domingo, octubre 23, 2005

Un relato, algo que se lee como cuento, pero que efectivamente sucedió, en la bizarre capital francesa

EN EL CENTRO COMERCIAL

Entramos al centro comercial después de haber estado merodeando por La Défense. Teníamos tanta ropa encima que parecíamos visitantes plutonianos tele transportados a un mundo futurista en medio de la isla parisina. Mi mamá no dejaba de preguntarme por el mapa que nos regalaron en el metro, y yo, después de haberlo buscado infructuosamente en la infinidad de bolsillos de la igualmente infinita cantidad de ropa que me abrigaba hasta la asfixia, le dije que lo había perdido. Mi mamá hizo un gesto indefinible y buscó algo en las vitrinas.

No sé en qué momento terminamos metidos en una tienda enorme de perfumes, con mi mamá extasiada mientras una señorita vendedora intentaba entender lo que por medio de un histrionismo más patético que cómico le pretendía comunicar mi mamá, en lo que en últimas era sólo un afán de consumo irreprimible, que no entiende de barreras idiomáticas. Al ver la desenvoltura materialista de mi mamá resolví salir con mi hermano y buscar algo más entretenido. Nos bastó poco tiempo para definir que queríamos hacer; mi hermano se fue a una tienda de videojuegos y yo a una librería, acordamos una hora y un punto de encuentro y nos separamos.

Al rato me reuní con mi hermano en la tienda de videojuegos que se encontraba cuatro niveles más arriba de la librería y desde la cual se divisaba la perfumería. Bajamos un nivel y entramos en la perfumería pero mi mamá no estaba. La señorita que la atendió, al verme se acercó y me dijo en un pésimo pero sorprendente español que mi mamá había salido y que pronto volvería. Subimos de nuevo a la tienda de videojuegos y desde allí esperamos atentamente a que volviese, él jugaba Nintendo y yo no quitaba la vista de la perfumería. Pasaron varios minutos y la espera se hizo inquietante. Mi hermano salía y entraba de la tienda de videos y no dejaba de maldecir por la estupidez de mi mamá, entre tanto yo me preocupaba en silencio.

El centro comercial proseguía en su normalidad. Pasaba el tiempo y mi mamá seguía extraviada de manera algo inexplicable. Cerraron la tienda de perfumes y paulatinamente se empezaba a vaciar el centro comercial mientras mi hermano y yo esperábamos sentados en el suelo del corredor donde se encontraba la perfumería, con algo de temor y rabia en nuestros rostros, con la sensación de que si no volvía, probablemente algo terrible le sucedería en medio del invierno parisino, pero sobre todo en medio de los parisinos.

La espera se hizo insoportable y echamos a andar por todo el centro comercial en una búsqueda nerviosa y desordenada. Las vitrinas y sus decorados navideños pasaban inadvertidas mientras nos dábamos cuenta de lo enorme y laberíntico del lugar. Mi hermano empezó a llorar y yo no pude evitar seguirlo.

Caímos exhaustos al suelo junto a unos teléfonos públicos y desde allí vimos a mi mama acercarse lenta y confusamente por el pasillo impoluto del centro comercial.

1 comentario:

Anónimo dijo...

debo confesar mi no uso , o mejor uso casi nulo del sistema que hace orgullo a los bogotanos; para luego continuar mi confesión diciendo que en mi situación, a mamá y papá les parece horrible sentirse sin aire y demasiado junto/estrecho a gente desconocida. compartir minutos de vida con rostros ajenos a la memoria no es tan malo. la ciudad y la vida no puede construirse por los discursos bonitos de los de arriba. no está bien q bogota por ser mas cosmopolitan destruya el cartucho y desvisualice a sus habitantes... los desplazó dentro de una ciudad que colapzara de humanos.. de ciudadanos y gente nueva, de desplazada, y de extrajeros q ven oportunidades de drogas faciles y las pobres gentes de la calle q se les ignora y vive en el sereno cruel de las calles de una vez mi atenas sudamericana...