sábado, noviembre 19, 2005

Cuento por entregas (primera entrega)

La primera vez que fue a una de esas reuniones, no se molestó en aceptar los comentarios que desde las bocas de todos salían para alabar su obra. Fue unánime. Pensamientos profundos y una sensibilidad única, lo llevaban a crear personajes sólidos, creíbles e interesantes. Eran sus grandes virtudes como escritor. Él lo sabía, pero siempre es bueno que lo diga alguien más. Eso también lo sabía. El cuento leído fue “Calzoncillos en la mesa”. Un narrador cambiante, personajes comunes en situaciones no comunes, lenguaje fluido, pero sobre todo, buen ritmo, a todos les gustaba su ritmo. Para la siguiente sesión, preparó con esmero la trama de lo que sería su primer cuento largo. Era un escritor de ideas sencillas sin ambiciones poéticas. Esta vez la unanimidad no se dio. Falta trabajo, los tiempos no son claros, no hay coherencia, frases cliché, personajes poco interesantes, redundancia, aún así, no se atrevieron a negar que tenía buen ritmo. Se había leído “Noches de Padawan”. Un rebuscado intento por reunir a los integrantes de un grupo de rock, que nunca fue famoso, en el planeta Padawan, inventado por ellos mismos para un álbum conceptual. Durante la tercera reunión el silencio después de leer su cuento no fue roto por nadie, no quiso ser roto por nadie, sólo por él, que finalmente se atrevió a decir que quería ir al baño. Sin ganas de orinar se acomodó frente al espejo, se observó detenidamente, era el mismo de siempre. Al volver, todos evitaron mirarlo. Esta vez nadie habló del ritmo. Más personales, debo hacer mis cuentos más personales, se dijo. Faltó a dos reuniones seguidas, estaba preparando su cambio de estilo. No fue fácil llevarlo acabo. Repasó distintos momentos de su vida, buscó en su familia los personajes que quería, en la calle las situaciones y los lugares apropiados, en su mente, en lo que le quedaba de su vida pasada, en eso que llamamos recuerdos. Lo tituló “En la biblioteca de papá”. El trasegar pausado y meditabundo de un personaje (el mismo) por la biblioteca de su padre muerto. La unanimidad se dio de nuevo, todos acertaron en decir que era una porquería. No sólo le faltaba trabajo al lenguaje, sino al personaje; poco creíble, engañoso erudito de 15 años maravillado por el recuerdo de un ser que, francamente, no era importante. Final predecible, en suma, algo que no debió escribirse. No volvió.

Pasó de la gloria al escarnio literario en tan sólo tres textos, pero siguió escribiendo para sí mismo. Su siguiente aventura la tituló “Los madrigales perdidos de Teodoro Mendela”, inspirada en la obra, no tanto en la vida, del excéntrico compositor napolitano Cecco Caperussi (cheko, caperusssi) cuya excentricidad permeó también su música. La trama era compleja, pero no tanto como el desciframiento de textos en italiano antiguo que tuvo que traducir para darle vida literaria a los madrigales de Teodoro Mendela, un modesto profesor universitario obsesionado con la idea de continuar la obra de Caperussi, interrumpida por el uxoricidio. Para ello, Teodoro decidió matar a su esposa. El texto resultante, lo envió a la editorial Taxus, que no se molestó siquiera en responder con una negativa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esperando la siguiente entreeeegaaaaa.