martes, noviembre 01, 2005

La historia de una posible perdida, de nuevo en un centro comercial, lugar de muchas vivencias posmodernas

Ya se percatarán de la similitud de este texto y otro publicado hace poco, en esta misma pagina. Los dos nacen de una anecdota, algo que efectivamente ocurrio, y en el mismo viaje. Sólo hoy caí en la cuenta de esa curiosa coincidencia, vivida como tragedia, con las luces delumbrantes de un centro comercial como fondo.

Memorias de lo intangible

Era la primera vez que nos encontrábamos solos descubriendo ese mundillo global, que se nos presenta siempre con la cara de un centro comercial. Esta vez sería en un suburbio londinense adonde mi tía fue a vivir una vida de mierda (sólo el parentesco casual y a mi parecer inoportuno la une a mi padre, y de mi padre pasa a mí, y de ahí a que yo la pueda llamar mi tía, aunque nada de ella sea mío, aunque nada de ella quiero sea mío) era ese el lugar equívoco que escogieron para darnos la bienvenida, que nunca fue bien recibida. El centro comercial se erguía impávido en esa calle atestada de gente presurosa, viviendo de afanes comerciales, está vez impulsados por el sentimiento vacuo de la navidad. Estábamos mi mamá y mi hermano, mi tía, su engendro (se supone es su esposo) y ese hijo autista que tienen. Ellos con caras de no pertenecer, de incomodidad, de malvivir; y nosotros saboreando el sentimiento ambiguo de estar en otra parte, de ser intrusos en un lugar precariamente similar a otros que ya conocíamos, con la compañía indeseada, pero el convencimiento de que no importaba, si no fuera por ellos estaríamos en un hotel viendo pasar las horas frente a la pantalla. Mi opción fue huir con mi hermano, claro que para ellos no era una huída, era solo un capricho de adolescente. Mi madre se resignó a perdernos por unos momentos, confiaba ciegamente en mí. Me fui con mi hermano a buscar qué hacer en ese lugar, sabiendo que todo estaba planeado, que no tenía mucho que hacer allí, aparte de entrar a una tienda de discos y perderme en la fascinación que me produce la música. Mi hermano tampoco tenía muchas opciones, no entonces, no en ese lugar. Lo dejé en una tienda de juguetes que parecía prometedora, como mi tienda de discos. Él volvería a mí o yo iría hacia él, detalles que no quisimos delimitar porque siempre respondíamos a un llamado primordial más efectivo que la palabra y el acuerdo, el conocimiento visceral del otro era nuestra mejor arma, siempre terminábamos encontrándonos. Por eso salí rápido de aquella tienda, me deshice del centro comercial y caminé sin rumbo, lo que buscaba estaba en otra parte. Las librerías siempre eran una buena opción, estando solo podría mirar libros de fotografía a mi antojo, los libros inofensivos y los que me perturbaban, los de paisajes y ciudades y los de cuerpos de hombres desnudos, que en ese momento eran una obsesión. No tardé en encontrar algo interesante. Observaba de reojo el pesado libro que escogí, repasando sin detallar cada cuerpo y alternativamente cada persona que pasaba cerca, los creía enemigos. El tiempo se me iba en esas situaciones, pero confiaba en mi hermano, como mi madre confiaba en mí. Salí con dificultad de la librería, queriendo ver más, como si presintiera que no serían muchas las oportunidades de hacerlo, pero el encuentro con mi hermano era más importante, él era un niño y no me perdonaría que le sucediera algo, veía la culpa apoderarse de mí, aunque fuera sólo un pensamiento. La cita, que nunca fue cita la presumí en la tienda de discos, donde entré y busqué. Mi hermano no estaba. La segunda opción era la tienda de juguetes, el instinto fraterno empezaba a defraudarme, tampoco estaba allí. Creo que recorrí esas dos tiendas y el trayecto que las separaba unas diez veces en un tiempo que se me hizo eterno. ¿Dónde estaba? Las cosas que se le pueden pasar a uno por la cabeza en esas situaciones suelen ser perversas, esta no fue la excepción. Subí a otros pisos, buscando nuevas posibilidades, tal vez otras tiendas que pudieran interesarle, en las cuales fuera fácil perder la noción del tiempo, como yo en mi librería, pero mi hermano no era así. Fui a baños, restaurantes, cinemas, tiendas de ropa, de juguetes, de estupideces varias, tal vez útiles para otros, pero para mí un obstáculo insalvable en la carrera para encontrarlo. Decidí, como última opción, acudir a mi madre, que estaba viendo ropa con los seres esos en otra parte. Tampoco fue fácil encontrarlos. Los divisé caminando de tienda en tienda, viendo cosas que jamás comprarían. Me sentí aliviado, levemente aliviado. Mi madre no espero a oírme, lo entendió todo con mi expresión, que para entonces debía ser de cansancio, culpa y temor. Cómo no se me ocurrió que sería peor, que ella no sabe controlarse, que las lágrimas le vienen del útero, que es aún más pesimista que yo, que nada mejora si se le dice a mi mamá. Si la búsqueda había sido angustiante, hasta ese momento, empezó a ser insoportable. Mentí, dije que nos habíamos quedado de ver en la tienda de juguetes, me sacudí la culpa y la hice más grande, más mortificante. Un policía pretendió ayudarnos, los balbuceos de mi madre eran ininteligibles y la ayuda de los engendros no mejoraba en nada la situación. Volví a la tienda de discos, impulsado por eso que había perdido. Mi hermano estaba ahí, solo y tranquilo, ignorando la tragedia que yo arrastraba. Sonreí y fui feliz con su presencia. Estaba enojado conmigo, el sabía que había sido mi culpa, que siempre estuvo ahí, esperando a que yo llegara, que yo era el perdido. Mi mamá podría tranquilizarse y todo sería una anécdota más del viaje. En el trayecto a las casa de los engendros, viendo esos paisajes ajenos a través de las ventanas del auto alemán del esposo de mi tía, la situación se nos hizo cómica, y reímos de ella, claro, mi hermano estaba ahí, y podía tocarle la cabeza, verlo reír y ser felices de nuevo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Señor Don Irving, me parece muy bello tu anecdotario, pero quiero mas ficción, deseo que sigas subiendo la escalera y logres abstraer mas alla de tus narices. Tu narrativa es buena poro el drama aun no aparece.

Si en algo te molesta mi "franqueza"...

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con "el que nunca logrará...". Pero vas muy bien! De pronto para lograr abstraer... armar más la estructura, y componer personajes no tan idénticos a tí mismo y los seres más inmediatos.

Anónimo dijo...

Creo que el problema no es de más o menos ficción, me gustan las anécdotas, pero por más que digan que todavía eres tu en ellas, a mi me parece, por el contrario, que juegas a ser otro... Como si tuvieras miedo de ver más allá de los hechos que te formaron. En algún lugar escuché que lo más importante en cierto método de actuación no quien es o como es el personaje, sino, que lo mueve. Que te mueve a ti?(Volver a un punto cero, donde todos somos el mismo...)