domingo, febrero 26, 2006

Verde como tus ojos, rojo como nuestra sangre

Se ha hablado mucho sobre el abuso de poder en el ejercito ultimamente, con motivo de la publicación de un artículo de denuncia en la revista Semana. Al respecto quisiera comentar, por un lado, mi experiencia cercana, aunque bastante tangencial con el hecho, y por otro una conjetura a la que llegué después de pensar un poco en el asunto.

Primero lo anecdótico:

Alguna vez, durante un viaje por tierras paramilitares (es decir por el norte antioqueño), me figuró esperar un bus; que llegaría a la media noche, según la señorita que me vendió el tiquete, al terminal, para esa hora cerrado de Santafé de Antioquia. A eso de las nueve de la noche me encontraba comiendo una pizza en una cafetería del pueblo, cuando empezaron a aparecer soldados del ejercito. Terminé mi pizza y me fui a esperar el bus sabiendo que aún faltaba micho para que llegara. En el trayecto de la plaza al terminal me encontré con otros soldados, que pensé estaban de paso en el pueblo, y como yo, esperaban un medio de transporte que los recogiera y los llevara a alguna parte, seguramente a la ciudad de Medellín o a un recondito paraje en medio de la selva para dar bala a todo lo que se moviera. Poco antes de llegar al terminal unos soldados me preguntaron por la plaza del pueblo, yo les dije que estaban en el camino correcto. Como no tenía más para hacer allí, un día cualquiera en ese pueblo, terminé por llegar mucho antes de la hora indicada al punto donde debía esperar la aparición de un bus, cuyos tiquetes ya tenía en el bolsillo. Estando allí sentado, al lado de la carretera que va hasta Urabá, pude presenciar cómo un camión llegaba. Del camión varios soldados bajaron y con la orden gritada de un superior se alejaron hacia el pueblo. Una pareja de mujeres esperaba tambien en el terminal, que a esa hora no era más que un par de escalones a la orilla de la carretera. Yo las oía conversar efusivas. El tiempo pasó, sin más distractores que las lagartijas albinas que se posaban en el techo a recibir algo del calor que expedía un bombillo. De repente se oyó un estruendo de latas muy fuerte, después el sonido de las botas con punta de metal golpear con violencia un cuerpo, esto mas que oirlo lo pude ver, a pesar de la distancia y la oscuridad. Acto seguido una algarabía de improperios provenientes del superior a cargo. La escena no fue clara en un principio, pero con la espera y la conversacion de las dos mujeres se fue aclarando. Los soldados estaban allí esperando a que un camión los recogiera. El camión demoró más de lo esperado y se les permitió a los soldados dar una vuelta por el pueblo. Cuando el camión finalmente llegó, los soldados vinieron, salvo uno, que no se enteró a tiempo. La consecuencia de ese descuido fue el acto de violencia que presencié junto al par de señoras que esperaban conmigo. El superior golpeó muy fuerte al soldado, enviandolo contra una cerca de latas, después lo humilló delante de sus compañeros con toda clase de groserias y frases muy ofensivas, y continuó con la golpiza, amenazandolo por último, con las siguientes palabras: Vas aterminar muerto y nadie sabrá donde queda tu cuerpo hijueputa malparido. La frase no la oí yo, la oyeron las señoras, que muy implicadas en el asunto se quedaron rajando conmigo, del ejercito y de sus abusos, después de que el camión se fué. Ninguna de ellas mandaría a sus hijos al ejercito, -para que fueran golpeados, humillados y por último asesinados por esos hijueputas- No. La conversación estuvo muy entretenida y llena de casos similares y peores, sobre los vejámenes a que se ven expuestos los soldados de la patria, en esa que a veces es su única opción de vida digna. El bus apareció y yo me fui en él.

Por otro lado:

En dos libros contemporaneos de autores argentinos, uno Cortázar con El libro de Manuel, y otro Sábato con Abbadón el exterminador, se habla hacía el final de cada uno, sobre la tortura. Cortazar se limita a poner recortes de periódicos e informes, creo yo confidenciales, sobre torturas escalofriantes cometidas por el ejercito américano en sus distintas guerras. Entre esos informes está también el reporte de la cantidad de soldados americanos implicados en ejercitos de paisés latinoaméricanos, y su misión especifica: la de entrenar a las tropas locales en el arte de la tortura. Sábato narra la tortura de dos de los protagonistas de su libro, jóvenes que terminan en las listas famosas de personas a desaparecer, durante la dictadura argentina.

Mi conjetura al respecto es la siguiente:

No es que no existan en nuestra historia casos de tortura y barbarie, los hay y por miles. Pero lo ocurrido en el batallón de Honda, y que después termino por causar una avalancha de denuncias en todo el país, denota una práctica aceptada e inducida como método válido, por los especialistas del ejercito américano que se encuentran ahora mismo dando asistencia militar en tierras colombianas y cuyas prácticas han generado hechos bochornosos y lamentables en una carcel de Irak. Algo me hace pensar que ninguno de los dos es un caso aislado, y que en este momento se siguen cometiendo actos de barbarie en nombre de la civilización y del buen nombre de nuestros ejércitos en muchas partes del mundo. Sin duda han sido bien instruídos nuestros comandantes, y han aprendido bien la lección. No es más por ahora, con más rabia que coherencia, profundidad y precisión.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El horror... cuanto más cercano más terrible. Valiente denuncia. Ojalá muchos más nos fuéramos animando a hacer lo mismo, para que algún día ya no sea fácil ejercer impunemente tanta crueldad.

Elaxolotl dijo...

Al principio pensé hablar del DIH, la cruz roja y muchos organismos internacionales encargados de velar por el cumplimiento del famoso derecho de la guerra (que es una contradicción), el derecho que vela por la humanización de la guerra, él tiene dentro de sus principales consignas la erradicación de la tortura, pero son cosas que siempre se quedan en el lindo papel kimberly en que son impresas, hay tortura en las casas civiles, padres quemandole los dedos a los hijos, ahogandolos en agua helada, y cosas de ese talante, si dentro de la sociedad civil se ejercen esos actos de violencia, por qué nos sorprenden cuando se abre un huequito y vemos un pedazo de lo que pasa en la sociedad castrense?

Anónimo dijo...

Porque ellos lo hacen de manera institucional y hay que contrarrestarlos mediante denuncias, mediante las formas que sean de acción política. Es posible y es necesario. No nos reclames por "sorprendernos", lo que sirve es que suscribas nuestra indignación, para que seamos muchísimos "intolerantes". Si esto llegara a pasar en Francia, Italia, España, a los 2 días tendrìan 1 millón de personas en la calle, por eso seguramente no pasa o si acaso es mucho menos masivo. Es decir, sí sirve que hables del DIH, y para los otros casos, del derecho de familia, y de todo lo que contribuya a humanizar esta atribulada existencia de crueldades infinitas e increíbles bellezas.
¿Pero este no era un blog de literatura? (Claro, sin embargo Cortázar también habló, por ejemplo, de "la horrible, hermosa tierra").

Elaxolotl dijo...

Y que viva la revolución en centro américa, el comentario seudolegal iba a que por poderoso que fuera un estado de derecho (o estado social de derecho como en nuestro triste caso) la fuerza de correción no va a llegar más allá d e lo que se ve en la superficie, el escándalo que desatan cosas tales como: Torturas en el ejercito, Padres que asesinan a golpes a sus hijos, son frutos rozagantes y bellos de eso, son " la punta del aisberg " horror de frase, pero lo describe bien, ni el estado, ni la sociedad pueden inmiscuirse en la vida íntima, familias y ejercito, cada una a su modo son intimidades que deben seguir una "armonia", un lineamiento tal vez, ¿Constitución Política?, Bloque de constitucionalidad (Art. 93 C.N.), ni el derecho ni la bulla mediatica van a servir si no hay cambios pedagogicos profundos en lo más íntimo y privado de esos nucleos castrenses y sociales.