lunes, febrero 25, 2008

Chiqueros

Mi abuelo está loco, y aunque siempre lo estuvo, ahora se le nota más. No puede salir de una parte de su pasado, vuelve a ella en cada frase que dice, como si tuviera la mente atorada y lo único que puede hacer es tratar de desatorarla, pero el enredo es cada vez peor. No puedo evitar pensar en un chicle en el pelo. Es eso lo que le pasa. Quiere quitarse el chicle, pero solo empeora las cosas, y ya sabemos que quitarlo implica cortar el pelo, ¿pero en este caso qué implicaría?, nadie quiere saberlo, está viejo, se le permite desvariar, ser loco, senil. La muerte la tiene encima, aunque no parezca. Su aspecto de viejo saludable y enérgico no puede ocultar lo realmente grave, lo que ocurre en su cerebro, y nosotros ante todo somos cerebro, sin él dejaríamos de ser. Eso le pasa a mi abuelo. Los médicos dicen que es como si estuviera drogado, que no siente dolor y que no lo sentirá. Los médicos siempre dicen mentiras. No sabemos qué pasa por su cabeza, pero intuyo que él se da cuenta de algunas cosas; de su falta de coherencia, de su incapacidad de decir lo que quiere, de ese irremediable loop en el que anda metido y que lo aleja de sí mismo, yo creo que mi abuelo es consciente de su lento desvanecimiento hacia la nada, y eso, de alguna manera, tiene que doler.

Nunca tuve mayor relación con él, era difícil hablarle. He tratado de recordar alguna situación en particular donde los dos hayamos intercambiado algo, al menos una sonrisa, una frase de cariño, pero no recuerdo nada. Aún así, es irremediable pensar en su ausencia como algo que me involucra. Claro, es el padre de mi padre, su herencia navega en mi sangre, a eso, por más que quiera, no puedo renunciar. Pero no hay dolor, como dicen los médicos. Se trata de otra cosa, de un encuentro que hasta ahora viene a darse, un encuentro con ella, y si bien es tangencial, me pone a mirarla de ladito; socarronamente tras mi coraza de bienestar la veo caminar entre los míos, cada frase de mi abuelo que se desvía hacia la nube incomprensible de su cerebro, es un triunfo de ella, la tercera persona que está siempre en nosotros, la muerte.

Puedo decir que la muerte es algo ajeno a mi vida. Ningún familiar, ningún amigo ha sucumbido a ella. Pero estaría mintiendo. La muerte y su incómoda presencia está en mí desde que sé de mi propia vulnerabilidad, desde que dejé la inocencia tirada en algún lugar por allá en la pubertad, ese territorio oscuro por el cual todos pasamos y que termina por incrustarnos en la vida, con lo bueno y lo malo, con lo bonito y lo feo, con toda esa gama infinita entre lo uno y lo otro.

No sé qué vaya a ser de mi abuelo, dicen que se la pasa cantando y no se le ha visto triste. Tampoco se queja de dolor. Mi hermano le hizo una entrevista, estuvo muy entusiasmado mientras respondía a las preguntas que le hacía, pero se notaba en sus palabras un esfuerzo inusual, sobre todo para un hombre que se caracterizaba por tener un discurso nutrido y coherente, por más barbaridades que dijera, él era un tipo locuaz. En sus respuestas había una intención, pero en su cerebro una pelea. Es como si alguien hubiera entrado en una oficina y en un arrebato de histeria hubiera agarrado los archivadores, con sus carpetas y hojas legajadas pacientemente por una secretaria, y los hubiera estrellado contra el suelo, haciendo salir cada carpeta y cada hoja de su sitio, dejando el lugar hecho un chiquero. La información sigue allí, pero falta una secretaria paciente que quiera ponerlo todo en orden. Mientras tanto mi abuelo se vale de la única hoja que encontró a la mano, y la recita interminablemente, mientras busca desesperado la carpeta y el archivo al cual corresponde, entre el chiquero de su mente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que hayamos intentado brindarles, compañía, palabras, comprensión, bromear sobre cualquier cosa, se irá disolviendo a medida que se adormezca su mente, pero se quedará en nosotros, permitiéndonos guardar algo de aquello, seguramente bueno y malo, que nos han dejado.

La senilidad es terrible porque las personas van dejando de ser lo que fueron pero en consonancia con sus rasgos más personales, y es lo que duele.
Si se pudiera hacer algo para que no se desesperen por el chicle enredado en el pelo, abrazarles el alma para que acepten su definitiva soledad, bueno, es algo que también se nos quedará cuando sólo sean olvido y recuerdos.

H

Anónimo dijo...

Mi abuela se parece, a ratos esta aqui y ratos alla entre su vida toda al tiempo,revuelta, pero creo que es bueno tener un colchon de retazos de vida para amortiguar la vejez, sería muy triste que apenas tuviera unas pocas imagenes...

Anónimo dijo...

Que bonita entrada.
que cercana se me hace.

gracias,


Calvin