lunes, enero 02, 2006

De Lima y sus primeras impresiones, ya todas trasnochadas

Lo primero que recuerdo de Lima es su aroma a maní tostado. LLegamos de noche a la ciudad. LLegar de noche a una ciudad desconocida es siempre una experiencia extraña; se quiere ver, detallar, comparar, oir, pero todo cambia con la ausencia del sol, los ritmos de la ciudad son otros y sus habitantes se sumen en distintos rituales. Entonces antes que una primera vista panorámica de la ciudad, tengo impresiones difusas, aromas, luces y sonidos propios de la nocturnidad de cualquier metrópoli gigante como Lima, una de las más populosas de latinoamérica. Tengo eso y el delicioso aroma del maní tostado que nos dio la bienvenida mientras nos dirigíamos del distrito de Callao a la sofisticada Miraflores, pasando por una calle atestada de avisos de publicidad enormes, pollerias colosales y casinos de luces maravillosas.

LLegamos con hambre y aunque era algo tarde fuimos a comer a la calle de las pizzerias, un callejón estrecho donde se agolpan restaurantes, bares y discotecas, lo que se conoce como zona rosa. De los locales salían hombres borrachos. Nos encontramos con dos travestis en busca de trabajo y varios turistas bebiendo, caminando por ese callejon, buscando un lugar para comer. Ese día comimos una pizza, acompañada por la conocida desde mi infancia, gracias a la perubólica, papa a la huancaína. La papa estaba muy buena, pero no puedo decir lo mismo de la pizza. Ese fue mi primer encuentro con la gastronomía peruana, casi siempre un encuentro grato y delicioso.

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