martes, julio 25, 2006

Recordando al gigantón (de cariño)




El primer relato que leí del gigantón (sufría de gigantismo) fue “El perseguidor”. Tal vez el mejor cuento sobre un músico (Charlie Parker) que haya leído y el que mejor interpreta ese sentido del tiempo propio de la música, que aunque las contratapas de los discos se empeñen en rotular con medidas exactas, no es más que otra forma de entender el tiempo, y sí, con distintas medidas, pero vaya uno a saber cuales. Es la historia de un saxofonista, que un día mientras viajaba en el metro de París, pensando en distintos momentos de su vida con detalle, esuchando melodías y sonidos del pasado; se da cuenta de que para pensar todo aquello, habrían tenido que pasar al menos quince minutos, más sólo pasaron dos, si acaso, que es lo que dura un trayecto normal entre tres estaciones. Es una sensación de desfase entre lo que pensó en tiempo “musical” y lo que en efecto sucedió en tiempo “real”. La evidencia del desfase es abiertamente subjetiva, pero pone de manifiesto una sensación respecto al estado metafísico de los sonidos. Claro está que el saxofonista del cuento era adicto a la cocaína y otras drogas fuertes, por lo que su percepción también dependía del estado alterado o no alterado en el cual se encontrara, pero es sólo un dato distractor, que no determina la situación, y el mismo personaje aclara que no había ingerido nada. De toda formas la alteración perceptiva del interprete, es sólo sentida por él mismo, lo que haga con los sonidos va a ser un único hecho físico independiente, y por lo mismo su condición metafísica es inherente a lo que suena, no al interprete.

Parece enredado, y en verdad lo es. Pero estoy seguro que todos hemos tenido alguna experiencia de “atemporalidad” o de expansión y compresión del tiempo que conocemos, gobernado por los implacables segundos y la relación causa-consecuencia, a través de la música y los sonidos.

Después de ese cuento, que como ven es imposible de abordar sin entrar en lo desconocido; o sin pretender entrar, leí otros, recopilados en un libro de esa colección de literatura universal compuesta por cien títulos de SALVAT que muchas familias tienen, y donde se encuentran cosas maravillosas, como los lacrimógenos pero memorables relatos de Ana María Matute, o los claustrofóbicos cuentos de Chejov. Uno en particular, de esa recopilación de Cortazar llamada "La isla a mediodía", me causó perdurable impresión. Señorita Cora. En él, desde la perspectiva de un niño con apendicitis en un hospital y la de su enfermera Cora, nos cuenta de manera tan brutal como tierna, la evolución de la relación entre estos dos personajes, mediada por tomas de temperatura en lugares no aptos para personalidades tímidas y esfuerzos de simpatía que la carga del sentimiento de clase (él, niño burgués consentido por su madre protectora, ella cínica y bella mujer trabajadora, consciente de la atracción que él siente por ella) no deja que termine por ir hacía un conocimiento mutuo, sino apenas plantea la imposibilidad del encuentro. Cortazar cree que es su cuento más erótico, y la ereccion que me produjo lo confirma. Me gustan las historias que terminan produciendo algún cambio físico, una lágrima, una sonrisa, un dolor en la boca del estómago, ansiedad, palpitaciones (que palabra de abuela más linda) o una simple y saludable erección. Para quienes no hayan leído estos dos cuentos: El perseguidor y Señorita Cora, quedan altamente recomendados y si se atreven a leerlos o a releerlos (cronopios avezados) me gustaría saber qué piensan o más bien, qué sintieron con ellos.

No sé por qué escribí esto, pero ahí está, es mi ejercicio semanal de escritura. Para los que piensan que soy ñoño, una prueba más.

lunes, julio 17, 2006

Autor inefable, osea indescriptible, osea raro, osea no comercial, osea, en verdad cree que le pueda interesar?

He debido hacerlo antes, pero el mundo moderno: el msn, los chats, la tv, el tráfico, las horas pico, los celulares, lo bancos, las filas, las esperas inocuas y la simple pereza me lo impidieron. Pero como reza el dicho popular, más vale tarde que nunca.

Se trata de un cantautor (así les llaman a los que además de cantar dicen algo, y así se hace llamar Alberto Plaza, aunque no se sepa qué dice), compositor, pianista, guitarrista, humorista, escritor, comentador sardónico y lúcido de la vida contemporanea, y genial personaje, que gracias a una charla de hace mucho, cuando estudiaba composición, y una amistad reciente, cuando me hacía el monitor, conocí. Su nombre es Leo Masliah, es uruguayo y acá les doy un abrebocas en forma de cuento, para que lo conozcan, se rían y le contagien su risa a otros y otras.

(El link a su austera pero sustanciosa página ya lo encuentran ahí al lado)


ACLARACIÓN DE FIRMA

Tanta especulación sobre los nombres de Dios, tanta cábala...tantas inútiles condenas a los que pronunciaban en vano un nombre equivocado... hasta que por fin “Dios” se decidió a salir de su ostracismo nominal. Esa noche apareció, perfectamente visible desde casi todo un hemisferio de la Tierra, y trazada con polvo interestelar sobre el firmamento, la firma del Altísimo. Algunos sabios dicen haberla descifrado. Otros aguardan, angustiados, que aparezca la aclaración de firma.

Este cuento fue sacado de una página web, pero pertenece al libro "Carta a un escritor latinoamericano(y otros insultos)" (Ediciones de la Flor, Argentina, 2000).

martes, julio 11, 2006

Maycol Nimio, Felipe Vidrio, Esteban Reino, Juan Chiclets y el final mínimo










































Qué más puedo decir. Los discos que compraba compulsivamente ya no los tengo. Muchos los vendí o los cambié por otros que también vendí, otros los fui regalando. Los de Fito Paez se los regalé a una amiga chelista que ahora anda en Paris cumpliendo el sueño de “nivel” del músico tercermundista y que hace poco pude volver a ver en un concierto del compositor romantico-impresionista tardío: Cesar Lopez. Los de Illya Kuryaki and the Valderramas y Charly García, a mi primo. Y así, ha sido suficiente de nombres.

Cuando empecé a estudiar composición en Los Andes, lo que tenía en mi mente como música contemporánea, correspondía a lo que después, en la clase de historia de Elli Ann Duque, me presentaron como neoclasicismo nacionalista. Es decir muchos de los compositores de principios de siglo, que asustados con los esbozos del dodecafonismo se volcaron al pasado y lo hicieron divertido. Mientras unos iban por el estéril camino de ampliar las posibilidades a partir de la teoría, otros sencillamente escribían sin pensar demasiado. Para eso están los musicólogos y los teóricos, para dar coherencia a lenguajes y estéticas de compositores que si acaso se conocían y que individualmente creían tener una estética y un lenguaje propio, cuando todavía eso era válido en el arte. Por mi parte escuché y compré música de quienes se dice, son los Beethovens y los Mozarts de nuestro tiempo (o así los presentaría una modelo en televisión, dado el improbable caso en que tuviera que hablar de Nono, Berio, Stokhausen, Boulez, o el recién fallecido Ligeti), ahí los tengo, y sólo los cito para decir que no los he vuelto a oír, que lo que ahora me gusta es lo menos teórico, lo menos complejo, la claridad, la reiteración, la contundencia de lo único, la estabilidad, hasta diría que lo obvio y deliberadamente sencillo.

Con los minimalistas no me aburro, y puedo estar horas oyendo las mismas notas que se resisten a ir hacia algún lado, a desarrollarse (ese mal posmoderno) a hacerse “más interesantes”. Me quedo con Reich y su grupo de músicos que nunca han venido por acá (para ver si cambiamos en algo las filiaciones estéticas de nuestros “músicos cultos”, anclados en el limbo estético, en la indefinición, en las ansias de “nivel” que ni siquiera viajando se pegan). Me quedo con Glass y sus teclados, con Adams y su eclecticismo esotérico, con Nyman y sus colaboraciones fílmicas, Arvo Pärt y su sosegada profundidad. Y aunque la música clásica esté muerta, y su prima electroacústica esté relegada a hacer soniditos para películas y efectos musak en restaurantes asiáticos, puedo decir que aún me encanta la música, una sola, la que se hace en este mundo.

Y terminé por hablar más del Richard, a Xenakis, ni siquiera lo nombro, será porque conozco más al primero.

martes, julio 04, 2006

De desfiles y orgullos

El siguiente escrito es un paréntesis al árticulo de mi relación con la música, el cual se encuentra en receso.

Camino a casa, desde el Carrefour de la 170 (único lugar que tenemos los que vivimos por esta zona para hacer eso que hacen los citadinos: comer en restaurantes, tomar capuchinos y expresos, cortarse el pelo, enviar correspondencia, o simplemente buscar algo en la zona de rebajas, aunque no se tenga plata para nada) estuve pensando en el enfoque que debía darle a lo que me dispongo a escribir. Y si bien, es apenas natural que un escrito provenga del análisis, del tiempo muerto; no es habitual que me haga tantos cuestionamientos para escribir.

El domingo pasado se celebró a fuerza de imposición y arrojos personales, una marcha más por la séptima con motivo del día del orgullo gay. Según cierta información de prensa, cerca de 10.000 personas marcharon. Era un grupo heterogéneo de homosexuales o simpatizantes (bisexuales y heterosexuales), donde cabían desde la reina seleccionada para miss travesti internacional, hasta desprevenidos espectadores, atraídos por el colorido y la alegría (gaiety) de los participantes. Hasta ahí, si estuviéramos en San Francisco o Nueva York, no habría nada más que agregar. Pero no es así, estamos en Colombia, un país extraño y violento, donde con frecuencia, la insensatez, la corrupción y la ley del que más tiene y más balas dispara por minuto, terminan por sustituir a los valores de un estado social de derecho; las palabras justicia y democracia son reemplazadas por fuerza y poder. En este contexto, no es de extrañar que un simple desfile de un grupo minoritario por reivindicar sus derechos y su posición en la sociedad, cause tal derroche de sandeces, como las dichas en el foro del tiempo con motivo del artículo que comentaba el desfile, y reviva ese espíritu de país morrongo, de fundamentalistas del horror y la estupidez, que cada tanto aparece cuando de pisotear derechos se trata.

Pero ese ímpetu iracundo con el que nos lanzamos contra gente que ni conocemos ni queremos conocer se lo aplicamos a todo, y por nombrar sólo un ejemplo reciente, recuerdo que Daniel Samper, el columnista y escritor, en época de campaña fue bombardeado con correos donde de la manera más ofensiva y violenta (en lo que las palabras pueden ofrecer a la violencia) se le cuestionaba y descalificaba por su posición política. Y aclaro que es prudente y necesario que se cuestionen las posiciones de quienes tienen el poder de opinar para millones, pero no de la manera en que se hizo, pues aporta sólo odio y confusión. Yo mismo fui objetivo de ese bombardeo, cuando me dio por responderle a una señora que desvirtuaba la información de una cadena contra Uribe, diciendo que todo era falso. Le escribí diciendo que tal vez no todo era falso, y que apoyar a alguien no significa creer ciegamente en sus actos y no cuestionarlos, por principio. La señora me respondió con varios mensajes insultantes en un lapso de pocos minutos. Por supuesto puse su correo en indeseados y le escribí un último mensaje diciéndole que no quería que me escribiera una sola vez más. Mi intensión de tener un dialogo con esa señora se fue literalmente para el carajo. Al parecer las personas de bien de este país no quieren tener que ver con nadie que no piense y actué como ellos. Lo importante es que vamos p’adelante, así no tengamos la más mínima idea de qué quiera decir eso, si adelante hay un abismo o una muralla o un desierto... (pero no pienso alimentar más semejante metáfora tan simplista).

Leyendo los comentarios del foro, parece que en vez de hablar de personas, se hablara de desechos putrefactos. Es evidente que una persona que se atreva a confesar lo siguiente: De solo imaginarme dos varones en la intimidad me voy en vomito.... Que porqueria, que asquerosidad, Tiene un problema que no tendría por qué trascender más allá de la esfera privada, y , mucho menos convertirse en posición ética o moral, de ser así, se estaría confundiendo la opinión ignorante y fóbica de alguien, con una toma de consciencia frente al otro, con un interés general. Otro comentario de alguna señora de bien un tanto mal hablada dice: Nuestro cuerpo Dios nos los hizo perfecto, cada cosa tiene un servicio....y estos homosexuales le dan dos servicios al kulo y dicen que de tanto usarlo para el sexo se les agranda y muchos pierden el aguante que viven kagados. No pienso comentar la parte teológica, pero sí el hecho de que un tabú, como el sexo anal, termine siendo junto al SIDA, la causa exclusiva de muchas misivas en contra del homosexualismo. Aún hay mucho miedo, desconocimiento y falta de interés por comprender otras realidades. Pero no pretendo seguir alimentando el odio destilado de esos mesajes, sólo sacar dos de los muchos comentarios allí escritos, no los más violentos e hirientes, tan sólo los de un par de personas del común que se atrevieron a poner lo que pensaban al respecto y que entiendo, comprenden una franja de la opinión importante, la que ha impedido que se creen leyes más modernas respecto al tema en el país y la que ignora o no se escandaliza con la noticia de que desde el 2000 al menos 60 personas hayan muerto por ser homosexuales. Cosas más importantes hay que arreglar, pensarán. Plata para esos desfiles es despilfarro, hay cosas más urgentes, dirán.

Pero entonces qué hacer ante una opinión pública desinformada, con miedo, indiferente, altamente influenciable por los dictados de un pastor o un cura con ínfulas de protector de la moral nacional (si es que eso existe), o un presidente- papá- decimonónico, que llama al sexo gustico, y lo aconseja sólo después del matrimonio. Francamente no sé. Lo único que puedo aconsejar es que quienes sean homosexuales lo sean más allá de una marcha inocua, lo sean en sus trabajos, en donde estudian, lo sean en el supermercado y en las panaderías, en los estadios y centros comerciales, en la televisión y el gobierno, con sus familias y amigos, lo sean día a día en toda actividad, no sólo en los saunas y videos porno, no sólo en bares y discotecas. Pocas personas se atreverían a escribir lo que leí en el foro si supieran que hablan de su hermano, de sus hijos, de su amigo, de su compañero de trabajo, de su padre o madre, de quien les arregla el carro, de su profesor, de quien canta su canción preferida o de quien leen memorables prosas. Así todos nos daríamos cuenta que serlo es una condición u opción tan intrascendente en el interés general como la de tener los ojos amarillentos o ser vegetariano. ¿Nadie haría un desfile para demostrar su orgullo por tener los ojos de tal color o por que no le gusta la carne, o si?

Terminé por darle un tono trascendente y serio, aunque bien hubiera podido escribir a lo Vallejo, mandando a todos a la mierda y cagándome en cuenta cosa cree la gente, o desde una posición que me involucre más a mí y me incluya como víctima. Pero preferí evitar el patetismo, aunque algo de remanente hay, ustedes disculparán. Pero bueno, quería salir de esto antes de ponerme a terminar lo de mi relación con la música.

domingo, julio 02, 2006

Extraños vínculos


Alfred Brendel

Ese año decidí estudiar música, y como la situación económica en mi casa había mejorado considerablemente, me matriculé en el programa juvenil de la Javeriana. Seguí escuchando rock, sobre todo en español, y comprando discos en cuanta tienda encontraba. La plata que me daban para pagar la ruta del colegio, la gastaba en discos, lo que me sobraba en busetas y buses que me llevaban del colegio a la casa, y así, sin que en mi casa se enteraran de nada, pasé varios años hasta terminar el colegio. La plata de la ruta me alcanzaba para un disco mensual. Si no estoy mal costaban en promedio 15.000. En la javeriana empecé a tocar en ensambles de jazz, y con timidéz me aventuré a comprar discos de esa música improvisada y liberadora. Mis gustos habían cambiado considerablemente, en la clase de piano quería montar Stravinsky y Bartók. Lo de Stravinsky mi profesora de entonces ni siquiera lo consideró, para eso no estaba preparado, pero Bartók por fortuna pensó en todos, no sólo en los grandes solistas, y compuso música para todas las etapas de la enseñanza musical; desde monofonías modales, hasta obras sinfónicas de complejidad ostensible. Eso sí, siempre interesantes y atractivas. Tal vez fue esa profesora a la que le dije que quería ser como Richard Clayderman, la que me introdujo sin que yo fuera consciente, en las armonías poco infantiles de compositores que desde Polonia hasta Rusia hacían de las suyas con los oídos jóvenes, retándolos a la disonancia como color, como presencia autónoma, no como mero paso entre consonancias.

Un libro que ella llamaba “de los gatos” por su carátula amarilla con un dibujo expresionista de dos gatos sobre un teclado, fue el culpable de mi desviación estética, desviación que ahora sé, fue permanente. Era un libro en ruso de enseñanza infantil, con lindas ilustraciones para cada pieza y extrañas composiciones alejadas de lo que podríamos llamar “infantil”, nada alegronas ni insulsas, como estamos acostumbrados a imaginarnos la música para niños, sino por el contrario, enigmáticas y reflexivas. Si fue por eso que dejé de admirar al Richard, pues muchas gracias, me salvaste de ser sordo.

Mis primeros discos de música clásica los compre en el recién inaugurado TOWER RECORDS de Andino. Fueron dos: tres cuartetos de Bartók tocados por el Julliard Ensamble (esa frase esta como pa Les Luthiers) y tres sonatas de Beethoven tocadas por Alfred Brendel. Sin saberlo compré grandes versiones. En el de Bartók hay una interpretación magistral del sexto cuarteto, mi preferido y que luego, en un libro de Cortazar, encontré también era el preferido de él. Todos sus movimientos empiezan con la misma melodía visceral, aunque transpuesta o variada. En el de Beethoven, sus tres primeras sonatas, todas maravillosas, dos de ellas inusualmente largas y complejas para la época.

Otro factor que me cambió mucho la perspectiva de la música fue la visita de un italiano hippie a la casa. Gracias a él conocí a King Crimson, Bjork, Jefferson Airplane, Soft Machine, y discos de The cure poco escuchados. De él no sé nada ahora, pero le agradezco igual su influencia.

La emisora de la radiodifusora nacional, con su carga de buenas propuestas entró en escena y varios programas especializados de emisoras comerciales, como los de Andrés Durán y Alvaro Marín, en 88.9 (ahora vallenata), el del pirata en la mega, y en emisoras culturales, como los de la javeriana con Garay en la programación, me incitaban a querer escuchar más, más allá de lo que las escuálidas radios comerciales suelen dar de alimento a nuestros oídos. Todo este panorama particularmente rico y que ahora extraño, hizo que me formara un gusto singular, casi siempre alejado de las modas, anacrónico, terco y experimental. ¿Qué será de esa profesora que me torció el camino inmaculado del rubio pianista y su blanco piano? No tengo la más remota idea, pero le debo mucho.

Ya me está cansando este escrito, creo que haré otra entrega y no más, hay temas de los cuales quisiera escribir con premura, pero me enfrasqué en esto y ya tengo que terminarlo, sea como sea. Aunque me gustaría estar escribiendo sobre Garavito y el pantallaza de Pirry, sobre las condiciones de vida al sur de la ciudad, sobre el artículo de arte que leí en UN periódico, donde de muy elegante manera, el autor concuerda conmigo en su visión de las tendencias “populares” en el arte colombiano actual. En fin, varias cosas en el tintero de ceros y unos con el que escribo.

Retrato medio cubista de Bartók