lunes, abril 17, 2006

Good morning heartache



















Escucho cantar a Billie Holyday. Está justo en la sala de mi casa invadiendo el espacio con su extraña y cálida voz. Ella me acompaña mientras escribo esto y lo hace todo más fácil.

Hoy me entrevistaron para un programa de televisión. El motivo de la entrevista fue mi último escrito publicado acá. En él hablo sobre mi relación con los buses. También breve y confusamente doy mi opinión sobre una tendencia en el arte bogotano; que ha llevado a las galerías, tiendas de diseño, moda, bares, etc. La cultura popular.

El programa de televisión tratará ese tema y para hacerlo interesante buscaron una voz contraria: la mía. (lo interesante no es mí voz, sino que es contraria)

Con motivo de la entrevista tuve que buscar en http://www.populardelujo.com/ lugar del que saqué el artículo que critico, para ver que pensaba en serio. Pues aunque mi posición allí parece muy clara, se fundaba en una percepción superflua del tema. Estaba hablando mierda. Lo que encontré fue una buena página, que poco tiene que ver con su título. Creo que en un principio quisieron documentar una especie de memoria estética de la ciudad, pero sin duda los aportes de distintas personas han hecho que sea mucho más y que por lo tanto su nombre no corresponda con el contenido o con gran parte de él. Aún así, mi pequeña búsqueda sirvió para afianzar un presentimiento, un malestar al respecto. Les aclaro que sólo sirvió para eso, porque la entrevista fue un desastre: hablé mierda. Pero a todas estas, qué hacía yo, un pianista en formación, opinando sobre las tendencias del arte en Bogotá ¿Dónde están los artistas que deberían ocupar esos espacios? En fin. Allá ellos.

Pasando por encima la precariedad de mis respuestas durante la entrevista muy urbana que me hicieron, agregaré más ideas al respecto por escrito, campo en el que me defiendo mejor. Y quiero poner una cita en este punto de Nabokov pero no la encuentro. Me aventuro igual a decirla de memoria, dice Nabokov de él mismo: “pienso como genio, escribo como autor notable y hablo como un niño”. Yo me siento identificado con lo de hablar como un niño, claro que hay unos niños…

Un día fui a una fiesta de estudiantes de los Andes. Y acá se me ocurre un chiste parafraseando a Nabokov (aprovecho que el disco de Billie se acabó y automáticamente se puso uno de música colombiana viejita). Los uniandinos pagan como en Harvard, piensan como buenos profesionales promedio, y hablan como idiotas. La fiesta era temática, o eso pretendió serlo, el tema: los 80’s. Los que se animaron buscaron en sus armarios y en los de sus hermanos y hermanas ropa de aquella década. Se la pusieron aunque no cupieran en ella y así se presentaron. La fiesta no era nada especial, un montón de ingenieros aburridísimos haciéndose los chistosos, nada más patético. Pero el punto interesante y relevante para este escrito, vino cuando los asistentes empezaron a poner nombres con un marcador negro en pedazos de cinta de enmascarar, para en seguida pegárselos en el pecho, a manera de identificación. Los nombres no eran los propios, sino los sacados de su imaginario de pobreza: Usnavy, habsleidi, Jaider y así… yo les seguí el juego, y puse en mi pecho mi segundo nombre: Ronald. No sé qué buscaban con esto, pero sentí malestar, no por que mi nombre estuviera entre los “chistosos” sino por lo que en su inocente juego plantearon los ingenieros con tan poco humor. Estaban jugando a ser pobres.

Hace unos días fui a un restaurante que dedica sus esfuerzos culinarios e hacer de sus platos una suerte de criollismo sofisticado. Hay envueltos de maíz con salsa de maracayá y helado de vainilla, onces de chocolate con queso y panes boyacenses, y varias propuestas de la cocina vernácula, combinada con elementos propios de la cocina contemporánea. El postre con envuelto de maíz es sin dudas un logro, pero pagar por un chocolate con queso 8.000 pesos, es un robo. Igualmente hay un restaurante de reciente inauguración, dedicado a la cocina colombiana, con precios exorbitantes, a platos que en su contexto son más bien económicos, y hasta más ricos. Pero todo esto hace parte de una tendencia que quiere darle “estatus” a esos productos que llamamos populares, hacerlos válidos para las élites. Ahora un niño bien puede comerse una aguapanela con queso y no sentirse un pobretón muerto de hambre. Está relacionado también con la idea uribista de una Colombia pujante, echada pa adelante, orgullosa de sus particularidades, en suma, una campaña chovinista asentada en un sentimiento vacío respecto a un país, que no tiene en cuenta a la gente, sino sus imaginarios de consumo. Es como si estuviera de moda ser pobre. Obviamente el “ser pobre” pensado desde su estética y gustos, no desde el verdadero significado de serlo, es decir, pagar mucho por serlo, para no serlo.

Otra corriente muy aceptada es la de aprovechar la lengua para agredir “inocentemente”, y resaltar una carencia educativa. Un bar carísimo del norte se llama mailiroldarlin (my little darling). Su nombre es una transliteración, pero una particular, que nos habla de cómo llegan algunos al idioma ingles. No porque sus colegios hayan sido bilingües, ni porque hayan pagado por cursos particulares, sino por la precariedad con que se enseña esta lengua en los colegios públicos. Bien sabemos que asi no se dice ni se escribe, pero es muy play (plei) jugar a no saber, a ser pobre. (El inglés no debería ser la única lengua que se enseñe y ser bilingüe, aunque muchos no lo piensen así, implica hablar al menos dos de las miles de lenguas que hay en el mundo). El nombre de este bar se aprovecha de esa carencia, los ingenieros de la fiesta se burlan de la inspiración que lleva a las personas pobres a ponerles ciertos nombres a sus hijos. Pagar por un tamal 20.000 pesos, nos dice que lo pobre vende.

Hace ya un buen tiempo que no suena Billie Holyday, por eso se me hace difícil escribir.

Creo que las expresiones populares son mucho más de lo que un grupo de niños ricos creen, y que su aprovechamiento no corresponde a una identificación, o a una búsqueda verdadera. Es más un lugar común, una forma fácil de hacer arte y vender.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Cuándo y dónde sale el programa?

Anónimo dijo...

La editorial Random House, con motivo del nuevo libro “Fantasmas” de Chuck Palahnuik, ha puesto en marcha un concurso de relatos. El premio para el ganador son 2.500 €! ¡Anímate a participar y invita a tus amigos ha hacerlo! www.coloniadeescritores.es

¡SUERTE!

Anónimo dijo...
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