lunes, marzo 26, 2007

Más que un niño y su peluche

Los recreos del colegio solían ser bastante aburridos, pero nunca tanto como para quitarle el primerísimo puesto del aburrimiento a las clases, donde siempre (recuerdo) el ingenio se aplicaba magistralmente en sentido opuesto al que creo debe aplicarse a toda intención de transmitir conocimiento: el de divertir. Tal vez por esa carencia crónica, terminé aborreciendo las aulas y lo que de ellas sale.

Mis mejores recreos fueron los que pasé en la biblioteca, algunas veces solo y otras acompañado, leyendo las tiras cómicas de la revista Los Monos de El Espectador, que juiciosamente eran encuadernadas por la ayudante de la biblioteca, y puestas en los estantes de la sección infantil después de cada domingo.

Mi tira cómica preferida era Gardfield. Fue con él que reí por primera vez ante algo que leía (y veía). Su humor me enseñó que las letras no son necesariamente aburridas, aunque mis profesores se esforzaran con saña en hacerme creer lo contrario. Si a alguien le debo el gusto por la lectura, es a Gardfield y los recreos que pasábamos juntos, mientras los demás niños jugaban fútbol (deporte que más que todo me produjo ansiedad y humillación), o se dedicaban a espichar sus bolsas de gomitas de distintos colores, hasta hacer de ellas una masa café viscosa.

No recuerdo en qué momento dejé de ir a la biblioteca, tal vez agoté rápidamente lo que ella podía ofrecerme en materia de diversión, y aún no encontraba cómo podía ser divertida una enciclopedia. El caso es que dejé de ir, y mis recreos volvieron a ser los de antes: o jugaba fútbol, o era marica. Yo prefería espichar gomitas y andar por ahí antes que vérmelas con el balón, si eso me hacía marica, cuando a duras penas concebía el sexo como algo humano, pues eso fui; uno que prefería ir a leer tiras cómicas a la biblioteca o pasear sin rumbo por el colegio, antes que recibir las burlas y los golpes propios de los machos en su estado natural, el de la barbarie.

Por suerte después vinieron los libros, los de verdad, “sin dibujos”, y la sorpresa de encontrar imágenes en mi cabeza para cada palabra, aunque lo que leía fuera tan ajeno a mi realidad como una peste en Omán, o el delirio de un saxofonista de jazz por las calles de Paris en los 50’s.

Fue mucho tiempo después que me interesé de nuevo en las tiras cómicas. En Piacenza, donde pasé largas temporadas de soledad volviéndome loco, un día preferí leer los tres libros que tenía una amiga con recopilaciones de tiras cómicas de Calvin and Hobbes, a ir al conservatorio. Reí como no lo hacía desde los recreos del colegio y recuperé mi gusto por la lectura.

Por eso desde entonces busco autores que me diviertan (no siempre haciéndome reír, pues la diversión es un concepto más amplio y no tiene nada que ver con su repugnante impostor: el entretenimiento).

Pero el humor y la inventiva escasean en la literatura, no se dan fácilmente. Fue Manuel Hernández, en un taller de narrativa en LosAndes, el que me hizo caer en cuenta de lo cómico de La metamorfosis. Gregorio Samsa se despierta y se encuentra convertido en un insecto ¿Puede haber algo más divertido? Esa visión no existencialista del libro fue reveladora, las calamidades humanas pasaron a causarme enormes carcajadas internas, y no sendos cuestionamientos sobre mi lugar en el cosmos. Desde ahí, empecé a leer con otros ojos. Aunque a veces me sentí frívolo buscando diversión donde otros buscan saber y conocimiento, pronto encontré que no era el único. Otros también encontraban placer describiendo el mundo cómo una sucesión de hechos potencialmente divertidos. Entre ellos Cortazar, Echenique, Amis, Monterroso, Arlt, a quienes agradezco su sana versión de lo que puede ser escrito.

Y bueno, todo este prologo inoficioso para rendirle un pequeño homenaje a esa tira cómica que me devolvió la fe en las letras, y que me sacó por unas horas de mi agobiante mundo interno de entonces.



Datos curiosos:

Calvin fue nombrado por Calvino, y Hobbes por el filósofo inglés (no alemán, como ingenuamente creí).

El autor de la caricatura decidió no comercializar la imagen de sus personajes, por eso no se encuentran mugs ni almohadas con las caras de ellos (al menos no oficiales).

Desde diciembre del 95 no hay nuevas historietas de Calvin y su peludo amigo.

La última línea de estos personajes entrañables fue: Es un mundo mágico, Hobbes viejo amigo! (Ante el paisaje recién nevado), y en el último panel, Calvin exclama: ¡Vamos a explorarlo!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué terrible lo del fútbol para quienes no fuimos "tan" machos. Ansiedad y humillación: las palabras exactas, como si me hubiera hecho una tomografía de los más duros recuerdos. En cambio, sí, qué diversión maravillosa quedarse leyendo, pero también andar en patines o en bicicleta por la calle, a veces con vecinos del barrio... disparar un arco con flechas hacia cualquier árbol, correr carreras con otros niños de la cuadra, jugar ping pong en el gran patio de los abuelos y charlar de todo y de cualquier cosa con el primito simpático que llegaba de visita. Sí, en la primaria es donde comienzan a decirle a uno marica. Debí haberles creído, aunque lo hicieran como agresión y con desprecio.
Pero los demás te hacen como quieren que seas.

Sin embargo ¿esto no era acerca de Calvin y su maravilloso peluche con personalidad imaginaria? ¿Cómo hace usted para escribir de manera tan evocadora..? ¿Cómo logra que uno se sienta tan próximo a las vivencias que trae desde su infancia de niño sensible y tímido, y de la adolescencia solitaria y magnifica de quien ha sido querido siempre?

Anónimo dijo...

Jej esas preguntas!

Es un libro magnifico, el unico que logre robarle a mi prima con su version original. Es hermoso!!!. se olvido decir "it's a wonderful world" por watterson jej

Anónimo dijo...

Hola Irving. Me gustó mucho su blog, leí todos sus textos del mes. Una pequeña, mezquina corrección: Hobbes, el filósofo, no era alemán, sino inglés.

Irving dijo...

Gracias por la corrección, ya mismo lo cambio, es que eso de ser músico...