compañía no fue tan lejos y simplemente optó por reírse del desafío planteado. Fue una inteligente movida de su parte.

Estos argumentos sospechosamente similares difundidos en todos los países donde se ha fumigado o se fumiga con glifosato, son respuestas casi didácticas para disuadir a la opinión pública, con la única intención de atenuar las constantes denuncias de grupos ambientalistas y de personas aparentemente afectadas por las fumigaciones, pero de ninguna manera corresponden a la realidad, pues sus efectos de toxicidad aguda o crónica no deben ser las únicas referencias a la hora de evaluar sus posibles daños, están otros factores: Su potencial daño como agente mutagénico, teratogénico y cancirogénico, donde no parece ser tan benigno como lo quieren hacer ver.

En Colombia la versión que se dio desde el gobierno no difiere mucho de las dadas en estos dos países. En una entrevista hecha en 1992 al entonces Ministro de Justicia Rafael Pardo, a la pregunta sobre la intoxicación de suelos y agua ocasionada por el glifosato en páramos y bosques de niebla, responde: “Técnica y científicamente se ha demostrado que el herbicida Round-Up o glifosato mezclado exclusivamente con agua y en la dosis que se está aplicando, no afecta por intoxicación los suelos ni el agua”. Más adelante, a pesar de lo expresado, no niega que la utilización del glifosato en Parques Nacionales no debería suceder. Al parecer el glifosato sólo es tóxico en los Parques Nacionales o en los lugares donde no haya nadie para decir que es tóxico.

Los detractores opinan, no argumentan

Si bien la versión oficial es bastante sólida y dice sustentarse en argumentos muy científicos, la versión de quienes se oponen a las fumigaciones no es menos sólida ni menos científica. ¿Importa realmente si es o no dañino el glifosato? o ¿El debate nunca ha sido sobre su toxicidad sino sobre quienes se oponen y quienes están a favor de su uso? Está claro que en cada posición hay una carga política importante. Por un lado El Gobierno, las fuerzas armadas, los Estados Unidos y las empresas y laboratorios involucrados en la venta, compra, distribución y aspersión del herbicida, por el otro los campesinos, los indígenas, los guerrilleros, los paramilitares y los carteles de la droga.

Hay comunidades indígenas que se quejan de fumigaciones a cultivos lícitos, como los de papa, cuya flor, por tener un color similar al de la amapola puede ser confundida desde una aeronave con ella. Ellos apelan a la erradicación manual, pero El Gobierno insiste en su pragmatismo y dice que manualmente sería imposible acabar con todos los cultivos.

Pero lo sucedido con los cultivos de papá no es en absoluto un caso aislado. Actualmente hay 118 procesos por daños causados a cultivos legales en siete departamentos del país, más las recientes denuncias de indígenas ecuatorianos que dicen haber sido víctimas de fumigaciones fuera de lugar y que además tuvieron problemas de salud que, según ellos, fueron causados por el famoso herbicida.

Conclusiones

Durante mas de veinte años de utilización del herbicida Round-Up, conocido como glifosato, en la erradicación de cultivos de marihuana, amapola y cocaína en suelos colombianos y mas de treinta en ser usado en otro tipo de cultivos, sólo hasta la década de los ochentas se empezó a dudar de su supuesta favorabilidad, coincidiendo con la emergencia del cartel de Medellín y con la masificación de los cultivos ilícitos. Los debates que se han generado desde entonces giran en torno a sus efectos en el medio ambiente y la salud humana. Los estudios realizados apuntan a calificarlo como un herbicida de toxicidad baja, pero los vacíos en los estudios sobre sus efectos a largo plazo dejan serias dudas a los defensores de los derechos humanos y del medio ambiente sobre su uso de manera tan amplia y sobre la forma en que se aplica en algunos sectores, la aspersión aérea, que es la que más problemas ha propiciado. El gobierno parece tener fe ciega en los resultados (muchas veces adversos) que han arrojado los estudios sobre el devenir de las fumigaciones y ha tenido una posición inflexible con lo opositores, posición que lo ha llevado a fumigar una y otra vez los campos colombianos esperando pacientemente a que los cultivos desaparezcan sin mayor inventiva para crear medidas menos controversiales y que estén acordes con una visión global del medio ambiente, anclados en la coyuntura que sus detractores crearon, la de velar por la ecología, arguyendo que los cultivos ilícitos son aún más dañinos que el propio glifosato, dejando entrever una cierta complicidad o complacencia con las decisiones tomadas en los Estados Unidos y una doble moral al admitir que sí es tóxico, pero sólo como contra argumento entretejido en la misma tónica ambientalista que usan los opositores.

martes, noviembre 08, 2005

Mas anecdotario, en camino algo de ficción

Este texto (fragmento) intentó ser el comienzo de mis memorias, en una época en que pensaba moriría muy joven y no quería dejar que todo pasara así no más.
Mi infancia no fue del todo infeliz, aunque la verdad recuerdo muy poco. Era un niño llorón y callado, siempre que tenía que decir algo que me molestara de alguien o algo, callaba y lloraba. Después escondía mis ojos para no mostrarme vunerable y debil, ignorando que la debilidad estaba precisamente en ese acto. El llanto me venía con facilidad; en el colegio, en la casa, en la calle jugando con los demás niños, en todas partes encontraba un pretexto para enojarme y llorar. Lloraba de rabia conmigo mismo por ser tan bobo e inoportuno, pero no recuerdo haber llorado por dolor, ni tampoco por nostalgia. Era lo mismo continuamente, no era capaz de enfrentar a alguien sin lágrimas en los ojos, maldita manía chantajeadora pero involuntaria. Tampoco fui un niño avispado. Me intimidaban mi mamá y los profesores, me intimidaban la violencia y el dolor, todo parecía agredirme. Le temía al diablo y a la oscuridad. Odiaba tener que bajar de noche a la cocina para trearle algo a mis padres porque de subida, tenía que apagar la luz de la escalera desde abajo, ya que arriba no había interruptor. El trayecto hasta el segundo piso lo hacía corriendo y con el corazón desbocado, imaginandome monstruosas sombras detras de mí. Más tarde olvidaría mi temor por el diablo y me constituiría una ingenua visión ateísta del mundo, desafiando las insipientes costumbres religiosas de la familia, un día de semana santa en el que me negué a entrar a una iglesia, argumentando que no creía en dios y que odiaba a todos los creyentes por sus mezquinas intenciones oportunistas e interesadas. Tenía catorce años. Mi madre ese día supo que yo sería un hijo incómodo y que nada de lo que dijera me haría cambiar de parecer porque soy tan terco como ella ¿algo para sentirse orgullosa?. La verdad es que en las noches rezaba y hablaba con dios, creyendo tener un vínculo especial y místico que los otros no entendían. Dios nunca respondió ninguna de mis preguntas así que yo jugaba él papel de ambos: el del niño que ruega por su alma y el del dios complaciente que lo reconforta, y así podía dormir en paz sabiendo que igual no creía en nada. Me bautizaron a los ocho años con mi hermano menor que apenas podía abrir los ojos e hicieron una gran fiesta. Mi madre me regaló una cadena y un dije de oro, que después usaría sólo en ocasiones especiales porque mi mamá temía que lo perdiera. La primera comunión la hice en el colegio. Recuerdo que todos teníamos grandes expectativas por el día de la confesión, yo no tenía ni idea qué le iba a decir al padre pero temía que me viesen llorando otra vez. Ese día me dejó la ruta y llegué muy tarde, las confesiones ya se habían hecho, así que me quedé sin confesar. El día de la ceremonia mi mamá me vistió con ropa nueva, me perfumó y me puso la cadenita con el dije. La coreografía planeada por los profesores implicaba movimientos en parejas, como un casamiento pero con niños. Mi pareja era una niña con una enorme cicatriz en la cara. Aquel día me vi en aprietos al ver que no me sabía ninguna oración ni conocía el ritual con que los demás se persignaban, ni entendía lo que balbuceaban mientras lo hacían. No sólo llegue tarde el día de la confesión sino que no asistí a los cursos de preparación, pero a nadie pareció importarle, ese día en la iglesía supe por fin de qué se trataba y me alegré de no haber perdido mi tiempo. Aún es un misterio el ritual de iglesia, pero todos los misterios de la religión al ser develados terminan siendo un rotundo fraude. Hace poco se reveló lo que supuestamente le dijo la virgen a unos niños que andaban pastoreando en algún pueblo de Portugal y que según la historia, era un secreto que debía ser pasado de papa en papa hasta que pudiese ser revelado. Yo, en mi ingenuidad, creí que en ese secreto se encontraba la clave de nuestras vidas y que todos entenderíamos finalmete el no se qué de la existencia. Pero el secreto no era más que un chisme sobre un atentado al papa, gran cosa. La religión logró decepcionarme desde temprana edad y en todas las salidas espirituales del colegio terminaba peleando con los seminaristas que intentaban iniciarnos en la espiritualidad y el recogimiento. Siempre me ha parecido triste la vida de un seminarista; tanto estudio de la biblioa para intentar ponerle fin a su culpabilidad homosexual, sin lograr nada más que un patético círculo de culpas y redenciones perentorias.

domingo, noviembre 06, 2005

Comentarios a sus comentarios

Veo que la actividad del blog va mejorando. Ahora no sólo mis amigos comentan, sino tambien personas ajenas a mí (o tal vez sean amigos infiltrados). Como sea, estoy muy feliz de que se hayan animado a decir algo y que ese algo valga la pena.

En una de mis reuniones de cuento (sólo he ido a dos) era mi turno de enviar varios escritos, para que fueran leídos y comentados durante nuestras sesiones acompañadas de vino y mucho silencio incómodo. Eran seis cuentos los que había que enviar, yo envié cinco, casi todos publicados en este blog. Después de su lectura pública, los integrantes del grupo me entregarón sus hojas impresas con mis cuentos y sus comentarios al margen. Uno de esos comentarios hablaba precisamente de lo "anecdótico" en mis cuentos, arguyendo que la literatura, pensada como gran arte, debía ser despersonalizada, o algo así entendí. Dado que mi vida personal se ventiló en una de esas sesiones, era lógico que se pensara en que lo mío son puras historias personales, y por lo tanto no literarias, según el personaje que me criticó.

No comparto en absoluto esa visión de la "literatura". Y creo que a un lector cualquiera que no me conozca, el problema de si es o no una anecdota le importa poco. Para ese lector será una ficción, irremediablemente; como para mi lo es mi vida, cuando vuelvo a ella desde la escritura. De esta forma todo lo que se escribe, asi tenga la más pura intención de ser "verdad", acabará en las manos de un lector, que lo creera todo, sea o no posible, sea o no vivido, sea o no imaginado, si se le convence de ello, si se lo manipula para que así sea, eso es la ficción.

martes, noviembre 01, 2005

La historia de una posible perdida, de nuevo en un centro comercial, lugar de muchas vivencias posmodernas

Ya se percatarán de la similitud de este texto y otro publicado hace poco, en esta misma pagina. Los dos nacen de una anecdota, algo que efectivamente ocurrio, y en el mismo viaje. Sólo hoy caí en la cuenta de esa curiosa coincidencia, vivida como tragedia, con las luces delumbrantes de un centro comercial como fondo.

Memorias de lo intangible

Era la primera vez que nos encontrábamos solos descubriendo ese mundillo global, que se nos presenta siempre con la cara de un centro comercial. Esta vez sería en un suburbio londinense adonde mi tía fue a vivir una vida de mierda (sólo el parentesco casual y a mi parecer inoportuno la une a mi padre, y de mi padre pasa a mí, y de ahí a que yo la pueda llamar mi tía, aunque nada de ella sea mío, aunque nada de ella quiero sea mío) era ese el lugar equívoco que escogieron para darnos la bienvenida, que nunca fue bien recibida. El centro comercial se erguía impávido en esa calle atestada de gente presurosa, viviendo de afanes comerciales, está vez impulsados por el sentimiento vacuo de la navidad. Estábamos mi mamá y mi hermano, mi tía, su engendro (se supone es su esposo) y ese hijo autista que tienen. Ellos con caras de no pertenecer, de incomodidad, de malvivir; y nosotros saboreando el sentimiento ambiguo de estar en otra parte, de ser intrusos en un lugar precariamente similar a otros que ya conocíamos, con la compañía indeseada, pero el convencimiento de que no importaba, si no fuera por ellos estaríamos en un hotel viendo pasar las horas frente a la pantalla. Mi opción fue huir con mi hermano, claro que para ellos no era una huída, era solo un capricho de adolescente. Mi madre se resignó a perdernos por unos momentos, confiaba ciegamente en mí. Me fui con mi hermano a buscar qué hacer en ese lugar, sabiendo que todo estaba planeado, que no tenía mucho que hacer allí, aparte de entrar a una tienda de discos y perderme en la fascinación que me produce la música. Mi hermano tampoco tenía muchas opciones, no entonces, no en ese lugar. Lo dejé en una tienda de juguetes que parecía prometedora, como mi tienda de discos. Él volvería a mí o yo iría hacia él, detalles que no quisimos delimitar porque siempre respondíamos a un llamado primordial más efectivo que la palabra y el acuerdo, el conocimiento visceral del otro era nuestra mejor arma, siempre terminábamos encontrándonos. Por eso salí rápido de aquella tienda, me deshice del centro comercial y caminé sin rumbo, lo que buscaba estaba en otra parte. Las librerías siempre eran una buena opción, estando solo podría mirar libros de fotografía a mi antojo, los libros inofensivos y los que me perturbaban, los de paisajes y ciudades y los de cuerpos de hombres desnudos, que en ese momento eran una obsesión. No tardé en encontrar algo interesante. Observaba de reojo el pesado libro que escogí, repasando sin detallar cada cuerpo y alternativamente cada persona que pasaba cerca, los creía enemigos. El tiempo se me iba en esas situaciones, pero confiaba en mi hermano, como mi madre confiaba en mí. Salí con dificultad de la librería, queriendo ver más, como si presintiera que no serían muchas las oportunidades de hacerlo, pero el encuentro con mi hermano era más importante, él era un niño y no me perdonaría que le sucediera algo, veía la culpa apoderarse de mí, aunque fuera sólo un pensamiento. La cita, que nunca fue cita la presumí en la tienda de discos, donde entré y busqué. Mi hermano no estaba. La segunda opción era la tienda de juguetes, el instinto fraterno empezaba a defraudarme, tampoco estaba allí. Creo que recorrí esas dos tiendas y el trayecto que las separaba unas diez veces en un tiempo que se me hizo eterno. ¿Dónde estaba? Las cosas que se le pueden pasar a uno por la cabeza en esas situaciones suelen ser perversas, esta no fue la excepción. Subí a otros pisos, buscando nuevas posibilidades, tal vez otras tiendas que pudieran interesarle, en las cuales fuera fácil perder la noción del tiempo, como yo en mi librería, pero mi hermano no era así. Fui a baños, restaurantes, cinemas, tiendas de ropa, de juguetes, de estupideces varias, tal vez útiles para otros, pero para mí un obstáculo insalvable en la carrera para encontrarlo. Decidí, como última opción, acudir a mi madre, que estaba viendo ropa con los seres esos en otra parte. Tampoco fue fácil encontrarlos. Los divisé caminando de tienda en tienda, viendo cosas que jamás comprarían. Me sentí aliviado, levemente aliviado. Mi madre no espero a oírme, lo entendió todo con mi expresión, que para entonces debía ser de cansancio, culpa y temor. Cómo no se me ocurrió que sería peor, que ella no sabe controlarse, que las lágrimas le vienen del útero, que es aún más pesimista que yo, que nada mejora si se le dice a mi mamá. Si la búsqueda había sido angustiante, hasta ese momento, empezó a ser insoportable. Mentí, dije que nos habíamos quedado de ver en la tienda de juguetes, me sacudí la culpa y la hice más grande, más mortificante. Un policía pretendió ayudarnos, los balbuceos de mi madre eran ininteligibles y la ayuda de los engendros no mejoraba en nada la situación. Volví a la tienda de discos, impulsado por eso que había perdido. Mi hermano estaba ahí, solo y tranquilo, ignorando la tragedia que yo arrastraba. Sonreí y fui feliz con su presencia. Estaba enojado conmigo, el sabía que había sido mi culpa, que siempre estuvo ahí, esperando a que yo llegara, que yo era el perdido. Mi mamá podría tranquilizarse y todo sería una anécdota más del viaje. En el trayecto a las casa de los engendros, viendo esos paisajes ajenos a través de las ventanas del auto alemán del esposo de mi tía, la situación se nos hizo cómica, y reímos de ella, claro, mi hermano estaba ahí, y podía tocarle la cabeza, verlo reír y ser felices de nuevo.

domingo, octubre 30, 2005

Un pequeño manifiesto que encontré en mis archivos

Salí profundamente afectado de esa conversación, algo había pasado en todo eso que dijimos. Pensé en escribir el Manifiesto en ese mismo momento, hablar de todas las malas pajas, los momentos vacíos, las conversaciones insulsas, los lugares comunes, el temor al futuro, a la enfermedad, a fallar, a que me fallen, al zapping infinito, al tiempo, a no escribir nada que valga la pena, a no decir la verdad, a decirla burdamente, también hablar de las grandes frustraciones, de las pequeñas, que en ultimas son las mismas pero con distinto nombre, del desamor, del amor, del odio, del aburrimiento, de este comienzo de siglo tan extraño, de las guerras, de mis fobias, mis deslices, mis desfachateces, mi incredulidad, mi falso ateísmo, mi mediocridad, mi incapacidad de hablar con mi mamá, del temor de mi padre a acercárseme, de mi estupidez, de tantas palabras dichas a destiempo, de tantos intentos fallidos, de mi vida, que no para de redefinirse, y no para de sorprenderme, en un hotel en Armenia, en una sala de Chat, frente a la fría pantalla, en una novela que no pienso acabar, en una conversación premonitoria, en un sueño, en la voz de Carlos, en la tecnología cada vez más lejos de mi humanidad, de mis intereses, en cada momento perdido por una debilidad de carácter, por una sonrisa fingida, por una frase armada, por guardarme lo que siento, por no saber como decirlo, por decirlo mal, por incomprender a los demás, por sentirme incomprendido, por la soledad, por la compañía indeseada, por la estupidez, por el clima equívoco, por la enfermedad, por no entender qué pasa, qué quiero, qué siento, qué es real, qué me afecta y qué no, mencionar también los amores no correspondidos, los falsos, los dolorosos, los imposibles, los de una noche, los de toda una vida, los aberrantes, los sexuales, los impulsivos, cómicos, lascivos, aburridos, intensos, abatidos, obligados y soñados, maldecir las malas comidas, las presentadoras de farándula, el metal gótico, las niñas estúpidas, los relojes, el mal tiempo, el buen tiempo, la felicidad, la tristeza, las religiones, a dios, a tanta veleidad que se dice en su nombre, al cine colombiano, a las comedias gringas, a la palabra gringo, a la caridad, la comida de mar, los animales que se extinguen, los niños que no paran de morir de hambre, los jingles, las propagandas de detergentes, la opera, los cuenteros que se creen muy chistosos, la pelota de letras, los realities, las novelas, los actores, los escritores, a los que creen que se ven mejor hablando en ingles, a los rubios, los ojiazules, los niños ricos, la pobreza, la falta de ingenio, el trafico bogotano, los políticos, la arrechera, los bebes, los perros babosos, la mierda sin recoger, la diarrea, la palabra destino, la física subatómica, las novelas históricas, las filosofía contemporánea, el arte, los cantantes pop, al presidente de Colombia, la reelección, los petroleros, los fabricantes de armas, la gripa aviaria, los huracanes, el conflicto palestino, los políticos, sus políticas, la propaganda, los subliminales, la psicología moderna, la historia patria, los próceres, la represión, el castigo, el secuestro, la tortura de escuchar a shakira, los noticias de último minuto, el fin del mundo, los relíanos, los masones, los templarios, los alquimistas, la locura, la rumba de fin de semana, el halloween, la navidad, la semana santa, las vacaciones, los trabajos mal pagos, los archimillonarios, los miserables, los arribistas, los revolucionarios, los conservadores, los izquierdistas, los científicos, la tecnología, la jaqueca, la falta de humor y este mismo manifiesto que no termina y no debe terminar.

sábado, octubre 29, 2005

Ya que hablé de Les Luthiers, aquí les van unas frases celebres


Las frases que se publicaron aquí, presuminedo que eran de los músicos y comediantes argentinos Les Luthiers, resultaron no ser de su autoría, según lo dice su página oficial, por lo tanto me disculpo por haberlas colgado sin verificar su procedencia, y aunque nadie me haya dicho nada, me es necesario decir un comentario.

Recuerdan el poema horrible, atribuido a Borges, donde el críptico escritor dice que habria preferido comer más helado, poema divulgado ampliamente, mucho más que el resto de su obra; con la consigna de que Borges se arrepiente de haber llevado su vida de esa manera, entiendase: escribiendo. Estas frases de Les luthiers no son de ellos, a excepción de la última, pero en el imaginario cabe la posibilidad de que lo sean. Yo lo creí, y pienso que algunas son muy buenas, pero en honor a la verdad, prefiero quitarlas del blog y disculparme con quienes como yo, creyeron ciegamente en las verdades de una página de la web.

De música y mis músicos

Me parece prudente y sobre todo necesario, si es que de mí tambien se trata esta página, reconocer que no sólo letras y ganas de contar cosas son mis obsesiones, tambien está la música, que hasta el momento ha estado muy ausente por estas páginas digitales.

Soy pianista, y dentro de poco podré decir que soy pianista profesional, que para el caso es lo mismo. Además de eso, que no dice nada, me gusta mucho oir cosas, sonidos, ruidos, frecuencias, vibraciones del aire, llamenle como quieran. Y ya que estoy en esto de hacer listados con explicaciones, haré otro con mis discos, los que han impactado de alguna manera mi vida. Empezaré por citar los que tengo más presentes.




Paul McCartney

Chaos and cration in the backyard ( El último disco que compré, ¿despues de escuchar Fine Line podría no hacerlo? Un gran disco, sin duda. Paul toca todos los instrumentos, como tristemente lo atestigua su video, donde aparece un Paul en diferentes posiciones y en diferentes instrumentos, patetico, de fondo un estudio envidiable. Lo tuyo no es la imagen Paul, dios debe existir y gracias a él hay un músico que le valga verga el video y se concentre en lo suyo, la musica. Pues Paul se concentró para este disco, y le salió muy bonito, pa que. A mi me parece el sonido beatle por excelencia, recomendado)

Quedan entre el tintero varios discos y personajes que me gustaría reseñar. Como siempre los listados nos dan luces de algo, pero nos limitan al mismo tiempo, los mios hacen parte de lo que me apetece diariamente, como preferir tomar café y no agua aromática despúes de las comidas, aunque las dos cosas me gusten.

Continuarán los discos y las películas, tal vez uno que otro libro. Cuando no puedo crear, hablo de las creaciones de los demás.



miércoles, octubre 26, 2005

Un listado con explicaciones, cito a les luthiers, filosofos de cabecera

Películas que he repetido en cine varias veces:

Billy Elliot ( a pesar del final, es una gran película inglesa que me ayudo bastante en momentos difíciles de mi vida, almenos durante las dos horas que estaba en la sala, no pensaba en lo que vivía por aquel entonces, la vi cuatro veces, con horrenda traducción al italiano, los trabajadores del lugar me saludaban con miradas complices y yo no ocultaba mi incomodidad)

Krampak (una peliculita española bastante mala, pero que tambien tuve que ver varias veces, por el actor, que ya había visto en la buena vida, y por una escena que lo vale, cuando él, el monito, está en la estación de ese pueblo balneario con la niña que odia, la que quiere bajarle al amigo, y se sienten las ganas que él tiene de tirarla a las lineas del tren, pero no pasa nada)

Resplandor de una mente sin recuerdos (Una de las películas que mas me han gustado en toda la vida, la relación de esos dos es memorable, profundamente real y espontanea, dura. ¿Como seríamos si pudieramos borrar nuestros malos recuerdos y de paso a las pesronas que los causaron?)

Ojos bien cerrados ( la música de la fiesta secreta es inolvidable, perturba, en serio, ¿qué nos querías decir Kubrick?)

Happy together (tiene una historia en Paris, donde no fui capaz de verla y otra en el teatro teusaquillo, en bogotá, tres años después, donde la goce y lloré solo, que historia más desoladora)

Together ( una extraña pelicula sueca sobre una comuna hippie en los setentas, aguanté frio durante una hora en una bicicleta para verla, valió la pena el esfuerzo y la posterior gripa. La recomendé a un amigo del colegio y no le gustó, me regañó por haberle dicho que era buena, yo la volvi a ver dos veces y sigo pensando que tiene algo)

Por el momento no son más.

domingo, octubre 23, 2005

Una crónica que habla de la imposibilidad de hacer una crónica un día de la madre, con notas de pie de página y todo.




EL OTRO VIAJE

Excusa en forma de prólogo

La idea me vino mientras leía Cortazar, en ese viaje único y absurdo que se tradujo en un libro exquisito, como toda buena receta cortazariana llamado: Los Autonautas de la Cosmopista o un viaje atemporal Paris- Marsella, en donde se intenta encontrar la autopista paralela que une estas dos ciudades, esa que es mucho más que una autopista que nos lleva de un lugar a otro a velocidades inauditas (fantasía de todo conductor bogotano acostumbrado a los atascos y trancones propios de nuestra particular manera de desarrollarnos) la que a manera de campo de concentración encierra a un numero incierto de conductores en el trazado unidireccional del pavimento y los lleva desbocados a querer encontrar la salida . Lo mío sería partir de allí, pero buscando encontrar otra cosa, haciendo un viaje desde el Portal Norte hasta el Portal Usme en Bogotá, que es uno de los puntos más al sur de la ciudad. Siguiendo así la idea de bipolaridad propuesta por Cortazar, que hace que un viaje Paris –Marsella signifique también un viaje por dos francias distintas, la del Norte y la del Sur, unidas por un artificio de la modernidad, orgulloso de su hermetismo y su seguridad, pero que difícilmente entrevé la magnitud de su osadía. En Bogota sucede lo mismo, hay dos ciudades que hasta la construcción del transmilenio,[1] solo estaban unidas por el formalismo nominal de la palabra “Bogota”. Mi tarea, si así se puede llamar, es encontrar la Bogotá tras el artificio, que al darle unidad parece negarla, disfrazándola de hermética y segura. Pero como después pude ver, la ciudad va mucho más allá del artificio, y el viaje portal- portal es solo uno de infinitos trayectos, darle una importancia particular sería injusto con los otros, que no por carecer de artificios carecen de gracia.

Momentos previos a la partida, donde no se sabe muy bien si es mejor dormir o llevar una idea boba hasta sus últimas consecuencias

Tenía planeado salir después del almuerzo, pero al parecer Carlos (que para efectos sentimentales llamaré: mapache) tenia otros planes, y frente al piano lo vi materializarlos. Nota por nota de una versión para dummies de la sonata Claro de Luna, se fueron mis esperanzas de salir después de comer. Ya era bastante el tiempo que habíamos perdido en un restaurante (producto de uno de mis interminables caprichos gastronómicos) cuyo personal se las arregló hasta en los más mínimos detalles para hacer de esa experiencia un desastre, espero irrepetible, como para haber seguido prolongando la espera, pero mapache es así, lo único que pude hacer fue dormir por unos minutos al son de su idea de Beethoven, se lo veía tan contento…


De cómo logramos salir en medio de un nubarrón amenazador

El sonsonete de la sonata hizo mella en mi voluntad y dispuesto a acabarlo me levanté y con decisión comuniqué a mapache que si no salíamos en ese instante empezaría un episodio histriónico, como elegantemente le dicen los sicólogos a la histeria, mapache no pareció inmutarse y tan entusiasmado como antes continuó machacando esos ocho compases que le imponían ¡todo un reto musical! Viéndome ignorado bajé de la cama y empecé a empacar lo que creía necesario para nuestro viaje: Una block de papel, un esfero, dos brownies tamaño económico, dos Pony Maltas y la cámara fotográfica. A estas alturas mapache pareció haber entendido y bajó de su idilio musical sin mucho entusiasmo. Fue así que partimos de mi casa a las cuatro y cuarenta y cinco de la tarde, justo cuando una nube que cubría toda la ciudad amenazaba con caernos encima.

Aún no empieza y ya quiero que termine, la idea parece hundirse en silencio

Para llegar al portal[2] del Norte debemos tomar no un alimentador[3], ya que el estudio previo al trazado de las rutas de los alimentadores concluyó que para mi barrio no era necesario el paso de uno, sino un colectivo que por mil pesos nos llevó.

Empecé a experimentar un desánimo tal vez debido al clima, pero la verdad era la idea misma la que me hacía dudar, no le veía futuro, pero resignado me encamine con mapache por entre los vendedores ubicados a los extremos del puente peatonal que suministran lo que el sistema se niega a suministrar en su afán de asepsia y hermetismo casi inhumanos: Alimentos y baños públicos. Claro está que no es labor de los vendedores proveer de baños públicos, para eso está el estado que con amabilidad nos ofrece su territorio y uno que otro capital privado: En un extremo del puente el espacio dejado por la rampa para minusválidos se convirtió en un gigantesco orinal que impregna su acidez a las fosas nasales que osan pasar por ahí, del otro extremo una casa particular decidió hacer un baño de más en su casa para ofrecerlo por quinientos pesos.

Como mapache y yo habíamos presupuestado estas falencias del sistema, y antes de salir tomamos las medidas pertinentes, no nos quedó más que subir el puente y encaminarnos hacia el portal.

Taxonomía y rituales innecesarios

El puente no era el de siempre, no solamente estaba más poblado que de costumbre, sino que sus pobladores se me antojaban distintos. No eran los mismos que me encuentro entre semana cuando vuelvo de clases. Estos eran en su mayoría hordas de humanos agrupados en familias: Hijos, padres, madres, tías, abuelas, en fin, toda la fauna familiar; unos en actitud lóbrega y pesada, como si arrastraran una inmensa red de infelicidades atada a sus cinturas, otros con las caras sonrientes y satisfechas, paseando sus regordetas humanidades como si en lugar de recorrer un puente peatonal que los dirige al portal, recorrieran el sendero almidonado que antecede las puertas del cielo, cual ositos cariñositos. Y claro, estábamos nosotros, mapache y yo, que con ánimo fingido compramos dos pasajes y nos dejamos imbuir en el ritmo atemporal que propone todo sistema de trasporte masivo cuando no se lo mira como un mero artificio, sino como un nicho de desencuentros y soledades que a sesenta kilómetros por hora nos da una vista única de la ciudad.

Una partida sin ceremonias y sus posteriores consecuencias

Entramos al dichoso portal y compramos los pasajes. Después de meditar la ruta a seguir nos metimos en un bus y libreta en mano nos acomodamos en actitud de escritores inspirados esperando atrapar la realidad tal cual es, de manera lucida y sensible, sin demasiados embelecos literarios ni tampoco exceso de parquedad. Mapache en una silla, yo en otra estratégicamente ubicada para poder tener contacto visual con mi fiel compañero de tantas batallas ociosas y así, sin despertar sospechas, intercambiaríamos la información que con rigor científico anotábamos. Apunta de miradas y muecas previamente codificadas nos comunicaríamos.

A mi lado un joven colaboró de manera activa en “la cosa” sin pies ni cabeza que acabábamos de empezar dándome la hora. Dato que anoté a manera de frase proverbial, como si de allí fuera a surgir espontánea la verdad tras el artificio (tal vez esperando que aquello que consideraba una vaga sospecha, fuera en efecto una posibilidad real de entender algo). Los pasajeros que azarosamente decidieron acompañarnos y que muy juiciosos se acomodaron en sus sillas no parecían prometedores, por lo menos eso pensé en aquel momento donde el miedo de saberme involucrado en una mentira no me dejaba ver lo que eran: humanos llenos de tribulaciones de todo tipo, algunos pensativos como yo, otros simplemente lejanos, y otros como mapache, siempre de caza, felices de ser lo que son. Ahí estaba todo lo que necesitaba, pero era muy temprano para saberlo.

El bus articulado número AO68 que partió a las cinco y quince de la tarde del día 9 de mayo de 2004 desde el Portal Norte con destino Portal Usme comenzó uno de los tantos trayectos que tendrá que hacer durante toda su vida encarcelado en la estrechez de un carril de autopista (a lo sumo dos, cuando el espacio lo permite). Yo, en su interior solo esperaba que tras la aparente normalidad con que nos recibió el sistema se escondiera un “algo” que le diera a “la cosa” sentido.

En mi libreta de apuntes empezaron a aparecer letras y números con pretensiones científicas que describían datos tan inútiles como: el número de personas que bajaba y subía en cada estación. De ninguna manera me propuse que fuera de ese modo, pero la esterilidad del panorama y mis ganas de sacar a flote un naufragio inminente me obligaban a hacer algo, por inútil que fuera. Mapache en cambio desde la otra silla parecía gozar de un momento de éxtasis creativo y sin parar de mover su mano me hacía fieros con su sonrisa. Mi hoja entre tanto ostentaba una lista de paraderos y números relacionados con personas que nada tenía que ver con mi objetivo inicial, el de encontrar el transmilenio paralelo, y no solo eso, me alejaba de él.

El tramo hasta la estación héroes, interrumpido por seis paradas, fue tan rápido e improductivo como me lo esperaba, por ser el de todos los días, que a fuerza de haber sido visto, olido, sentido y oído, dejó de producir asombro en mí. De ahí en adelante, las cosas fueron muy distintas a pesar de ser tan familiares. El azar me llevó a posar la vista en el bar La Ilusión; una wiskería[4] maltrecha y olvidada que abre sin proponérselo la brecha social que más al sur es un abismo. Pero las imágenes son reemplazadas rápidamente por otras nuevas, el bus avanza y su paso incesante impone una forma de mirar las cosas, fugaz e intermitente, escasa de detalles y relegada a un solo lado, o izquierdo o derecho. Antes era La Ilusión, ahora la compraventa Suiza, abierta veinticuatro horas según el aviso neon y sin embargo cerrada, como todo en la caracas un domingo que, además tiene el descaro de ser día de la madre. Pero no todo estaba cerrado en La Caracas, las tiendas de mascotas y animales que sí estaban abiertas, poco a poco fueron remplazando a las wiskerias, prostíbulos, bares y universidades que en diez cuadras se aglomeran a lo largo de ambos costados de la avenida conformando una suerte de zona roja universitaria. Las prostitutas llegarán más tarde, cuando la noche se apodere piedra a piedra de la ciudad, y sus hijos hayan terminado las ceremonias respectivas en algún restaurante.

Recuerdos que nunca tuve

Me es difícil pensar en una Caracas distinta, señorial y hermosa, con amplios boulevards cobijados a la sombra de urapanes seculares, y ostentosas mansiones a lo largo de ambas calzadas como la describe Alfredo Iriarte. La que veo hoy es gris y lejana, herrumbrada y en ocasiones maloliente. Llena de edificios decadentes por cuyas ventanas se entrevén los despojos de vidas mal llevadas; trapos secándose, habitaciones descoloridas, rostros melancólicos fumando mientras miran a la calle.

Vínculos inesperados

En la calle 63 se subieron cuatro personajes: Dos hombres, un niño y una mujer. La mujer se sentó con el niño en una silla cedida por algún ciudadano de esos ejemplares, inventados por el sistema, y los dos hombres se acomodaron de pie en la parte del fuelle que articula los simpáticos buses. La escena, aunque típica, tenía algo de particular. La mujer mal maquillada y con ojeras de perro san bernardo no esbozaba gestos ni palabras, parecía un fantasma. El niño estaba riendo y saltando en las piernas de la mujer, debía ser su hijo, y uno de los hombres, mucho mayor que la ella, el padre. La expresión profunda y desolada de la madre al pasar por esos edificios grises me empezó a mostrar los visos de ciudad que invisibiliza el sistema.

En otras sillas, más adelante, un niño y una niña jugaban y hablaban emocionados. Sus padres no estaban cerca o al menos no se hacían sentir. Los noté felices al ver desde la ventana del bus la silueta de Monserrate abriéndose paso por entre los edificios, especulaban sobre lo que veían. Ella decía que era Monserrate, y él decía que no, después se miraban y comunicándose sin palabras parecían entenderse mejor porque se pusieron a reír impúdicamente, provocando estupor en algunos pasajeros, manifestado con miradas juzgadoras y balbuceos ininteligibles.

El verdadero viaje empieza

El recorrido me lo sé de memoria hasta la altura de la avenida Jiménez, lugar fronterizo delimitado por mi memoria, más allá… nunca había ido. Al traspasar mi frontera imaginaria sentí que el viaje hasta entonces empezaba. Mapache experimentaba la misma sensación y así me lo hizo saber descubriendo las similitudes de una iglesia desconocida para mí, con alguna que había visto en Lima. Pero la similitud no terminaba allí; del otro lado se abría ante nuestros ojos una imagen desoladora, lo que es “El Cartucho”, un baldío enorme en pleno centro de la ciudad, donde reposan los desechos de una explosión nuclear, o al menos eso parece. En el centro del baldío unas sombras fantasmales aguardan como si fueran otras piedras de los escombros que alguna vez fueron su hogar. A mapache esto también le recordó a Lima.

De ahí en adelante no me es posible contar todo lo que vi, y solo la más fluida prosa Keruaquiana podría serme útil. Fue entrar con la noche en un mundo de calles medievales, estrechas y oscuras, habitadas por la desolación y el miedo. Montañas de ladrillo y cielos grises, calles ahuecadas y charcos putrefactos. El aire es más pesado y el paisaje carece de verdes, como si los árboles no pudieran crecer en semejante ambiente. Pero no carece de belleza, y en el horizonte, con la llegada inminente de la noche, empieza a verse como las montañas se iluminan, como la ciudad parece hacerse infinita en ese mar de luces, montañas- ola, peces-luz, espuma-ladrillo. De repente nada… un desierto maloliente.

Portal Usme, el fin de nuestro viaje y la excusa final para terminar esta crónica

No diré que nuestro viaje no terminó allí (sobre todo el mío) ni tampoco hablaré del Portal Tunal, donde los niños pasan a través de estrechas rejas para encontrarse con sus madres al otro lado del sistema, tampoco contaré que vi muchos niños, y mujeres embarazadas, ni a una pareja de niños realmente pequeños, cogidos por las manos jugando al papá y a la mamá con un niño de verdad en el vientre de ella, tampoco contaré que me miraron como si fuera un extraterrestre cuando le pedí a mapache que me tomará un fotografía en ese desierto disfrazado de modernidad que es el Portal Usme, ni tampoco que en ese recorrido de tan solo una hora se me abrió la ciudad como una mujer virgen, aunque infinitas veces amada. Tampoco contaré que vi al conductor de un bus observar fijamente hacia algún punto del suelo mientras esperábamos a que se decidiera a arrancar, tampoco contaré que ese mismo bus olía a semen y a pollo, ni que Lima resulto estar mas cerca de lo que creía.

Lo que si contaré es que al bajar de la casa de mapache, para embarcarme de nuevo en un busecito rojo, fui abordado por un personaje de esos fantasmales que merodean la ciudad pidiendo cosas extrañas. Primero intenté esquivarlo, después simplemente lo escuché. Tenía hambre. Recordé que en mi mochila aguardaba un brownie y sin pensarlo se lo ofrecí:
-¿Quiere un Brownie?- le dije.
-¿Qué es eso?- preguntó.
-Es como una torta de chocolate- le respondí.

En su mirada supe que no le agradó mucho mi respuesta y no contento con mi ofrecimiento quiso ir más allá:

- Por qué no me ayuda para una gaseosita más bien quesque tengo mucha sed- dijo suplicante.

Recordé que no solo había un brownie en mi mochila, sino también una botella de Pony Malta y se la ofrecí. Él no cabía en sí de la emoción y con un entusiasmo inusitado me dijo:

- Huyy, eso es loques bien, usté si sabe, que chimba, gracias parce-

Y me dejó ir.

De nuevo en el bus, de vuelta a mi casa, pensé que tal vez no había descubierto nada, que solo me dejé impresionar por cosas que a otros ojos son normales, y que lo realmente importante estuvo en ese último gesto, donde la ciudad no es artificio.
[1] Sistema de transporte masivo adoptado durante la administración de Enrique Peñaloza, basado en la construcción de troncales especiales por las que circulan buses articulados.
[2] Estación que concluye o inicia un tramo dentro del sistema transmilenio.
[3] Buses verdes que acercan a la gente a los portales y a ciertas estaciones intermedias, su utilización nos introduce ineludiblemente en el sistema.
[4] Lugar donde el wisky es muy caro porque se ambienta con desnudistas que por plata extra están dispuestas a prostituirse.

Un relato, algo que se lee como cuento, pero que efectivamente sucedió, en la bizarre capital francesa

EN EL CENTRO COMERCIAL

Entramos al centro comercial después de haber estado merodeando por La Défense. Teníamos tanta ropa encima que parecíamos visitantes plutonianos tele transportados a un mundo futurista en medio de la isla parisina. Mi mamá no dejaba de preguntarme por el mapa que nos regalaron en el metro, y yo, después de haberlo buscado infructuosamente en la infinidad de bolsillos de la igualmente infinita cantidad de ropa que me abrigaba hasta la asfixia, le dije que lo había perdido. Mi mamá hizo un gesto indefinible y buscó algo en las vitrinas.

No sé en qué momento terminamos metidos en una tienda enorme de perfumes, con mi mamá extasiada mientras una señorita vendedora intentaba entender lo que por medio de un histrionismo más patético que cómico le pretendía comunicar mi mamá, en lo que en últimas era sólo un afán de consumo irreprimible, que no entiende de barreras idiomáticas. Al ver la desenvoltura materialista de mi mamá resolví salir con mi hermano y buscar algo más entretenido. Nos bastó poco tiempo para definir que queríamos hacer; mi hermano se fue a una tienda de videojuegos y yo a una librería, acordamos una hora y un punto de encuentro y nos separamos.

Al rato me reuní con mi hermano en la tienda de videojuegos que se encontraba cuatro niveles más arriba de la librería y desde la cual se divisaba la perfumería. Bajamos un nivel y entramos en la perfumería pero mi mamá no estaba. La señorita que la atendió, al verme se acercó y me dijo en un pésimo pero sorprendente español que mi mamá había salido y que pronto volvería. Subimos de nuevo a la tienda de videojuegos y desde allí esperamos atentamente a que volviese, él jugaba Nintendo y yo no quitaba la vista de la perfumería. Pasaron varios minutos y la espera se hizo inquietante. Mi hermano salía y entraba de la tienda de videos y no dejaba de maldecir por la estupidez de mi mamá, entre tanto yo me preocupaba en silencio.

El centro comercial proseguía en su normalidad. Pasaba el tiempo y mi mamá seguía extraviada de manera algo inexplicable. Cerraron la tienda de perfumes y paulatinamente se empezaba a vaciar el centro comercial mientras mi hermano y yo esperábamos sentados en el suelo del corredor donde se encontraba la perfumería, con algo de temor y rabia en nuestros rostros, con la sensación de que si no volvía, probablemente algo terrible le sucedería en medio del invierno parisino, pero sobre todo en medio de los parisinos.

La espera se hizo insoportable y echamos a andar por todo el centro comercial en una búsqueda nerviosa y desordenada. Las vitrinas y sus decorados navideños pasaban inadvertidas mientras nos dábamos cuenta de lo enorme y laberíntico del lugar. Mi hermano empezó a llorar y yo no pude evitar seguirlo.

Caímos exhaustos al suelo junto a unos teléfonos públicos y desde allí vimos a mi mama acercarse lenta y confusamente por el pasillo impoluto del centro comercial.

Este cuento ya se publico en papel, en el periódico de los estudiantes de la Universidad Nacional, y ahora lo publico aca, corto, como es usual

MANTRA

Quiero contar hasta cien con los ojos bien cerrados y esperar que no estés más allí cuando vuelva abrirlos. Dejarme llevar por el mantra numérico que desde el cero hasta el nueve me mostrará el camino unívoco de su lógica y después me obligará a querer combinar infinitamente los mismos diez dígitos que yo caprichosamente haré terminar en cien, y por puro capricho también cerraré los ojos creyéndome un monje budista y murmuraré internamente cien palabras que empiezan a ser ciento uno si pienso empezar desde el cero. Cero, uno, dos. Verme en el viejo barrio contando en la oscuridad, sufriendo el castigo del que cuenta, sintiendo los correteos de los niños que detrás de postes y matorrales esperan hacerse invisibles para no tener que contar jamás, porque el que cuenta sabe que algo pasará cuando termine de contar. Un fusilamiento, el lanzamiento de un cohete, los días en una prisión, el último plazo para aguantar la respiración bajo el agua en una piscina de balneario con los primos o el hermano, o contigo, que mágicamente desapareces entre los números. Veinte, veintiuno, veintidós. Porque aunque me proponga contar para siempre el momento de mi muerte será también el final de mi conteo, el número que la preceda inmediatamente será también el que defina la razón de contar, el que dará sentido a esa tarea absurda. Treinta y dos, treinta y tres. Sentir cómo las palabras se articulan en mi mente y cómo las pronunció sin mover la boca, en ese placer enfermizo de contar para todo: en la tina mientras aguanto la respiración, en el bus que repta trabajosamente para llegar a tu casa, cuando presiento la taquicardia y debo comprobarla numéricamente, para que sea real, más real que lo que siento. Cincuenta y seis, cincuenta y siete. Cada vez más cerca del final, vislumbrándote tras mi ridícula manía, sabiendo que sabes lo estúpido que puedo llegar a ser cuando me escudo en los números y espero a que mi capricho defina un sentido, que termine o empiece con algo, que se decida finalmente a salir de mis números y entre en el mundo tuyo, allá en la extraña zona de tus propios números, los que con ansias aspiro entender para poder contar. Setenta y tres, setenta y cuatro. La angustia de lo inexorable, del fin de mi arbitrario proceder y de saber que seguirás ahí, aunque mi conteo se prolongue por toda la noche, aunque decida contar hasta quedar dormido. Cada vez más cerca de eso, de volverte a encontrar fuera de mi mundillo lógico de ciento un peldaños equidistantes, de saberte vivo otra vez, pero allá, lejos de mí. Noventa y nueve, cien. Sé que ahí estas, y este no es el fin. Cero, uno…

Buenas nuevas del blogsito

Pues si, mi blogsito sigue ahí, en ese lugar extraño e intangible que es la red, y viene con ornamentos. Un contador y un panel de mensajes para quienes quieran putiarme o vanagloriarme, o las dos cosas, que tambien se puede dar, sin tener que hacer mayores esfuerzos. Todo lo hago por ustedes, mis inexistentes lectores. Y a propósito de lecturas, ayer tuve una reunion con mí grupo de cuento, del que hago referencia en un escrito anterior, digo mí, no el, ni nuestro, porque así me lo apropio y puedo despotricar de él como despotrico de mí mismo. En la reunión, que casualmente fue en mi casa, se leyeron varios cuentos mios, algunos presentes en esta página, y horror, detesto las lecturas compartidas, de eso sólo sale una zarta de estupideces, y ese horror me sono muy marica, pero que carajos. En fin. Este blog crece y no gracias a sus aportes buenos para nada, mentiras, gracias a todos por soportarme.

martes, octubre 18, 2005

Que pena a todos por tantas erratas

Pues gracias a un lector muy perspicaz, me di cuenta de una errata horrorosa que campeaba en mi perfil, sé que no es la única así que pido disculpas a quienes se sientan agredidos por por mis faltas de ortografía.

viernes, octubre 14, 2005

Dos cuenticos, uno recien salido del horno, y el otro ya en la pila de desperdicios, ustedes perdonarán.

Antes del trabajo


El sonido de su voz me vino desde el sueño. Eso no lo supe sino después, claro está, cuando sentada en la cama intenté unir toda esa información que salía de la radio, nuestro despertador. Andrés Camilo Peña, el amigo de colegio de mi hijo. Todo concordaba, tenía que ser él. La descripción del accidente tuvo algo de dramatismo cinematográfico, de otra forma no tendría las imágenes tan claras: Andrés Camilo tumbado en el asfalto, boca abajo, ya algo maltrecho. Andrés Camilo intentando pararse, sintiendo dolor en todo el cuerpo. El kart de Andrés Camilo cayéndole encima, rompiéndole todos los huesos, matándolo. Tenía que ser él, el amigo de mi hijo, el que vino a comer una noche, el de los ojitos claros, el que es mucho más lindo, Andrés Camilo. No se lo diré a nadie, pienso ahora en la ducha, ni a Felipe ni a Juan Carlos. A Felipe no sé si le importe, ni se debe acordar del amigo de nuestro hijo, por esos días no hacía más que repetirse la suma que debíamos pagar por el apartamento, sacando cálculos mentales de actividades que teníamos que no hacer por un tiempo, dejar de ir al cine, cambiar el alimento del perro, pobre Baldo, llamar sólo dos veces a la semana a Osiris para que nos ayudara con el aseo, pobre yo. No, a Felipe no le importaba quien viniera a comer una noche cualquiera. Ese día sólo yo me fije en Andrés Camilo, sólo yo lo vi en toda su incomodidad de adolescente, contestando sin comprometerse más que con la cortesía a nuestras preguntas de rigor. Cómo lo pudiste traer, no pensaste acaso en tu imprudencia, todos andábamos llenos de problemas y tú tenías que traerlo, para tener que soportar su risa radiante, su mirada de animal cautivo. Quisiera quedarme bajo el agua toda la mañana, oyendo a Paul cantarle a su perra, si supiera componer le haría una canción a nuestro Baldo. Ya Viene Felipe a sacarme, si tan sólo supieras que debería quedarme acá todo el día oyendo esta música que sale de nuestra súper ducha italiana con radio, pero no lo sabes, sólo sabes que son las siete y tienes que ir a trabajar, y que me dejarás a mí en el trabajo y que iremos a almorzar juntos, y más tarde, otra vez los dos en el carro, escuchando la radio para evitar tener que decirnos algo, para disimular nuestra aburrida vida, pensaré en Juan Carlos, cada vez más lejano, y en las cosas que nunca te cuento, que nunca te contaré.

Despertarse con esta emisora ya no me parece tan buena idea. Quien quiere saber como muere el joven promesa del kartismo colombiano aplastado por su propio kart. Recuerdo cuando vino a comer una noche con Juanca; sus modales falsamente impecables, la cortesía vulgar por soportar nuestra modestia, nuestras ganas de sobrellevar la situación dignamente. Esa noche Clara estaba muy rara, pero no le pregunté nada, sabía que él la había subyugado de alguna forma, cuando fue a llevarle cobijas para que se acomodara en el sofá y se quedó viéndolo quitarse el pantalón a través del espejo del corredor, no sabía que yo la vigilaba, que me gustaban sus silencios y sus misterios de mujer discreta. Esa noche se levantó a tomar agua. Me hice el dormido como siempre y espere a que volviera para abrazarla, sorprendiéndola. Volvió agitada y se alejó de mí, ni siquiera intenté el abrazo. Clara se me va en esta cotidianidad de días que no cambian, estáticos, como en un tiempo suspendido, que nos envejece y nos separa cada vez más, hasta hacernos irreconocibles, sombras que se encuentran en los claroscuros de la vida. Y ahora viene Paul con sus canciones insulsas que tanto le gustan a clara. Me la imagino en la ducha, alegremente desnuda, cantando a viva voz, me la imagino, porque hoy no va a cantar, así sea la canción que mas le gusta, hoy no tiene ganas de cantar y no las tendrá en todo el día. Mejor la saco ya de su idilio musical o sino querrá quedarse ahí metida una eternidad.

Son ridículas estas ganas de llorar, sobre todo cuando vienes desnudo a sacarme de la ducha y no quiero que lo sepas, pero es irreprimible. Basta, no me toques, estoy bien, sólo que esa canción me hace llorar, no es que esté sensible imbécil, es que no tienes ni idea. Ya se me pasará, no finjas preocupación, además mírate, qué imprudentes tus ganas de hacer el amor. No sé desde cuando empecé a odiarte Felipe, pero ese día, cuando fui a tomar agua, no quise volver contigo, quise quedarme en el sofá, con Andrés, preguntarle por qué lloraba y secarle las lagrimas que ya empezaban a bajarle por las mejillas. Es que no sabes nada. Pero que te digo yo de ganas imprudentes de hacer el amor, cómo si ese día no hubiera sido yo la que se acostó a su lado, la que lo abrazó maternalmente y quiso quedarse allí, tocándolo.

Ya lo sé clara, no hace falta que me lo digas. Tú tampoco sabes nada. Yo oí sus sollozos, que mas tarde serían gemiditos, y no, no dormía porque te quería cerca para poder abrazarte, pero cuando volviste no querías nada, y la verdad yo tampoco. Dejémoslo así, no quiero que Juanca se entere, no de está forma, ya le dirán sus amigos, pero no tiene porque enterarse ahora mientras tu lloras desconsolada. Déjame bañar mujer, ya se te pasará. Más bien cambia de emisora que ya no quiero saber nada de la estupidez del mundo, pon tus canciones y cántalas, eso siempre te pone alegre, por mi no te preocupes, igual ya lo sabía, deja de llorar.

El parque de noche


Bajar corriendo las escaleras. Salir de casa sin despedirme. Caminar deprisa hasta el parque y observar a los niños jugar, con la mirada de un lado a otro, para aquí y para allá; dejándome embriagar por tanta luz y tanta sombra en esta noche sin luna. A la derecha encuentro los columpios y los demás juegos de niños: pasamanos, arenera, rodadero, llantas pintadas de azul y amarillo, algunas golosas desdibujadas, plasmadas sin rigor en el suelo áspero del parque; a la izquierda, un remedo de cancha de fútbol. ¡Pero si a esta hora no hay niños! ¿Acaso pensaba encontrar niños jugando? No, a esta hora no hay nadie en el parque, y en los columpios nunca juegan los niños porque están encharcados y a los niños ya no les gusta estar sucios todo el día. Además sólo uno de los columpios funciona. Los otros fueron desprendidos a punta de pata y mal uso por los chicos mas grandes del barrio, los acabaron pateándolos mientras tomaban, gritaban, bailaban y no dejaban dormir a nadie. Sólo hay un columpio funcionando, hace un ruido insoportable pero funciona. Hace tanto ruido que hasta se alcanza a oír desde mi casa. En algunas noches el viento lo hace mover en un balanceo que parece no tener fin, y así yo esté durmiendo, me despierto ahí mismo y corro a la ventana para ver hacia el parque, para ver al columpio allí; meciéndose una y otra vez, de aquí para allá en medio del parque que a esa hora está siempre solo. El ruido de su vaivén oxidado me desvela. Cuando era un niño, me asustaba aquel ruido chillón que salía de ese armatoste, pero ahora es solo el ruido metálico y monótono de siempre. Los parques de la ciudad han cambiado. Los fuertes ahora son de plástico y parecen sacados de una tira cómica, las areneras tienen arena, no barro, y los rodaderos vienen en formas más osadas y divertidas que el de este parque miserable. Todos los parques de la ciudad han cambiado menos este. Hoy no me desperté por el ruido del columpio, hoy no podía dormir, llevaba horas dando vueltas en la cama, pensando y pensando. La almohada se calentaba hasta que no aguantaba más el calor y le daba la vuelta, el nuevo lado también se calentaba, entonces le volvía a dar la vuelta. Mi noche se consumía de esa forma, en un sin sentido perpetuo, y pensé que así también se consumía mí vida; por eso salí corriendo de mi cuarto, bajé las escaleras, y me alejé de la casa sin despedirme ni pensar en nadie. El parque de día, aunque parezca haber sido arrasado por una bomba atómica, adquiere algo de vida con los niños que juegan fútbol, que intercambian canicas, que corren y ríen con sus caras sucias. Yo ya hace un tiempo que no sé lo que es reír. El parque de noche es un lugar sombrío. Parece que el retumbar de los gritos y carcajadas de los niños que vienen durante el día permaneciera hasta la noche. El parque de noche se asemeja a un cementerio sin visitantes. Ahora escucho el maldito rechinar del columpio mientras el viento arrecia y me trae a la cara una nube de polvo. Todo es triste en este barrio. No sé que voy a hacer. Me encuentro tirado en una esquina, entre la acera y el asfalto mirando mis zapatos. Me da por ir donde Juan, quiero hablar con él, necesito de su presencia. Me paro y camino hacia su casa. En el trayecto un par de borrachos intenta detenerme con insinuaciones que no caben en ningún momento, menos en esta noche. Acelero el paso y los dejo atrás justo en el momento en que uno de ellos se abría la bragueta y… no quiero pensar en eso, yo lo que quiero es hablar con Juan, y me importa un pepino que tenga que despertar a su familia, en esta noche no puedo hacerle concesiones a la formalidad, se trata de mi salud mental y sólo Juan puede ayudarme. La casa de Juan es una de las más lindas del barrio, lo que no dice nada porque en este barro todos somos pobres y nuestras casas son de pobres. Igual es la casa en donde Juan y yo hemos sido amigos, por eso me gusta. El camino se hace más largo que de costumbre y empiezo a perder la paciencia, he tenido paciencia toda mi vida. Correr, correr purifica. Corro y me purifico con el cansancio. Golpeo en todas las casas, hago un alboroto en esa cuadra. La gente piensa que estoy borracho, pero no; estoy loco y necesito hablar con Juan. Decido tranquilizarme, al menos para ellos, los que se impacientan desde sus ventanas, y me encamino de nuevo hacia la casa de Juan como si fuera una situación normal. La gente me deja ir, tiene sueño. La casa de Juan por fin aparece, me agarro al timbre y grito su nombre. Juan, tengo algo que decirte, baja que es importante y no puede esperar, es sobre los niños y el parque, y el columpio, es sobre este barrio y sobre nosotros, Juan, baja rápido que me estoy enloqueciendo. Mientras grito todo eso una luz en el segundo piso se enciende, después se abre la ventana y una vieja de cara arrugada me mira con desconfianza. Yo le pregunto por Juan. La vieja se hace la que no entiende, observa el reloj de su muñeca y vuelve el rostro hacia adentro. Yo la instigo con más gritos a responder, pero la vieja desaparece de la ventana. En su lugar una joven me dice que espere que ya baja. Yo espero aunque me desespere por saber qué es lo que pasa. La puerta se abre y la joven me invita a seguir y me dice que ya llamó a mí casa. Pero Juan, dónde está Juan. No hay respuesta. El desconcierto se apodera de mí y vuelvo a gritar su nombre. Nada. Sólo la voz de la vieja diciendo que si acaso aún no me había enterado de que Juan estaba muerto desde hace un año, y la joven poniéndose un dedo en frente de la boca y diciéndole a la vieja: cállese que después le explico.