miércoles, septiembre 03, 2008

Las espirales futuras

Lo escondo, o como mínimo intento ocultarlo. Lo tapo de un lado con la mano, de manera que no se reconozca el título, no completo, y del otro lado hago lo mismo con los objetos que me topo, improviso coreografías, lo cambio de manera innecesaria de mano, lo pongo entre el tórax y el brazo, cual pan francés en Francia; cualquier cosa para evitar que lo vean, que me descubran. Y es una estupidez, pero me parece tan lugar común, eso de leer Cortázar en Argentina, donde hay plazas, centros culturales, bares y un gran: qué se yo, con su nombre, que tan sólo nombrarlo resulta un pleonasmo, un: !qué frió que hace! en medio del invierno. Adquiere ese insoportable aire de souvenir, de lugar turístico, el mismo que generalmente imponemos a todo lo que queremos destruir por uso y abuso, que prefiero hacerlo soslayadamente, cosa bastante difícil, eso de leer libros en el subte haciendo lo posible por impedir que la que está al lado, respirándote en la nuca, frotándote las tetas en las espalda, no se entere de qué se trata. Pero así soy, prefiero pasar por antipático que por turista de molde.

Siempre me gustó esa manera que tiene el sujeto en cuestión de meterte en la situación de tacazo, sin ninguna explicación, de repente te zampa en medio de un entramado de relaciones complejo, al que asistes de manera voyerista, hasta incómoda diría. Como cuando se va a una fiesta familiar, siendo uno el único que no tiene parentesco con nadie en el lugar. Hay una incomodidad propia de la situación y al mismo tiempo un acceso inmediato a aspectos intimos de esos personajes y la manera como se han venido tratando que sobresalen por encima de cualquier formalidad. Esa manera de no narrar, de no contar, termina siendo la mejor para que dejemos nuestra pasividad como lectores, y empecemos desde la primera linea a construir más allá de las descripciones (que las habrá de alguna manera), a ser parte del relato. Es como ir a un concierto y encontrarse con que en el programa de mano aparece el nombre de uno, entre el de muchos otros violinistas, y antes de empezar el director te haga una seña enojado desde el escenario para que subas y te acomodes en la tercera linea de segundos. Obviamente en una circunstancia digamos literaria, no se llega tan lejos, tan sólo te pone desde otra perspectiva, tal vez no cómo violinista, pero sí como un intruso del cual nadie se da cuenta, un voyerista invisible, el ideal de cualquier voyerista, y aunque en general el cine y la literatura nos proponen eso, inspeccionar en las intimidades de otros como espectadores, Cortazár lo hace de manera tal, que terminas creyéndote parte de la cosa, no es algo que suceda fuera de uno, te involucra de manera más profunda.

Es la única novela que me queda por leer de él, y es también curiosamente uno de sus primeros intentos en el género, junto con Divertimento. Publicada postumamente y tal vez un ensayo de lo que serían sus novelas célebres. Pero lo más importante, como siempre, es que es un placer leerlo y comentarlo.