miércoles, abril 11, 2007

De cómo un anónimo se arrepiente y aún así no queda conforme

Una bebida en mi mano; siempre algo de licor, no demasiado, el suficiente para sentirme ligeramente distinto, alterado. Miles Davis restregándome su improvisada perfección en cada frase, en cada prodigioso error de su trompeta ronca. Un libro en la otra mano, primero Nabokov desplegando toda su destreza para no decirme nada, y aún así maravillarme, después Caicedo, vivo en cada palabra, intenso, siento su respiración en la nuca, tan agitada como la mía pero irremediablemente más vital. Y entonces se manifiesta, el malestar ataca, me pone en pie y me arrastra hasta el computador, que dormía lastimosamente en una habitación sin gracia. Ni la bebida (aunque aún me acompaña), ni la suerte de melancolía de Miles, pudieron retenerme en ese momento de tranquilidad y equilibrio perfecto. Tenían que venir las palabras a interrumpir, violentas y torpes, como militares de una dictadura buscando pistas en una biblioteca. Y para qué, para no saber qué decir, para estar pensando y repensando cada palabra en esta suerte de estreñimiento retórico? Mierda, qué gran mentira. Hoy hice algo malo, injurié a un desconocido anónimamente, y me importó más la pulcritud de la injuria, su perfecta redacción, que la injuria misma. Es tonto pensar en eso, pero me sentí obligado a opinar y decir mitómano insufrible, a un tipo que vi una sola vez en mi vida, pero que terminó por entrometerse en conversaciones y pensamientos míos, sin proponérselo tal vez, pero incomodando, como todo dios falso. El caso es que ahí estaba el artículo, evidenciando una gran farsa, y ahí estaban sus seguidores ignorantes, ayudando a enturbiar lo que para mí es nítido e indiscutible: que este tipo es un farsante. No tengo pruebas, más que el sentido común y la lógica de marras. Pero aún así no me cabe duda de que la revista miente, que él miente, que sus seguidores creen en sus mentiras, que si no supiera lo que sé, no estaría escribiendo esto. Y entonces dudo de la supuesta integridad de la revista, de sus pomposos periodistas, de su historia intachable. Y qué tal que sí sea lo que dicen es, y sus conciertos cambien vidas, y llamarle maestrísimo sea apenas una mera cortesía al no encontrar palabras para describir lo que hacen sus dedos con el piano. Que tal que sea yo el equivocado, que mi ignorancia me haya dejado ciego y vea tan sólo el santo. Entonces me arrepiento de haber sido tan banal y ligero calificando con denuestos a un pobre tipo que podría ser fácilmente el mejor pianista de Colombia, y por que no, del mundo, del universo, porque si hay reinas universales debería haber también pianistas, y su estrafalario proceder sea el de un genio y no el de un farsante. Busqué en Google, en altavista, su nombre aparecía en dudosos artículos, nada que me dirigiera en la dirección del “loco genial” y no en mi propia versión de esa frase, la de “loca insufrible”. Más tarde vino el comentario de una tal Luz Angela, con quien sé, estudió. Lo ratificaba todo, le daba ánimos y me dejaba a mí sin palabras. ¿Estaba siendo injusto acaso? ¿Su éxito me molestaba tanto como para estar actuando mezquinamente sin sentido de la realidad, impulsado por la envidia y el temor al propio fracaso? No sé aún, pero volví a la página del nefasto artículo que tanta zozobra me produjo y escribí otro comentario, esta vez sin seudónimo, tratando de ser lo menos destructivo posible, como me enseñaron en esa clase aburridísima del colegio que reemplazó a la de religión. ¡Toda crítica debe ser constructiva! Casi un eslogan, un modo de vida, una moral y una ética. Creo haberlo logrado. Salirme con la mía dándole algo de crédito fue posible, como siempre, con artilugios retóricos y falsa erudición. No quedo conforme, quiero verdad, poder opinar sobre lo que digan mis oídos, no aportar más confusión e ignorancia al asunto. En definitiva, bien por él, sea cual sea su logro, y mal por mí. Lancé injurias que dolieron, o más bien, mezclé dos asuntos que no debían estar juntos con esa intención, la de causar daño, y calaron, pues la avalancha de frases reivindicatorias fue superior a cualquier expectativa mía al respecto. Lamento haber mentido, o haber confiado en mentiras de otros, que viene a ser lo mismo. Mas ratifico lo que pienso, y si les parece excesivo todo este asunto, discúlpenme, tenía que hacerlo. Aunque perfectamente hubiera podido quedarme en mi silla, con Miles y Caicedo, alejado del mundo y sus trampas. No fue así, y este escrito es la consecuencia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vi el comentario. Reconocer que se hizo algo mal es bueno, es crecer. Averiguar por qué pasó también me parece importante.

Irving dijo...

Lo unico que no debio ser fue el anonimato, lo demas lo ratifico.

Irving dijo...

El tipo es un farsante, y más qué talento, quienes lo apoyaron vieron otras cosas. En fin, no se hable más, no vale la pena.