martes, julio 11, 2006

Maycol Nimio, Felipe Vidrio, Esteban Reino, Juan Chiclets y el final mínimo










































Qué más puedo decir. Los discos que compraba compulsivamente ya no los tengo. Muchos los vendí o los cambié por otros que también vendí, otros los fui regalando. Los de Fito Paez se los regalé a una amiga chelista que ahora anda en Paris cumpliendo el sueño de “nivel” del músico tercermundista y que hace poco pude volver a ver en un concierto del compositor romantico-impresionista tardío: Cesar Lopez. Los de Illya Kuryaki and the Valderramas y Charly García, a mi primo. Y así, ha sido suficiente de nombres.

Cuando empecé a estudiar composición en Los Andes, lo que tenía en mi mente como música contemporánea, correspondía a lo que después, en la clase de historia de Elli Ann Duque, me presentaron como neoclasicismo nacionalista. Es decir muchos de los compositores de principios de siglo, que asustados con los esbozos del dodecafonismo se volcaron al pasado y lo hicieron divertido. Mientras unos iban por el estéril camino de ampliar las posibilidades a partir de la teoría, otros sencillamente escribían sin pensar demasiado. Para eso están los musicólogos y los teóricos, para dar coherencia a lenguajes y estéticas de compositores que si acaso se conocían y que individualmente creían tener una estética y un lenguaje propio, cuando todavía eso era válido en el arte. Por mi parte escuché y compré música de quienes se dice, son los Beethovens y los Mozarts de nuestro tiempo (o así los presentaría una modelo en televisión, dado el improbable caso en que tuviera que hablar de Nono, Berio, Stokhausen, Boulez, o el recién fallecido Ligeti), ahí los tengo, y sólo los cito para decir que no los he vuelto a oír, que lo que ahora me gusta es lo menos teórico, lo menos complejo, la claridad, la reiteración, la contundencia de lo único, la estabilidad, hasta diría que lo obvio y deliberadamente sencillo.

Con los minimalistas no me aburro, y puedo estar horas oyendo las mismas notas que se resisten a ir hacia algún lado, a desarrollarse (ese mal posmoderno) a hacerse “más interesantes”. Me quedo con Reich y su grupo de músicos que nunca han venido por acá (para ver si cambiamos en algo las filiaciones estéticas de nuestros “músicos cultos”, anclados en el limbo estético, en la indefinición, en las ansias de “nivel” que ni siquiera viajando se pegan). Me quedo con Glass y sus teclados, con Adams y su eclecticismo esotérico, con Nyman y sus colaboraciones fílmicas, Arvo Pärt y su sosegada profundidad. Y aunque la música clásica esté muerta, y su prima electroacústica esté relegada a hacer soniditos para películas y efectos musak en restaurantes asiáticos, puedo decir que aún me encanta la música, una sola, la que se hace en este mundo.

Y terminé por hablar más del Richard, a Xenakis, ni siquiera lo nombro, será porque conozco más al primero.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonito Glass,es una maravilla.
Jamas me gustó el piano phase de Reich.

Jeje escuchó el violin phase?

J. dijo...

Me gusto mucho esta serie. Arvo Part...que bonito...

Gracias por el link.