domingo, octubre 23, 2005

Una crónica que habla de la imposibilidad de hacer una crónica un día de la madre, con notas de pie de página y todo.




EL OTRO VIAJE

Excusa en forma de prólogo

La idea me vino mientras leía Cortazar, en ese viaje único y absurdo que se tradujo en un libro exquisito, como toda buena receta cortazariana llamado: Los Autonautas de la Cosmopista o un viaje atemporal Paris- Marsella, en donde se intenta encontrar la autopista paralela que une estas dos ciudades, esa que es mucho más que una autopista que nos lleva de un lugar a otro a velocidades inauditas (fantasía de todo conductor bogotano acostumbrado a los atascos y trancones propios de nuestra particular manera de desarrollarnos) la que a manera de campo de concentración encierra a un numero incierto de conductores en el trazado unidireccional del pavimento y los lleva desbocados a querer encontrar la salida . Lo mío sería partir de allí, pero buscando encontrar otra cosa, haciendo un viaje desde el Portal Norte hasta el Portal Usme en Bogotá, que es uno de los puntos más al sur de la ciudad. Siguiendo así la idea de bipolaridad propuesta por Cortazar, que hace que un viaje Paris –Marsella signifique también un viaje por dos francias distintas, la del Norte y la del Sur, unidas por un artificio de la modernidad, orgulloso de su hermetismo y su seguridad, pero que difícilmente entrevé la magnitud de su osadía. En Bogota sucede lo mismo, hay dos ciudades que hasta la construcción del transmilenio,[1] solo estaban unidas por el formalismo nominal de la palabra “Bogota”. Mi tarea, si así se puede llamar, es encontrar la Bogotá tras el artificio, que al darle unidad parece negarla, disfrazándola de hermética y segura. Pero como después pude ver, la ciudad va mucho más allá del artificio, y el viaje portal- portal es solo uno de infinitos trayectos, darle una importancia particular sería injusto con los otros, que no por carecer de artificios carecen de gracia.

Momentos previos a la partida, donde no se sabe muy bien si es mejor dormir o llevar una idea boba hasta sus últimas consecuencias

Tenía planeado salir después del almuerzo, pero al parecer Carlos (que para efectos sentimentales llamaré: mapache) tenia otros planes, y frente al piano lo vi materializarlos. Nota por nota de una versión para dummies de la sonata Claro de Luna, se fueron mis esperanzas de salir después de comer. Ya era bastante el tiempo que habíamos perdido en un restaurante (producto de uno de mis interminables caprichos gastronómicos) cuyo personal se las arregló hasta en los más mínimos detalles para hacer de esa experiencia un desastre, espero irrepetible, como para haber seguido prolongando la espera, pero mapache es así, lo único que pude hacer fue dormir por unos minutos al son de su idea de Beethoven, se lo veía tan contento…


De cómo logramos salir en medio de un nubarrón amenazador

El sonsonete de la sonata hizo mella en mi voluntad y dispuesto a acabarlo me levanté y con decisión comuniqué a mapache que si no salíamos en ese instante empezaría un episodio histriónico, como elegantemente le dicen los sicólogos a la histeria, mapache no pareció inmutarse y tan entusiasmado como antes continuó machacando esos ocho compases que le imponían ¡todo un reto musical! Viéndome ignorado bajé de la cama y empecé a empacar lo que creía necesario para nuestro viaje: Una block de papel, un esfero, dos brownies tamaño económico, dos Pony Maltas y la cámara fotográfica. A estas alturas mapache pareció haber entendido y bajó de su idilio musical sin mucho entusiasmo. Fue así que partimos de mi casa a las cuatro y cuarenta y cinco de la tarde, justo cuando una nube que cubría toda la ciudad amenazaba con caernos encima.

Aún no empieza y ya quiero que termine, la idea parece hundirse en silencio

Para llegar al portal[2] del Norte debemos tomar no un alimentador[3], ya que el estudio previo al trazado de las rutas de los alimentadores concluyó que para mi barrio no era necesario el paso de uno, sino un colectivo que por mil pesos nos llevó.

Empecé a experimentar un desánimo tal vez debido al clima, pero la verdad era la idea misma la que me hacía dudar, no le veía futuro, pero resignado me encamine con mapache por entre los vendedores ubicados a los extremos del puente peatonal que suministran lo que el sistema se niega a suministrar en su afán de asepsia y hermetismo casi inhumanos: Alimentos y baños públicos. Claro está que no es labor de los vendedores proveer de baños públicos, para eso está el estado que con amabilidad nos ofrece su territorio y uno que otro capital privado: En un extremo del puente el espacio dejado por la rampa para minusválidos se convirtió en un gigantesco orinal que impregna su acidez a las fosas nasales que osan pasar por ahí, del otro extremo una casa particular decidió hacer un baño de más en su casa para ofrecerlo por quinientos pesos.

Como mapache y yo habíamos presupuestado estas falencias del sistema, y antes de salir tomamos las medidas pertinentes, no nos quedó más que subir el puente y encaminarnos hacia el portal.

Taxonomía y rituales innecesarios

El puente no era el de siempre, no solamente estaba más poblado que de costumbre, sino que sus pobladores se me antojaban distintos. No eran los mismos que me encuentro entre semana cuando vuelvo de clases. Estos eran en su mayoría hordas de humanos agrupados en familias: Hijos, padres, madres, tías, abuelas, en fin, toda la fauna familiar; unos en actitud lóbrega y pesada, como si arrastraran una inmensa red de infelicidades atada a sus cinturas, otros con las caras sonrientes y satisfechas, paseando sus regordetas humanidades como si en lugar de recorrer un puente peatonal que los dirige al portal, recorrieran el sendero almidonado que antecede las puertas del cielo, cual ositos cariñositos. Y claro, estábamos nosotros, mapache y yo, que con ánimo fingido compramos dos pasajes y nos dejamos imbuir en el ritmo atemporal que propone todo sistema de trasporte masivo cuando no se lo mira como un mero artificio, sino como un nicho de desencuentros y soledades que a sesenta kilómetros por hora nos da una vista única de la ciudad.

Una partida sin ceremonias y sus posteriores consecuencias

Entramos al dichoso portal y compramos los pasajes. Después de meditar la ruta a seguir nos metimos en un bus y libreta en mano nos acomodamos en actitud de escritores inspirados esperando atrapar la realidad tal cual es, de manera lucida y sensible, sin demasiados embelecos literarios ni tampoco exceso de parquedad. Mapache en una silla, yo en otra estratégicamente ubicada para poder tener contacto visual con mi fiel compañero de tantas batallas ociosas y así, sin despertar sospechas, intercambiaríamos la información que con rigor científico anotábamos. Apunta de miradas y muecas previamente codificadas nos comunicaríamos.

A mi lado un joven colaboró de manera activa en “la cosa” sin pies ni cabeza que acabábamos de empezar dándome la hora. Dato que anoté a manera de frase proverbial, como si de allí fuera a surgir espontánea la verdad tras el artificio (tal vez esperando que aquello que consideraba una vaga sospecha, fuera en efecto una posibilidad real de entender algo). Los pasajeros que azarosamente decidieron acompañarnos y que muy juiciosos se acomodaron en sus sillas no parecían prometedores, por lo menos eso pensé en aquel momento donde el miedo de saberme involucrado en una mentira no me dejaba ver lo que eran: humanos llenos de tribulaciones de todo tipo, algunos pensativos como yo, otros simplemente lejanos, y otros como mapache, siempre de caza, felices de ser lo que son. Ahí estaba todo lo que necesitaba, pero era muy temprano para saberlo.

El bus articulado número AO68 que partió a las cinco y quince de la tarde del día 9 de mayo de 2004 desde el Portal Norte con destino Portal Usme comenzó uno de los tantos trayectos que tendrá que hacer durante toda su vida encarcelado en la estrechez de un carril de autopista (a lo sumo dos, cuando el espacio lo permite). Yo, en su interior solo esperaba que tras la aparente normalidad con que nos recibió el sistema se escondiera un “algo” que le diera a “la cosa” sentido.

En mi libreta de apuntes empezaron a aparecer letras y números con pretensiones científicas que describían datos tan inútiles como: el número de personas que bajaba y subía en cada estación. De ninguna manera me propuse que fuera de ese modo, pero la esterilidad del panorama y mis ganas de sacar a flote un naufragio inminente me obligaban a hacer algo, por inútil que fuera. Mapache en cambio desde la otra silla parecía gozar de un momento de éxtasis creativo y sin parar de mover su mano me hacía fieros con su sonrisa. Mi hoja entre tanto ostentaba una lista de paraderos y números relacionados con personas que nada tenía que ver con mi objetivo inicial, el de encontrar el transmilenio paralelo, y no solo eso, me alejaba de él.

El tramo hasta la estación héroes, interrumpido por seis paradas, fue tan rápido e improductivo como me lo esperaba, por ser el de todos los días, que a fuerza de haber sido visto, olido, sentido y oído, dejó de producir asombro en mí. De ahí en adelante, las cosas fueron muy distintas a pesar de ser tan familiares. El azar me llevó a posar la vista en el bar La Ilusión; una wiskería[4] maltrecha y olvidada que abre sin proponérselo la brecha social que más al sur es un abismo. Pero las imágenes son reemplazadas rápidamente por otras nuevas, el bus avanza y su paso incesante impone una forma de mirar las cosas, fugaz e intermitente, escasa de detalles y relegada a un solo lado, o izquierdo o derecho. Antes era La Ilusión, ahora la compraventa Suiza, abierta veinticuatro horas según el aviso neon y sin embargo cerrada, como todo en la caracas un domingo que, además tiene el descaro de ser día de la madre. Pero no todo estaba cerrado en La Caracas, las tiendas de mascotas y animales que sí estaban abiertas, poco a poco fueron remplazando a las wiskerias, prostíbulos, bares y universidades que en diez cuadras se aglomeran a lo largo de ambos costados de la avenida conformando una suerte de zona roja universitaria. Las prostitutas llegarán más tarde, cuando la noche se apodere piedra a piedra de la ciudad, y sus hijos hayan terminado las ceremonias respectivas en algún restaurante.

Recuerdos que nunca tuve

Me es difícil pensar en una Caracas distinta, señorial y hermosa, con amplios boulevards cobijados a la sombra de urapanes seculares, y ostentosas mansiones a lo largo de ambas calzadas como la describe Alfredo Iriarte. La que veo hoy es gris y lejana, herrumbrada y en ocasiones maloliente. Llena de edificios decadentes por cuyas ventanas se entrevén los despojos de vidas mal llevadas; trapos secándose, habitaciones descoloridas, rostros melancólicos fumando mientras miran a la calle.

Vínculos inesperados

En la calle 63 se subieron cuatro personajes: Dos hombres, un niño y una mujer. La mujer se sentó con el niño en una silla cedida por algún ciudadano de esos ejemplares, inventados por el sistema, y los dos hombres se acomodaron de pie en la parte del fuelle que articula los simpáticos buses. La escena, aunque típica, tenía algo de particular. La mujer mal maquillada y con ojeras de perro san bernardo no esbozaba gestos ni palabras, parecía un fantasma. El niño estaba riendo y saltando en las piernas de la mujer, debía ser su hijo, y uno de los hombres, mucho mayor que la ella, el padre. La expresión profunda y desolada de la madre al pasar por esos edificios grises me empezó a mostrar los visos de ciudad que invisibiliza el sistema.

En otras sillas, más adelante, un niño y una niña jugaban y hablaban emocionados. Sus padres no estaban cerca o al menos no se hacían sentir. Los noté felices al ver desde la ventana del bus la silueta de Monserrate abriéndose paso por entre los edificios, especulaban sobre lo que veían. Ella decía que era Monserrate, y él decía que no, después se miraban y comunicándose sin palabras parecían entenderse mejor porque se pusieron a reír impúdicamente, provocando estupor en algunos pasajeros, manifestado con miradas juzgadoras y balbuceos ininteligibles.

El verdadero viaje empieza

El recorrido me lo sé de memoria hasta la altura de la avenida Jiménez, lugar fronterizo delimitado por mi memoria, más allá… nunca había ido. Al traspasar mi frontera imaginaria sentí que el viaje hasta entonces empezaba. Mapache experimentaba la misma sensación y así me lo hizo saber descubriendo las similitudes de una iglesia desconocida para mí, con alguna que había visto en Lima. Pero la similitud no terminaba allí; del otro lado se abría ante nuestros ojos una imagen desoladora, lo que es “El Cartucho”, un baldío enorme en pleno centro de la ciudad, donde reposan los desechos de una explosión nuclear, o al menos eso parece. En el centro del baldío unas sombras fantasmales aguardan como si fueran otras piedras de los escombros que alguna vez fueron su hogar. A mapache esto también le recordó a Lima.

De ahí en adelante no me es posible contar todo lo que vi, y solo la más fluida prosa Keruaquiana podría serme útil. Fue entrar con la noche en un mundo de calles medievales, estrechas y oscuras, habitadas por la desolación y el miedo. Montañas de ladrillo y cielos grises, calles ahuecadas y charcos putrefactos. El aire es más pesado y el paisaje carece de verdes, como si los árboles no pudieran crecer en semejante ambiente. Pero no carece de belleza, y en el horizonte, con la llegada inminente de la noche, empieza a verse como las montañas se iluminan, como la ciudad parece hacerse infinita en ese mar de luces, montañas- ola, peces-luz, espuma-ladrillo. De repente nada… un desierto maloliente.

Portal Usme, el fin de nuestro viaje y la excusa final para terminar esta crónica

No diré que nuestro viaje no terminó allí (sobre todo el mío) ni tampoco hablaré del Portal Tunal, donde los niños pasan a través de estrechas rejas para encontrarse con sus madres al otro lado del sistema, tampoco contaré que vi muchos niños, y mujeres embarazadas, ni a una pareja de niños realmente pequeños, cogidos por las manos jugando al papá y a la mamá con un niño de verdad en el vientre de ella, tampoco contaré que me miraron como si fuera un extraterrestre cuando le pedí a mapache que me tomará un fotografía en ese desierto disfrazado de modernidad que es el Portal Usme, ni tampoco que en ese recorrido de tan solo una hora se me abrió la ciudad como una mujer virgen, aunque infinitas veces amada. Tampoco contaré que vi al conductor de un bus observar fijamente hacia algún punto del suelo mientras esperábamos a que se decidiera a arrancar, tampoco contaré que ese mismo bus olía a semen y a pollo, ni que Lima resulto estar mas cerca de lo que creía.

Lo que si contaré es que al bajar de la casa de mapache, para embarcarme de nuevo en un busecito rojo, fui abordado por un personaje de esos fantasmales que merodean la ciudad pidiendo cosas extrañas. Primero intenté esquivarlo, después simplemente lo escuché. Tenía hambre. Recordé que en mi mochila aguardaba un brownie y sin pensarlo se lo ofrecí:
-¿Quiere un Brownie?- le dije.
-¿Qué es eso?- preguntó.
-Es como una torta de chocolate- le respondí.

En su mirada supe que no le agradó mucho mi respuesta y no contento con mi ofrecimiento quiso ir más allá:

- Por qué no me ayuda para una gaseosita más bien quesque tengo mucha sed- dijo suplicante.

Recordé que no solo había un brownie en mi mochila, sino también una botella de Pony Malta y se la ofrecí. Él no cabía en sí de la emoción y con un entusiasmo inusitado me dijo:

- Huyy, eso es loques bien, usté si sabe, que chimba, gracias parce-

Y me dejó ir.

De nuevo en el bus, de vuelta a mi casa, pensé que tal vez no había descubierto nada, que solo me dejé impresionar por cosas que a otros ojos son normales, y que lo realmente importante estuvo en ese último gesto, donde la ciudad no es artificio.
[1] Sistema de transporte masivo adoptado durante la administración de Enrique Peñaloza, basado en la construcción de troncales especiales por las que circulan buses articulados.
[2] Estación que concluye o inicia un tramo dentro del sistema transmilenio.
[3] Buses verdes que acercan a la gente a los portales y a ciertas estaciones intermedias, su utilización nos introduce ineludiblemente en el sistema.
[4] Lugar donde el wisky es muy caro porque se ambienta con desnudistas que por plata extra están dispuestas a prostituirse.

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