martes, noviembre 08, 2005

Mas anecdotario, en camino algo de ficción

Este texto (fragmento) intentó ser el comienzo de mis memorias, en una época en que pensaba moriría muy joven y no quería dejar que todo pasara así no más.
Mi infancia no fue del todo infeliz, aunque la verdad recuerdo muy poco. Era un niño llorón y callado, siempre que tenía que decir algo que me molestara de alguien o algo, callaba y lloraba. Después escondía mis ojos para no mostrarme vunerable y debil, ignorando que la debilidad estaba precisamente en ese acto. El llanto me venía con facilidad; en el colegio, en la casa, en la calle jugando con los demás niños, en todas partes encontraba un pretexto para enojarme y llorar. Lloraba de rabia conmigo mismo por ser tan bobo e inoportuno, pero no recuerdo haber llorado por dolor, ni tampoco por nostalgia. Era lo mismo continuamente, no era capaz de enfrentar a alguien sin lágrimas en los ojos, maldita manía chantajeadora pero involuntaria. Tampoco fui un niño avispado. Me intimidaban mi mamá y los profesores, me intimidaban la violencia y el dolor, todo parecía agredirme. Le temía al diablo y a la oscuridad. Odiaba tener que bajar de noche a la cocina para trearle algo a mis padres porque de subida, tenía que apagar la luz de la escalera desde abajo, ya que arriba no había interruptor. El trayecto hasta el segundo piso lo hacía corriendo y con el corazón desbocado, imaginandome monstruosas sombras detras de mí. Más tarde olvidaría mi temor por el diablo y me constituiría una ingenua visión ateísta del mundo, desafiando las insipientes costumbres religiosas de la familia, un día de semana santa en el que me negué a entrar a una iglesia, argumentando que no creía en dios y que odiaba a todos los creyentes por sus mezquinas intenciones oportunistas e interesadas. Tenía catorce años. Mi madre ese día supo que yo sería un hijo incómodo y que nada de lo que dijera me haría cambiar de parecer porque soy tan terco como ella ¿algo para sentirse orgullosa?. La verdad es que en las noches rezaba y hablaba con dios, creyendo tener un vínculo especial y místico que los otros no entendían. Dios nunca respondió ninguna de mis preguntas así que yo jugaba él papel de ambos: el del niño que ruega por su alma y el del dios complaciente que lo reconforta, y así podía dormir en paz sabiendo que igual no creía en nada. Me bautizaron a los ocho años con mi hermano menor que apenas podía abrir los ojos e hicieron una gran fiesta. Mi madre me regaló una cadena y un dije de oro, que después usaría sólo en ocasiones especiales porque mi mamá temía que lo perdiera. La primera comunión la hice en el colegio. Recuerdo que todos teníamos grandes expectativas por el día de la confesión, yo no tenía ni idea qué le iba a decir al padre pero temía que me viesen llorando otra vez. Ese día me dejó la ruta y llegué muy tarde, las confesiones ya se habían hecho, así que me quedé sin confesar. El día de la ceremonia mi mamá me vistió con ropa nueva, me perfumó y me puso la cadenita con el dije. La coreografía planeada por los profesores implicaba movimientos en parejas, como un casamiento pero con niños. Mi pareja era una niña con una enorme cicatriz en la cara. Aquel día me vi en aprietos al ver que no me sabía ninguna oración ni conocía el ritual con que los demás se persignaban, ni entendía lo que balbuceaban mientras lo hacían. No sólo llegue tarde el día de la confesión sino que no asistí a los cursos de preparación, pero a nadie pareció importarle, ese día en la iglesía supe por fin de qué se trataba y me alegré de no haber perdido mi tiempo. Aún es un misterio el ritual de iglesia, pero todos los misterios de la religión al ser develados terminan siendo un rotundo fraude. Hace poco se reveló lo que supuestamente le dijo la virgen a unos niños que andaban pastoreando en algún pueblo de Portugal y que según la historia, era un secreto que debía ser pasado de papa en papa hasta que pudiese ser revelado. Yo, en mi ingenuidad, creí que en ese secreto se encontraba la clave de nuestras vidas y que todos entenderíamos finalmete el no se qué de la existencia. Pero el secreto no era más que un chisme sobre un atentado al papa, gran cosa. La religión logró decepcionarme desde temprana edad y en todas las salidas espirituales del colegio terminaba peleando con los seminaristas que intentaban iniciarnos en la espiritualidad y el recogimiento. Siempre me ha parecido triste la vida de un seminarista; tanto estudio de la biblioa para intentar ponerle fin a su culpabilidad homosexual, sin lograr nada más que un patético círculo de culpas y redenciones perentorias.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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