miércoles, agosto 30, 2006

Sobre lecturas inquietantes

Debe ser una obsesión colectiva, algo que todos pensamos. Pero está allá, en esa zona destinada a lo que no decimos, a lo que callamos, a lo que irremediablemente nos ataca desde el sueño.

El colegio, ahí pasan muchas cosas. Creo que gran parte de lo que somos se gesta en ese sitio, donde nos enseñan de civilidad, de cultura, y nos meten todo lo que un puñado de personas considera importante en horas infinitamente aburridas, que si no fuera por el recreo, serían la peor de las torturas. Uno no va al colegio a aprender, uno va a saborear el tedio de la vida y a conocer los sinsabores de las relaciones, a creer en la amistad, amistades que luego son rotas violentamente por el paso del tiempo, pero a las cuales volvemos sin saber bien por qué, tal vez buscando respuestas, las respuestas que la educación no es capaz de dar, que el tiempo nos ratifica como esenciales.

La noche en que leí de nuevo sobre aquella obsesión, estaba tendido en una hamaca, resguardándome de la canícula de un pueblo del interior, de esos donde no corre viento, y la sombra no es suficiente alivio. Estaba en el índice, era otro de los tantos cuentos de Carver que se encontraban en esa colección. Escuela Nocturna se llama, y tuve que alterar el orden propuesto para la lectura y saltar directamente a él, pues su título me llevó de inmediato a otro cuento, claro, de Cortazar, de quien más, llamado La Escuela de Noche, leído ya hace un tiempo, y que de pasó me transportó también hacia la vida, hacia mi vida en el colegio, el Instituto Pedagógico Nacional.

Aunque los dos cuentos no tengan nada en común, sí comparten la visión de ese lugar, bajo circunstancias no usuales. Quien haya pasado por su colegio en la noche, cuando una que otra luz está encendida y se siente el peso de la oscuridad y la soledad en ese sitio que solemos ver lleno de luz y gente, sabrá de qué se trata esto, y entenderá que tanto Cortazar como Carver querían llegar allí, a ese sentimiento que produce un lugar del que no podemos escapar, así nos disfracemos de adultos y comamos en restaurantes finos.

Si en La Escuela de Noche, el inconsciente es llevado a extremos más que inquietantes, en Escuela Nocturna, apenas nos enteramos del argumento, que si no fuera por el título, tal vez hasta pasaría desapercibido. Da igual. Sea con los profesores travestidos en plena orgía a media noche en el salón donde de día se enseña cálculo, o en lo remoto de un pueblo del país sin nombre (USA) donde dos mujeres proponen un plan absurdo durante una conversación de bar, se habla de lo mismo.

En las noches sucede cualquier cosa en los colegios, pero sólo quienes se atreven a entrar lo saben, los demás fantaseamos.

viernes, agosto 11, 2006

Ahora sí completas

Instrucciones para leer correspondencia ajena

Sí, ya sé, nadie escribe como antes. Las cartas dejaron de ser de papel (sólo aquellas que sirven a la burocracia de turno, con los consabidos inicios respetuosos: señores, ñoras y demás títulos respectivos, o no, que nunca importan y sólo ayudan a llenar el papel de tinta, escupida casi silenciosamente por máquinas increíbles; en fin, sólo aquellas, siguen teniendo una presencia física. Mas esas cartas no suelen ser tan interesantes, como para andar escribiendo instrucciones para leerlas; usted sabe bien que me refería a las otras cartas, las privadas, las que se escriben entre amigos y enemigos, amantes y desconocidos con pretensiones amatorias, pero esas cartas ya casi no se escriben, y si se escriben, se hace en su versión posmoderna: el e-mail, o correo electrónico, imitación virtual que a velocidades inhumanas, es capaz de entregar mensajes tan elocuentes y complejos como: ya llegué, vivo con un paquistaní y un negro, así que la cosa esta muy Benetton, jejejeje, espero consiga trabajo rápido, abrazos. Y bajo la custodia de una clave esperan a ser leídos, algunas veces respondidos, y siempre eliminados permanentemente, por lo que estas instrucciones tendrán que ser modificadas antes de empezadas, y hasta podrían anularse, si la modificación no justifica el ampuloso título, ampuloso como la palabra ampuloso, y como este paréntesis que parece no acabar).

El título adecuado para estos tiempos sería:

Instrucciones para leer correspondencia antigua, y obviamente ajena, o, Cómo invadir cuentas de correo electrónico sin ser descubierto, y otras aventuras de hackers.

Pero para el último título en realidad no tengo instrucciones. Así que mejor me concentro en lo primero, lo de las cartas, y haré caso omiso al hecho de que su aplicación sea obsoleta; tendrá el sabor triste y morboso de viejos documentos, como el de un libro de física antes de la teoría de la relatividad, tal vez elocuente y tremendamente estudiado, pero sin duda inútil, bellamente inútil.

Instrucciones (por fin)

No las abra, espere a que su destinatario lo haga por usted. De paso se ahorra el engorroso trabajo de evitar romper el sobre, y el posterior de comprar uno parecido para reponer el que irremediablemente rompió. La estupidez no es recomendable en casi ninguna situación de la vida, y esta no es la excepción, así que lo mejor es que espere; si tiene suerte, la recompensa de lo leído, le hará olvidar las horas o días que estuvo esperando tras el contenido esquivo de la carta, y si sólo llegó a ella por pura curiosidad, mejor, nada como encontrarse con la sorpresa de una prosa inesperada, de esa persona que usted ya había catalogado y puesto en su respectiva casilla, estas cosas siempre cambian las perspectivas; tienen un poder trasgresor, por no decir iniciático y sutilmente oscuro.

Pero antes que nada (disculpe usted el desorden) tiene que saber con claridad en qué condiciones encuentra la carta, bajo qué papeles distractores, en qué cajones aparentemente llenos de ropa, entre qué páginas de qué libro; de otra manera no logrará usted, nada más que posibilitar que lo pillen, y si hay algo más mal visto que leer cartas ajenas, es ser atrapado haciéndolo. Son necesarias precauciones excesivas en este punto, a veces, tan sólo un cambio sutil de lugar, digamos, unos simples centímetros, son interpretados por el dueño, o dueña de la carta, como la prueba inequívoca de que alguien estuvo husmeando. Sea cuidadoso, estudie la persona y la proveniencia de la carta, analice, no tome la decisión de leer la carta, sin antes haber pensado en estas cosas.

Ya casi estará listo, pero aún falta asegurarse de que no haya nadie a su alrededor. No se confíe. Los peores secretos terminan revelándose cuando se cometen descuidos de este tipo. No crea en los horarios rutinarios, siempre puede haber algo que cambie de repente la rutina, y un olvido de, por decir algo unas llaves, suele ser común en estos tiempos, así que no se precipite, si ya tuvo paciencia para esperar a que el sobre fuera abierto, no le faltará para esperar a que se encuentre verdaderamente solo.

Ahora disfrute el momento. Saque la carta de su sobre, o si ya no se encuentra dentro de un sobre, desdóblela. Sienta las particularidades del papel, su textura, su grosor, su diseño. Ya con las palabras saltándole a los ojos, tómese su tiempo para ver el color de la tinta, la dimensión de los caracteres, hasta puede acercarse para verificar si un perfume tocó el papel. Recuerde que está solo, y que todas las precauciones que ha debido tomar fueron tomadas, por lo que preocuparse, resulta inoficioso, lo único que haría es entorpecer ese momento de privacidad que usted tiene con la privacidad de otros. No subestime los alcances de su hazaña, ni pase detalle alguno. Lea la dedicatoria, de allí muchas cosas pueden ser deducidas, lo usual es que las tengan; por mínimas o comunes, hablan de quien escribe. Siga adelante, disfrute la puntuación, o la ausencia de ella, la ortografía, goce cada palabra como si de cada una se desprendiera la clave para llegar al otro, para entenderlo. Siga hasta estar complacido por completo, y por favor, no se arrepienta a estas alturas, después de tantas molestias, asuma lo que hizo como un hecho irrenunciable. La persona a quien iba dirigida la carta cambiará para usted, la persona que la escribió empezará a ser otra, y en el caso de que no conozca a ninguna de las dos, o demás personas que pueden estar involucradas, cambiará usted. El alcance de lo leído sólo lo sabrá usted.

Ahora haga todo lo posible por dejar las cosas como estaban, si no tiene buena memoria, y cree que es necesario anotar la posición exacta de los objetos antes de empezar, hágalo (ya sé, el orden no es mi fuerte).

Finalmente puede irse tranquilo, o no tanto (las cartas suelen alterar la tranquilidad), a hacer lo que más le plazca, pero estoy seguro, que por unos días, lo que haya leído volverá a usted de maneras extrañas. Ya nunca será el mismo.

martes, agosto 01, 2006

El arte de no hacer nada

Ejercicio de libre asociación de palabras según Word 2003 y su escribiente de turno

Este es el comienzo de un brote de pezones de fresa, despedazados por una cortadora carnicera, cruel y carnívora, una bestia en bruto, rústica como pueblerina sencilla, franca y humilde. Qué bonachón infeliz más miserable, el que sórdidamente trasquiló sin dificultad aparente, la falsa duda quimérica, legendaria y caprichosa cual tarambana bulliciosa, movida por los vientos rancios, de viejo y primitivo origen. Umbral de todo quicio, madero rollizo con el cual corpulentas gordas mofletudas y carirredondas, o hasta carihartas de tanto besar hocicos laicos, legos y carnales, lubrican sabios eclesiásticos, presbíteros de poca monta, acoplados por insuficientes y limitados circunscritos circundados.