jueves, diciembre 15, 2005

Un cuento más, les debo entregas del otro, pero es que estas cosas me salen más facil













COMO EN LAS PELÍCULAS


Después del peaje no tuvimos mucho para decirnos. Carlos parecía estar entrando en el mundo de Morfeo y mi hermano a duras penas abría los ojos para comprobar que la lluvia no cesaba. Con una voz queda y lejana acertó a decirme que no fuera tan rápido. Me gusta manejar rápido. Desde que aprendí, he asustado a mí mamá por la manera en que lo hago. Pero con ellos, en su estado de somnolencia, podía hundir el acelerador sin preocupaciones ajenas, sólo las mías. Porque aunque sea un corredor incorregible tengo mis miedos, sobre todo con esa lluvia que resonaba en las latas del carro como si fuera una lluvia de meteoritos lo suficientemente pequeños para no hacerle daño al carro, pero lo suficientemente grandes para provocar un ruido espantoso, que nos obligó a dejar de hablar.

Los vidrios estaban tan empañados que tuve que abrir la ventanilla, sin importar que la lluvia entrara con toda su fuerza y me mojara el brazo y la pierna. Pero no sólo a mí me cayó agua. Carlos desde atrás se despertó sobresaltado y mojado por el chorro de lluvia que en los bordes de la puerta parecía juntarse para formar un único arroyo, que golpeaba justo donde él había recostado la cabeza. Estaba asustado. Yo también lo estaba, la visibilidad era muy poca y la lluvia parecía arremeter con más violencia cada vez contra el vidrio, haciendo que el ritmo frenético de los parabrisas no fuera suficiente para despejar toda el agua. Mi hermano también se despertó asustado, pero ninguno me dijo que me detuviera. Y no pensaba hacerlo, si no fuera por lo que creí ver a un costado de la carretera: un cuerpo tirado.
-¿vieron lo que yo vi?-
-Me temo que si- respondió mi hermano.
Carlos se había colocado entre los dos asientos delanteros, apoyando cada brazo sobre las cabeceras.
-si, yo también lo vi- dijo.

No iban tan dormidos como pensaba. Bajé la velocidad y Traté de orillarme para detener el carro. Las luces de un camión desbocado iluminaron fugazmente nuestras caras a su paso. Pude ver los ojos de Carlos a través del espejo retrovisor, se veía tranquilo. Mi hermano en cambio no ocultaba su temor. Nadie me dijo nada cuando decidí volver.

Mi hermano cambió la canción que sonaba y se detuvo en una que siempre escuchaba mientras se bañaba en su cuarto. Teníamos un disco de los smiths, a todos nos gustaba esa banda. Era extraño, pero los acordes insulsos de la guitarra, mezclados con esa voz profunda de Morrisey, encajaban con la situación de una manera que se me antojó cinematográfica. En efecto, me sentía como en una película.

Desde el momento en que lo vi hasta cuando decidí volver, sin saber bien para qué, había pasado un buen trecho de carretera, que de vuelta se me hizo más largo. Cuando lo vimos de nuevo, esta vez del otro lado, me empezó a arder la boca del estomago, como cuando vi a ese señor hecho un muñeco paliducho, en la sala de espera de urgencias de alguna clínica, una vez que Carlos enfermó.

Detuve el carro de nuevo, unos metros adelante, donde no hubiera peligro de que nos arroyara un bus o un camión de esos que a esa hora le coquetean a la muerte. Puse las luces de parqueo.

Fui el primero en bajar, después de cerrar la ventanilla y apagar el carro. La lluvia había menguado, pero ya importaba poco, estaba con medio cuerpo empapado y la otra mitad ridículamente seca. Esperé a que salieran y cruzamos juntos la carretera.

-no sé si esté bien, mejor devolvámonos y llamemos a la policía, ellos sabrán que hacer- dijo mi hermano con la voz entrecortada.

-no, ya llegamos hasta aquí, lo hubieras dicho antes, antes de devolvernos, ahora terminemos esto que empezamos- le dije, con una voz no menos entrecortada.

-si el tipo está muerto, lo dejamos y volvemos como si no hubiéramos visto nada, y si está vivo, y es un simple borracho, le ayudamos, para evitar que termine atropellado por un camión, no sean tan bobos- dijo Carlos, como obligado a decir algo, pero esta vez con una voz que no le había escuchado antes.

Aunque atravesamos corriendo la carretera, nuestros pasos se fueron haciendo pesados a medida que nos acercábamos al cuerpo. Cuando estuvimos ahí, a su lado, supimos que no fue buena idea devolvernos.

Como pudimos arrastramos el cuerpo fuera de la carretera, a pesar del asco que nos dominaba. Tuve que respirar profundamente para evitar el vómito, mi hermano no lo pudo contener. El cuerpo estaba en un estado deplorable, muy distinto al de ese señor de urgencias. Este no era un muñeco paliducho, era un humano en descomposición.

De vuelta en el carro, con las notas de los smiths contaminándolo todo, no me sentí más en una película. La lluvia cesó, pero el dolor en cambio continuaba, se hacía más definido, más mío.

Mi hermano se sentó atrás y miraba hacia fuera con la cara recostada en el vidrio, yo lo monitoreaba desde el espejo. Carlos, ahora a mí lado, estaba distante. Volví la cabeza hacia él y suspiré inesperadamente, él pareció notarlo. Puso su mano sobre la mía, que estaba en la palanca de cambios. Estaba fría, la mía también. Aceleré sin mirar adelante. Supe que podía volver a ir rápido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se nota que estos relatos le salen fácil. Éste quedó bien escrito y se percibe la naturalidad de la narración, con un momento de bastante tensión que, después de resuelto, todavía permite conservar como una tensión emotiva que sólo se relaja en la sutil mención del momento final. Sin embargo el cuento termina pero el viaje sigue, creando una sensación de continuidad que le da vitalidad al ritmo del relato. Bravo Irving!